Mediación de amor - Alfa y Omega

Mediación de amor

XXIII Domingo del tiempo ordinario

Carlos Escribano Subías

El texto del Evangelio que se proclama este próximo domingo, viene antecedido de unos versículos que, a modo de prólogo, nos ayudan a conocer mejor cual es la intención de Jesús al hacer su propuesta a los discípulos. El Señor les dirá: «No es voluntad de vuestro Padre, que está en el cielo, que se pierda ni uno de estos pequeños» (Mt 18, 14).

El Señor urge a la comunidad cristiana a actuar con especial diligencia y solicitud ante el pecado de uno de sus miembros. El corazón misericordioso de Dios mira con especial unción a los que se alejan de Él, buscando siempre la reconciliación y el perdón. El corazón de Dios se conmueve y nos propone caminos para dejar atrás nuestro pecado y debilidad. En ese contexto, el evangelista quiere poner el acento en la preocupación que, dentro de la Iglesia, todos debemos tener de todos, acogiendo la enseñanza y la actitud de Dios mismo. En el fondo, es lo que ya descubrimos en la primera lectura, cuando el profeta es llamado a velar responsablemente por todo el pueblo de Israel.

Lo que siempre impresiona es el modo de mirar y atender el Señor al pecador: le llama pequeño, débil, y cuando haya que ayudarle y corregirle, nos anima a no olvidar que nos estamos dirigiendo a un hermano en la fe. Por eso, Jesús nos propone un camino nuevo: entrar en diálogo con el hermano para que descubra el mal que pueda estar haciendo, con la intención de que lo deje atrás. Estamos ante una verdadera mediación de amor

Dios quiere no es la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Se busca por todos los medios salvar al otro, no condenarlo.

Es verdad que hay casos especialmente difíciles. Los sabios pasos que propone Jesús nos muestran un camino constructivo para ejercer la corrección fraterna. En primer lugar, llamar la atención a solas, llenos de caridad. Si nuestro hermano permanece en su mal comportamiento, es bueno que algún testigo intervenga con el fin de evitar planteamientos subjetivos que puedan hacer presuponer que exista algún tipo de mala intención. En un tercer momento, habría que llamar la atención formalmente en nombre de la Iglesia o de la comunidad. Si la respuesta es nula por parte del sujeto, éste debería comenzar de nuevo el camino, pues se pone en el mismo plano que alguien que viene de la gentilidad y que no ha convertido su corazón al Señor.

El interés por el hombre, por parte de Dios, queda reforzado en los últimos versículos del Evangelio de este domingo. Él está en medio de nosotros cuando unimos nuestro corazón y elevamos nuestra plegaria a favor de los demás. Si lo hacemos con el fin de que nuestro hermano se reencuentre con Dios, con más motivo el Señor nos ayudará a que éste se convierta y viva.

Todos somos responsables de todos. En el fondo, porque estamos llamados a vivir amando y a ser testigos del amor de Dios. El desamor, el pecado, no deben tener cabida en la vida del creyente y de la Iglesia, pues, como nos recuerda san Pablo, estamos llamados a «ser santos e inmaculados ante el Señor por el amor» (Ef 1, 4).

Evangelio / Mateo 18, 15-20

En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

«Si tu hermano peca, repréndelo a solas entre los dos. Si te hace caso, has salvado a tu hermano. Si no te hace caso, llama a otro o a otros dos, para que todo el asunto quede confirmado por boca de dos o tres testigos. Si no les hace caso, díselo a la comunidad, y si no hace caso ni siquiera a la comunidad, considéralo como un pagano o un publicano. Os aseguro que todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo, y todo lo que desatéis en la tierra quedará desatado en el cielo.

Os aseguro, además, que, si dos de vosotros se ponen de acuerdo en la tierra para pedir algo, se lo dará mi Padre del cielo. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos».