Un buen pastor - Alfa y Omega

Un buen pastor

«Un buen pastor es un enamorado del Señor que renueva todo lo que está a su alrededor, pero al mismo tiempo que vive con ardor el ser misionero, y por eso es constante en la búsqueda de todos los hombres…

Alfa y Omega
El Papa Francisco se dirige a los obispos durante su viaje a Corea

«Un buen pastor es un enamorado del Señor que renueva todo lo que está a su alrededor, pero al mismo tiempo que vive con ardor el ser misionero, y por eso es constante en la búsqueda de todos los hombres, con un interés mayor por quienes están más lejos»: así dice el arzobispo electo de Madrid, monseñor Carlos Osoro, en su Carta a la archidiócesis madrileña, tras hacerse público su nombramiento por el Papa Francisco, el pasado jueves, 28 de agosto, precisamente el día de la fiesta de uno de los más grandes pastores de la Iglesia, san Agustín. Los alejados, las periferias existenciales de las que con tanta fuerza nos habla el Santo Padre, están de modo muy especial en el mente y en el corazón de todo buen pastor. Así lo ha vivido siempre don Carlos Osoro en su ministerio, y así lo ha mostrado bien claramente el Papa en su reciente viaje a Corea, de modo destacado hablando a los obispos, al recordarles que hemos de ser «una Iglesia misionera, una Iglesia constantemente en salida hacia el mundo y en particular a las periferias de la sociedad contemporánea», y al subrayar, en su encuentro con los obispos de Asia, que, para llegar a todos, el punto de partida de la Iglesia ha de ser «tener clara nuestra propia identidad de cristianos», pues, «desde la nada, desde una conciencia nebulosa, no se puede dialogar», y al mismo tiempo «ser capaces de empatía, tener la mente y el corazón abiertos a aquellos con quienes hablamos», de modo que tenga lugar un auténtico encuentro. Y Francisco no duda en insistir en uno de sus más significativos leitmotiv: «Tenemos que caminar hacia la cultura del encuentro». Leitmotiv que, en su carta como en la entrevista que publicamos en estas mismas páginas, subraya especialmente el nuevo arzobispo electo de Madrid.

Con esta clara conciencia de la propia identidad cristiana y la mente y el corazón abiertos a todos, se dispone monseñor Osoro a ser el buen pastor que la Iglesia en Madrid necesita, invitando a todos a tener «pasión por crear la cultura del encuentro», que ciertamente está enraizada en el corazón mismo del Evangelio. «Es la cultura que inicia Dios mismo -afirma en su respuesta a las preguntas de Alfa y Omega– haciéndose presente en esta tierra. Él viene a encontrarse con todos». Y evoca el testimonio primigenio de san Pablo, al afirmar que «ya no hay judío ni griego, ni esclavo ni libre…», concluyendo que esto es el haberse apropiado el Apóstol de una manera de hacer ver a los hombres que él quería construir esa cultura. Una cultura que, precisamente porque se centra en la relación personal, bien concreta, ¡y relación de amor!, no puede construirla ningún plan ni proyecto abstracto, por muy elaborados que estén con la mayor perfección por expertos en un despacho, y así lo destaca el arzobispo electo de Madrid en su carta, al recordar que su misión no se puede limitar «a un programa o a un proyecto», pues la misión «es compartir la experiencia del acontecimiento del encuentro con Cristo».

Lo acaba de decir bien claro el Papa Francisco a los obispos de Asia, al advertir de que, «puesto que, como pecadores que somos, siempre estamos tentados por el espíritu del mundo», que «amenaza la solidez de nuestra identidad cristiana» con el relativismo y la superficialidad, «para los ministros de la Iglesia, esta superficialidad puede manifestarse en quedar fascinados por los programas pastorales y las teorías, en detrimento del encuentro directo y fructífero con nuestros fieles. Si no estamos enraizados en Cristo, las verdades que nos hacen vivir acaban por resquebrajarse».

Y lo acaba de decir igualmente, el pasado domingo, como una bien significativa síntesis de sus prácticamente 20 años de ministerio episcopal en Madrid, el cardenal Rouco, al evocar dos palabras lucidísimas de los dos últimos Papas.

La primera, de Benedicto XVI, que «nos decía a los miembros de la Asamblea del tercer Sínodo diocesano de Madrid, en 2005, que el primer deber de la caridad era la comunicación de la Verdad», es decir, ¡de Cristo!, y por eso el Papa concluía su exhortación, en aquel encuentro con la archidiócesis madrileña, «siguiendo las pautas del Sínodo» -así lo valoró el Santo Padre-, con este claro mensaje: «¡Profundizad en el conocimiento personal de Cristo!».

Y la segunda, del Papa Francisco, «cuando llegó a Río de Janeiro para inaugurar la JMJ 2013». Nos dijo, con la misma claridad, «que no venía a traernos ni oro ni plata, sino a Jesucristo». Eso, justamente, y ninguna otra cosa, es la vida y el ministerio de todo buen pastor.