Mazzolari, el párroco de los lejanos - Alfa y Omega

Don Primo Mazzolari (1890-1959), conocido como el párroco de Italia, no es muy diferente de aquel párroco del mundo que se llamó Juan XXIII. El Papa ha recordado y puesto como ejemplo recientemente a este sacerdote que en vida no obtuvo siempre la estima de sus superiores. Fue un incomprendido en una Italia en la que era frecuente la polarización política, durante el fascismo o la posterior ascensión del partido comunista más influyente de Europa occidental. Quienes veían en la política la exclusiva solución a los problemas del mundo e intentaban instrumentalizar el cristianismo, nunca vieron con buenos ojos a un párroco que practicaba la misericordia en toda circunstancia.

Don Mazzolari ha sido calificado de sacerdote de los lejanos, porque afirmaba que nadie está fuera de la salvación ni del amor de Dios. Frente a unas estructuras eclesiales burocratizadas, en la que es fácil tratar a los feligreses olvidando que detrás de cada uno hay un alma y unas necesidades de pobre (porque toda persona es pobre y necesitada), este párroco del pequeño pueblo de Bozzolo huyó de toda autocomplacencia. Sus escritos recogen la trepidación de su espíritu, bien impregnado de su Señor, pues no le resulta indigno de un cristiano, limitarse al mero cumplimiento de sus deberes. A este respecto escribirá: «La verdad, que se complace en contemplarse a sí misma, es como la fe sin obras, algo muerto». Don Mazzolari ha comprendido, como san Agustín, que no se puede disociar la verdad de la caridad.

Uno de sus mejores libros, La più bella avventura, tiene como eje conductor la parábola del hijo pródigo. Don Mazzolari reitera que todos somos hijos pródigos, necesitados. Por eso no es admisible la actitud del hijo mayor, envidioso de su hermano y defensor de una supuesta igualdad y justicia llenas de insinceridad. Si se impusiera el punto de vista de este hijo, el cristianismo no sería la religión de la confianza y del abandono en un Dios que es, ante todo y sobre todo, Padre. En consecuencia, don Mazzolari hace una invitación a los cristianos a no temer ensuciarse las manos. Por el contrario, y siguiendo el ejemplo de Jesús y de María, hay que salir al encuentro de los lejanos, que se han distanciado por nuestra indiferencia o falta de caridad. Pero muchas veces nos paraliza el miedo o el orgullo de considerarnos mejores que ellos. Con las palabras del Evangelio, don Mazzolari nos invita a superar los muros construidos por nosotros mismos.