Drácula muerde, no ama - Alfa y Omega

Drácula muerde, no ama

Maica Rivera
Foto: Universal Pictures

Mientras festejamos el 120º aniversario de la publicación de Drácula por Bram Stoker nos sorprende gratamente la concesión al sello Austral del Premio Nacional a la Mejor Labor Editorial Cultural. El galardón se le otorga por «una labor divulgativa con la que se identifican varias generaciones de españoles que empezaron a leer, y a pensar, con sus libros de bolsillo, por la amplitud de un fondo editorial que reúne con acierto clásicos de la literatura universal y títulos contemporáneos imprescindibles»; y, además, el jurado ha tenido en cuenta «su afán de renovación» y «la apuesta por ofrecer a los jóvenes lectores los títulos de siempre con un formato novedoso y atractivo». De la primera a la última, estas virtudes están estupendamente representadas en la edición con prólogo de Pere Gimferrer propuesta por la colección Austral Singular para 2017 de la gran novela epistolar del irlandés, obra maestra de la literatura gótica anglosajona.

Todos, con mayor o menor exactitud, sabemos del argumento: Jonathan Harker viaja a Transilvania para cerrar un negocio inmobiliario con un misterioso conde que resultará ser una criatura infernal cuyo aciago desembarco en Londres acechará en primera instancia, en cuerpo y espíritu, a su prometida, Mina. Sí, la historia es archiconocida, pero hoy resulta necesario refrescar algunas de sus claves originales por el daño que a la gramática del horror contemporáneo, en general, y al magisterio stokeriano, en concreto, han causado los vampiros descafeinados de sagas como Crepúsculo, y, sobre todo, la terrible adaptación cinematográfica de Francis Ford Coppola en los 90, cuyas secuelas más conceptuales que estéticas venimos padeciendo tanto. Coppola, sin ir más lejos, convirtió a los héroes literarios originales en villanos, papanatas o fanáticos religiosos en el cine, generando una errónea espiral de intertextualidad hasta nuestros días (ah, frase apócrifa, tóxica y nefasta donde las haya: «He cruzado océanos de tiempo para encontrarte»). A saber: Drácula de Stoker es un monstruo fétido que única y exclusivamente conoce el mal. No hay nada heroico en él, tampoco ninguna posibilidad –ni ganas– de romance con ningún personaje femenino. Lo cuenta muy bien Juan Antonio Molina Foix, traductor de la presente edición de Austral, en la colección de Letras Universales de Cátedra, desde la mirada alegórico-cristiana: el chupasangres de Stoker es el reverso de la cristiandad, su negativo, «una parodia grotesca de Cristo», y no hay belleza alguna en su proceder, todo en él resulta espeluznante, y especialmente la obscenidad en relación al sacramento de la Eucaristía cuando el monstruo se abre una vena en el pecho con una uña y fuerza a la protagonista a que beba de ella. No quedan muy atrás otros patrones secundarios invertidos como los encarnados por el loco Renfield, una suerte de tenebroso Juan Bautista en el papel anunciador de la llegada «del maestro».

Frente a la película de Coppola, donde Drácula es paradójicamente el rescatador de Mina –de una época victoriana que la aboca a un matrimonio de muerte en vida–, la historia original constituye sin fisuras una adecuada encarnación de la lucha entre los poderes de las tinieblas y la luz, del descanso eterno frente al vagar eterno.

Drácula
Autor:

Bram Stoker

Editorial:

Austral