Divinas palabras - Alfa y Omega

Divinas palabras

Joaquín Martín Abad
Foto: ABC

El 16 de noviembre, como hoy, de 1933 Valle-Inclán estrenaba en el Teatro Español Divinas palabras, que en 1919 había publicado con el subtítulo Tragicomedia de aldea. Entre tantas representaciones –y películas– que hubo por todo el mundo, el compositor Antón García Abril estrenó su ópera Divinas Palabras en el Teatro Real con ocasión de la reapertura hace 20 años, con libreto de Francisco Nieva y Plácido Domingo de estrella. Y bien merece ser repuesta.

No hace falta evocar la agitada vida de don Ramón María –aunque en su juventud tuvo buena relación con eclesiásticos– para comprender el contraste entre los truculentos enredos de la aldea y el final en el que inserta las divinas palabras.

Para saber esas «palabras divinas» hay que sobrepasar el planteamiento y el nudo y esperar al desenlace. Planteamiento: Pedro Gailo, sacristán casado con Mari-Gaila, pierde a su hermana Juana Reina quien deja huérfano a Laureaniño, un chico enano hidrocéfalo que es expuesto en las ferias para ganar dinero. Nudo: por eso se lo disputan la Mari-Gaila con su cuñada, Marica del Reino, otra hermana de la difunta; y cuando Mari-Gaila se da una escapada con su amante Lucero, y deja solo al chico, un grupo de gente lo emborracha cruelmente hasta matarlo. Desenlace: además, sorprendida en adulterio, es llevada medio desnuda ante su marido, quien la perdona –y salva– recitando las palabras de Jesús: «El que de vosotros esté sin pecado, el primero que le tire la piedra» (Jn 8, 7b).

Hay que anotar que la traducción del Evangelio es: «…el primero que le tire la piedra» –primus in illam lapidem mittat– aunque otras versiones repitan tópicamente: «…que le tire la primera piedra». Tiene mucha más fuerza el original evangélico: «…el primero» –protos– en griego. Lástima que no haya pasado así al Leccionario litúrgico.

En la partitura García Abril ha añadido acertadamente –y en latín– al texto de Valle-Inclán la perícopa entera del Evangelio (Jn 8, 7b-11), que el coro canta repetitivamente para que se comprenda todavía mejor el perdón y su fin: «Ni yo te condenaré. Vete, y ya no quieras pecar más –Nec ego te condemnabo. Vade, et iam amplius noli peccare–». (Jn 8, 11).

Conclusión: si son divinas palabras las que perdonan también lo son las que requieren propósito de la enmienda.

Divinas palabras
Autor:

Ramón María del Valle-Inclán

Editorial:

Círculo de Lectores