¿Se encontró don Quijote con san Juan de la Cruz? - Alfa y Omega

¿Se encontró don Quijote con san Juan de la Cruz?

Tomás Álvarez
A la izquierda San Juan de la Cruz

Fantasía por fantasía, claro está que preferimos la de Cervantes a la del Quijote. Fue en el capítulo XIX de la primera parte del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha. Allí cuenta Cervantes la temerosa aventura nocturna en que el caballero de la triste figura se enfrenta con un grupo de clérigos que, armados de antorchas y vestidos con grandes camisones, transportaban, de Andalucía a Segovia, «un cuerpo muerto». Efectivamente, de Úbeda (Jaén) a Segovia habían sido trasladados, muy recientemente, los restos mortales de fray Juan de la Cruz en absoluta clandestinidad nocturna. Y en Segovia descansan todavía.

El relato de Cervantes es de los primeros años del siglo XVII. Los restos de fray Juan habían sido trasladados de Andalucía a Segovia unos diez años antes, el 1593. Aparte lo sonado del caso en tierras de la Mancha y de Castilla, ocurría que Cervantes tenía a su propia hermana monja carmelita en el Carmelo de Alcalá de Henares. Y en Alcalá de Henares había ejercido fray Juan, muy joven todavía, su ministerio pastoral. Allí, en el Carmelo de la Imagen, eran monjas la hermana de don Miguel, Luisa de Belén Cervantes y Saavedra, y su tía María.

Como es normal, Cervantes pasa la aventura del cuerpo muerto por el tamiz de la fantasía. Los portadores del «cuerpo que va en la litera» viajan rumbo a Segovia, pero no vienen de Úbeda, sino de Baeza. Y cuando Don Quijote, lanza en ristre, increpa al jefe de la cuadrilla que «¿quién mató al que llevan en la litera?», responde el interpelado que «Dios (a quien Don Quijote no podrá exigir cuentas del entuerto), Dios por medio de unas calenturas pestilentes», claro eco de las calenturillas que habían acabado con la vida de fray Juan en Úbeda.

Con todo, la coincidencia más flagrante corresponde al marco escénico de la pavorosa aventura. Cervantes lo perfila así: «…y apartándose los dos [Don Quijote y Sancho] a un lado del camino, tornaron a mirar atentamente lo que aquello de aquellas cumbres que caminaban podía ser, y de allí a poco descubrieron muchos encamisados, cuya temerosa visión de todo punto remató el ánimo de Sancho Panza, el cual comenzó a dar diente con diente… Iban los encamisados murmurando entre sí, con una voz baja y compasiva. Esta extraña visión, a tales horas y en tal despoblado, bien bastaba para poner miedo en el corazón de Sancho, y aun de su amo… Éste enristró el lanzón, púsose bien en la silla, y con gentil brío y continente se puso en la mitad del camino, alzó la voz y dijo: Deteneos, caballeros, y dadme cuenta de quién sois, de dónde venís, a dónde vais, qué es lo que en aquellas andas lleváis…» Y sigue el ataque, casi mortal, del Caballero al jefe de la cuadrilla, quedando éste tuerto de una pierna, y excomulgado aquél.

En cambio, el cronista historiador del suceso, puesto a escribir La razón de la traslación del cuerpo de nuestro padre y siervo de Dios fray Juan de la Cruz, historiaba lo ocurrido la primera noche del viaje: «Sucedióle que un poco antes de llegar al lugar de Martos caminando a más andar, de un cerro alto, apartado algo del camino, un hombre que estaba en su cumbre le comenzó a dar voces y decir que para qué llevaba el cuerpo del Sancto, que lo dejase y no lo llevase. A Juan de Medina (alguacil de la Corte, que llevaba los restos de fray Juan) se le espeluzaron los cabellos, y el cuerpo se le llenó de temor, admirado de la voz que había oído, viendo que quien aquello le decía no era persona de la tierra, porque allí naturalmente nadie lo podía saber, si no era él y sus compañeros… Pero no cesaba el hombre que le daba voces desde la cumbre del monte, que por qué llevaba el sancto cuerpo desde Úbeda, que lo dexase. Él, sin hablar palabra, proseguía su camino y llegó a Montilla y, de allí, por Córdoba, tomó el camino de Madrid».

Claro está que Cervantes no conoció el relato de esta Razón de la traslación, entonces inaccesible a un lector profano, y todavía hoy guardado en el Archivo Secreto Vaticano. Pero lo que sí resulta obvio es que el episodio póstumo de fray Juan de la Cruz había tenido resonancia en la fantasía popular, y que, a través de ésta, llegó a la de nuestro gran escritor. O, quizá, de boca de su hermana carmelita Luisa de Belén pasase directamente a la fantasía de Cervantes, quien disfrazó al difunto fray Juan para hacerlo encontrarse de noche —«a oscuras y en celada / ¡oh, dichosa ventura!»— con el andante caballero de la Mancha.