Para encontrar la Luz - Alfa y Omega

Para encontrar la Luz

Alfa y Omega

«¡Qué ingratitud! –decía Fabrice Hadjadj en una reciente conferencia en Roma, publicada en el diario francés Le Figaro, en referencia a los terroristas de la yihad asesinos en la sede parisina de la revista Charlie Hébdo–. ¿Cómo es que estos jóvenes no han tenido la impresión de haber podido colmar sus aspiraciones más profundas trabajando en Coca Cola, practicando el skate board o jugando en el equipo local de fútbol? ¿Cómo es que su deseo de heroicidad, de contemplación y de libertad no ha sido colmado por esa oferta tan generosa que consiste en poder elegir entre dos platos congelados, mirar una serie americana o abstenerse en las elecciones? ¿Cómo es que sus esperanzas de pensamiento y de amor no han podido cumplirse al ver todos los progresos que están en marcha, como el matrimonio gay o la legalización de la eutanasia?».

La evidente incisiva ironía de las preguntas de Hadjadj está precedida en su conferencia por la descripción de la sorpresa ingenua, por no decir de la ceguera total ante la realidad, manifestada por el director del centro educativo donde habían sido acogidos los hermanos Kouachi, huérfanos procedentes de la inmigración, autores de la matanza de París: «A todos nos choca este asunto porque conocíamos a estos jóvenes. Nos cuesta imaginar que estos chavales que estaban perfectamente integrados (jugaban al fútbol en los equipos locales) hayan sido capaces de matar de forma deliberada. Nos cuesta creerlo. Mientras estuvieron con nosotros, su comportamiento no fue nada problemático».

Sí, añade Hadjadj, «estaban perfectamente integrados… en la nada». Vienen enseguida a la mente las palabras de Jesús: «¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?» Nuestras sociedades de la Vieja Europa han hecho oídos sordos a las palabras del Evangelio. La Europa de la modernidad, la del siglo de las Luces, pregonera de libertad, igualdad y fraternidad, ¿cómo iba a poder ver estos frutos de espaldas a la verdadera Luz que los genera? Tales frutos, todo lo bueno, bello y verdadero para el hombre, dice con toda razón Hadjadj, «ya no puede subsistir sin la Luz de los siglos. Pero ¿seremos capaces –añade– de reconocer que esta Luz es la del Verbo hecho carne?» Sin Él, sin Jesuristo, ya vemos dónde queda –¡en el fútbol y la televisión!– una vida a la medida del deseo infinito de todo hombre. «Un joven –explica Hadjadj– no busca sólo razones para vivir; también y sobre todo busca razones para dar su vida. ¿Y hay todavía razones en Europa para dar la vida? ¿Qué Buena Nueva tenemos aún que anunciar al mundo?» ¡La predicación de la Iglesia! ¡La indispensable Buena Noticia, hoy más que nunca, para todos y cada uno de los hombres, de tal modo que podamos, sencillamente, vivir como tales! ¡Cómo no cuidarla con el mayor interés!

Cuando el Papa Francisco pone el foco en cómo ha de cuidarse la homilía, y justamente en la liturgia eucarística, no es el bien, la verdad y la belleza de la Iglesia lo que está en juego, ¡está en juego la vida misma del hombre! Si falta la luz, esa Luz que ilumina todo el trayecto del camino de la vida humana, la desesperación y el vacío, y toda violencia, están servidos. Es la Luz que predica la Iglesia, Cristo mismo, y por eso el predicador no debe mostrarse él, sino a Cristo, «puede ser capaz de mantener el interés de la gente durante una hora –dice el Papa Francisco en su Exhortación Evangelii gaudium–, pero así su palabra se vuelve más importante que la celebración de la fe», que es la que llena de Luz la vida. Por eso, la homilía «debe ser breve y evitar parecerse a una charla o una clase». Tiene la misión de mostrar la Luz que es Cristo, y guiar hacia el encuentro con Él, de tal modo «que la predicación oriente a la asamblea, y también al predicador, a una comunión con Cristo en la Eucaristía que transforme la vida». Porque de eso se trata, de que toda vida humana se cumpla en su plenitud infinita, y no se arruine en el vacío y la muerte, que así sucede cuando la propuesta de vida no es otra que los bienes efímeros, aunque lleguen a abarcar el mundo entero.

El verdadero horizonte humano no es otro que alcanzar a Cristo mismo, sólo en Él está la plenitud de toda vida humana, y es en la Iglesia donde lo encontramos, en la celebración de la fe, especialmente en la liturgia eucarística, y es en este contexto donde tiene lugar privilegiado la homilía, ¡cómo no cuidarla, y con la máxima atención y preparación!

Bien lo indica el Papa Benedicto XVI, en la Exhortación, justamente sobre la Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia, Verbum Domini, de 2010: «Se han de evitar homilías genéricas y abstractas, que oculten la sencillez de la Palabra de Dios, así como inútiles divagaciones que corren el riesgo de atraer la atención más sobre el predicador que sobre el corazón del mensaje evangélico. Debe quedar claro a los fieles que lo que interesa al predicador es mostrar a Cristo, que tiene que ser el centro de toda homilía». Justamente para encontrarle a Él, la Luz que ilumina todo el trayecto del camino.