Por qué la Cruz es la mejor escuela del matrimonio - Alfa y Omega

Por qué la Cruz es la mejor escuela del matrimonio

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Cruz de la Teología del Cuerpo, de Timothy P. Schmalz. Foto: www.sculpturebytps.com

Cada vez son más las parroquias que organizan ratos de adoración eucarística orientada específicamente a matrimonios. «La mejor escuela del matrimonio es la Eucaristía –afirma Javier Sánchez-Cervera, párroco de Nuestra Señora de Fuente del Fresno, en Madrid–, porque es en el altar donde se renueva el sacrificio de la Cruz, y este es el modelo del amor entre el esposo y la esposa. En la Cruz, Cristo, el Esposo, se entrega desnudo a su Esposa, la Iglesia, y de esta entrega fecunda se generan los hijos en la fe: cada uno de nosotros. En la Cruz, Cristo inclina la cabeza y entrega el Espíritu, que es lo que cada esposo y esposa necesita para poder amar al otro, no a su manera, sino a la manera de Cristo, dando la propia vida».

Al dirigirse a los matrimonios en la ITV matrimonial organizada el pasado sábado junto a la parroquia San Manuel González y el COF San Juan Pablo II, Javier aseguró que «la frase “Tomad y comed, esto es mi cuerpo” no solo la pronuncia el sacerdote en la Eucaristía; es la frase que vivís cada uno de vosotros en vuestra unión, o cuando los niños vienen a vosotros con sus demandas. Desde la mañana hasta la noche, marido y mujer estáis entregándoos el uno al otro y también hacia los hijos, como Cristo en la Cruz».

La celebración de la Eucaristía y la unión matrimonial «son dos sacramentos que beben de la misma fuente: la entrega de Cristo en la Cruz. La llegada a casa de los esposos después de trabajar es como una liturgia que encuentra su fuente en la Misa: has de entrar en casa a tiempo y sin prisas, y sin llegar tarde; comienzas pidiendo perdón y siendo perdonado si es necesario; luego llega el momento de la palabra: hablarse y escucharse mucho el uno al otro; luego viene el preparar la mesa para estar y cenar juntos; luego llega para los esposos la comunión de las almas y de los cuerpos, hacer de dos una sola carne; y por último el dar gracias por haber vivido esta entrega juntos, sin darte la vuelta para dormirte enseguida, sino prolongando el abrazo conyugal».