Peregrinos de la fe - Alfa y Omega

Peregrinos de la fe

Desde el siglo IX, Santiago ha sido un lugar privilegiado para el encuentro con Jesucristo. Ese encuentro lo experimentaron los jóvenes peregrinos de la JMJ 1989. Escribe el cardenal Rouco en su última exhortación semanal con motivo de la fiesta de Santiago, Apóstol, Patrono de España:

Antonio María Rouco Varela
El cardenal Rouco, Camino de Santiago, con los jóvenes madrileños, durante la Peregrinación Europea de 2010

El 25 de julio, volvemos a celebrar la solemnidad del Apóstol Santiago: ¡una gran fiesta de la Iglesia en España y una fiesta de España! El sepulcro del Señor Santiago, muy venerada fórmula de denominarle en la milenaria tradición jacobea, ha atraído a millones de peregrinos desde todos los rincones de Europa, primero, y, de todo el mundo, ahora en nuestro tiempo, como el lugar donde se palpa el primer testimonio apostólico de la fe regado por la sangre del martirio. ¡Santiago fue el primero entre los apóstoles que derramó su sangre por el Señor! La suprema forma de dar testimonio por Jesucristo es la que se rubrica con la prueba del amor evangélicamente más grande: la del que da la vida poro sus amigos, como Jesús; mejor aún, por el mayor amigo del hombre, el Amigo del hombre por antonomasia, Jesús: el Hijo de Dios hecho hombre que muere por los hombres en la Cruz salvadora; salvadora del mayor mal que les amenaza: ¡la muerte!, ¡la muerte del alma y la muerte del cuerpo!

Fue quizás por ello, por su singularidad martirial, que el culto a Santiago, primer evangelizador de la antigua Hispania, surgiese con tanto vigor en los siglos finales del primer milenio del cristianismo y se desarrollase con un sentido religioso y penitencial espiritualmente tan renovador en los reinos hispánicos, que se sobreponían a la invasión musulmana con un empuje ya imparable en el inicio del segundo milenio de la historia cristiana. La España nueva que iba naciendo en la peregrinación a Santiago, y bajo su patronazgo, sería la que buscaba encontrarse de nuevo a sí misma en el de la fe a Jesucristo; , convertido en luz para su camino de futuro, en verdad para sus proyectos personales, culturales y políticos, y en vida auténtica renacida y alimentada en la vuelta al amor de Jesucristo: al Amor de los amores. ¿Influyó esa aureola de ser el primer apóstol mártir, además, en el fenómeno de la extensión a Europa de la peregrinación al lugar de su sepultura, que se produce casi simultáneamente a su hallazgo y culto en las tierras de la primera España medieval? San Juan Pablo II, en su primera visita a España, que culminó en Santiago de Compostela, afirmaba que Europa nace peregrinando al sepulcro del primer apóstol mártir del Evangelio.

Santiago va a ser, desde el arranque del siglo IX y hasta hoy, el lugar privilegiado por una providencia especial del Señor para el encuentro de tantos y tantos peregrinos de la fe con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, en la comunión de la Iglesia. Así lo experimentaron aquellos jóvenes peregrinos llegados a Santiago en la tercera semana de agosto de 1989 como «una inmensa riada juvenil nacida en las fuentes de todos los países de la tierra», convocados por el Papa san Juan Pablo II para la IV Jornada Mundial de la Juventud. Se trataba de una nueva generación de jóvenes de la Iglesia, que el Papa -¡el Papa de su auténtica renovación conciliar!- presentaba al Señor Santiago, diciéndole en bellísima plegaria: «Aquí la tienes (la inmensa riada juvenil) unida y remansada ahora en tu presencia, ansiosa de refrescar su fe en el ejemplo vibrante de tu vida». Era aquel un momento histórico singular para la Iglesia y el mundo necesitado de una urgente y profunda evangelización, como se pondría sorpresivamente de manifiesto dos meses y medio más tarde, el nueve de noviembre, con la caída del Muro de Berlín. Sí, la Iglesia necesitaba jóvenes que no se arredrasen ante el desafío de las nuevas formas de una cultura sin Dios, fascinantes y halagadoras, si quería responder fielmente a las nuevas llamadas de su Señor puestas tan nítidamente de manifiesto en los signos de los tiempos. El Papa les invitaría con acentos de un ardiente amor a Jesucristo a que se dispusieran a servir a sus amigos y compañeros jóvenes de todo el mundo; pero no con el espíritu del mundo, sino con el Espíritu de Cristo, por el camino que conduce a la condición de hombre perfecto. «¡No tengáis miedo a ser santos!», les gritó.

Al día siguiente a la fiesta del Apóstol de este año, el día 26, un numeroso grupo de jóvenes de nuestra archidiócesis iniciarán una nueva peregrinación a Santiago acompañados de sus sacerdotes, los obispos auxiliares y su arzobispo, para conmemorar el 25 aniversario de la IV JMJ: de aquella Jornada que marcaría tan decisivamente, el curso ulterior de las JMJ hasta la XXVI de Madrid de agosto de 2011 y la última de Río de Janeiro de julio de 2013. Los jóvenes madrileños de entonces participaron en gran número, y con una intensidad personal y comunitaria conmovedora, en aquellos días de gracia que confluirían en el recobrado Monte del Gozo de la peregrinación jacobea, 19 y 20 de agosto de 1989, reunidos en torno al sucesor de Pedro, el Papa san Juan Pablo II, para la Vigilia y para la Eucaristía. La pastoral juvenil de nuestra Iglesia diocesana, dispuesta a afrontar el apasionante reto de la evangelización de la juventud madrileña, lograba un impulso apostólico nuevo. La palabra misión ya no nos abandonaría en las décadas siguientes al plantearnos el compromiso apostólico de nuestros jóvenes católicos de Madrid de cara a los demás jóvenes, las familias y la sociedad madrileña. Ese espíritu profundamente misionero animó toda la gran y bella empresa de nuestra JMJ –una verdadera cascada de luz (Benedicto XVI)- y los dos años siguientes de Misión Madrid. Y, justamente, para que ese aliento espiritual no nos falte nunca, nos aprestamos a peregrinar a Santiago evocando esa apasionante historia vivida desde aquel inolvidable agosto de 1989, refrescando nuestra alma con la gracia nueva del Espíritu Santo y haciendo nuestras las palabras de nuestro Santo Padre Francisco que nos invita a la transformación misionera de la Iglesia, recordándonos que «Cristo es el Evangelio eterno. Él es siempre joven y fuente constante de novedad» (Evangelii gaudium, 11).

A la Virgen de La Almudena dirigimos nuestra plegaria, para que nos acompañe en la peregrinación a Santiago, 25 años después de que jóvenes madrileños –muchos de ellos, hoy, sacerdotes, religiosos, padres de familia…– hubiesen acudido a la llamada de san Juan Pablo II con un generoso y cristiano entusiasmo, que aún perdura, a fin de que siga fructificando.