El Padre que «camina contigo y te da helado cuando es necesario» - Alfa y Omega

El Padre que «camina contigo y te da helado cuando es necesario»

El Papa y el sacerdote y periodista Marco Pozza, capellán de la cárcel de Padua, desgranan versículo a versículo la oración del padrenuestro en la nueva publicación de Romana Editorial y Librería Editrice Vaticana. Francisco se refiere, en la conversación hasta ahora inédita con el italiano, a episodios desconocidos de su vida que entroncan directamente con la oración por excelencia aprendida durante las tardes con su abuela

Cristina Sánchez Aguilar
El Papa junto a Marco Pozza durante la grabación de la conversación que ha dado lugar a este libro. Foto: TV2000.it

«Siendo obispo de Buenos Aires percibía el sentido de orfandad que viven hoy los chicos, y a menudo preguntaba a los papás si jugaban con sus hijos, si tenían el amor de perder tiempo con ellos. La respuesta, en la mayoría de los casos, no era buena. “Es que no puedo porque tengo mucho trabajo”, decían. El padre estaba ausente para ese hijo, no jugaba con él, no perdía tiempo con él». Por eso, el comienzo de la oración del padrenuestro es fundamental, porque reconoce a Dios como Padre «que guía, que da seguridad» en un mundo «que ha perdido el sentido de paternidad», asegura Francisco al inicio de la conversación inédita con Marco Pozza, periodista y capellán de la cárcel de Padua, que recoge el nuevo libro publicado por Romana Editorial y Librería Editrice Vaticana.

Al Papa le preocupa esta orfandad. Vuelve recurrentemente a ella durante la conversación, y señala que «provoca lagunas y heridas que pueden llegar a ser muy graves». Recuerda su época de pastor en Argentina, donde veía cómo «los padres no estaban, y cuando estaban, no se comportaban como padres», sino que «descuidaban sus responsabilidades, refugiándose en una cierta relación de igual a igual con sus hijos». Y advierte a los lectores: «Debes ser compañero de tu hijo, pero sin olvidar que eres el padre».

El taxi, el helado y su padre

Para ilustrar «nuestra relación con Dios, su grandeza y cercanía», el Papa recurre a un recuerdo de cuando tenía 6 años y le operaron de las amígdalas. «Entonces se hacía sin anestesia: te enseñaban el helado que te darían después, te ponían algo en la boca abierta y la enfermera te sujetaba. El médico, con unas tijeras, te cortaba las dos amígdalas. Luego te daban el helado y allí acababa todo». Después de la operación no podía hablar por el dolor. «Mi padre llamó un taxi y volvimos a casa. Cuando llegamos, mi padre pagó y yo me quedé sorprendido: ¿Por qué paga mi padre a este señor? Cuando pude hablar de nuevo, dos días después, le pregunté: “¿Por qué le pagaste a aquel señor del coche?”. Él me explicó que era un taxi. “¿No era tuyo el coche?”, respondí. ¡Pensaba que mi padre era el dueño de todos los coches de la ciudad!». Pues bien, «Dios es inmenso, pero como Padre, camina contigo y cuando es necesario, te da también el helado».

Santificar el nombre de Dios

Decimos que tenemos un Padre, pero «vivimos muchas veces como personas que no creen en Dios ni en el hombre», afirma Francisco cuando llega a desgranar la parte de la oración en la que santificamos el nombre de Dios. «Vivimos haciendo el mal, en el odio, en la pugna, en las guerras. ¿Es santificado el nombre de Dios en los cristianos que luchan entre sí por el poder? ¿Es santificado en la vida de los que contratan un sicario para librarse de un enemigo? ¿Es santificado en la vida de aquellos que no cuidan de sus hijos? Así no se santifica el nombre de Dios», asegura.

Pero el nombre de Dios «es misericordia, lo perdona todo». E ilustra esta afirmación con una anécdota ocurrida en Buenos Aires, en una Misa para enfermos con la imagen de la Virgen de Fátima. «Fui como obispo a confesar» y antes justo de levantarse para marchar, «llegó una señora pequeñita, simple, toda vestida de negro como las campesinas del sur de Italia cuando están de luto, pero sus espléndidos ojos iluminaban su rostro». «“Usted quiere confesarse, pero no tiene pecados”, le dije. Ella, portuguesa, contestó: “Todos tenemos pecados”. “Esté atenta, entonces, quizá Dios no perdona”. “Dios perdona todo”, dijo con seguridad. “Y usted, ¿cómo lo sabe?”. “Si Dios no perdonara todo, el mundo no existiría”. Habría querido decirle: ¡Usted ha estudiado en la Gregoriana! Es la sabiduría de los sencillos, que saben que tienen un padre que siempre les espera. Dios no espera a que tú llames a su puerta, es Él quien llama a la tuya. Él nos primerea».

El pan no se tira

El Papa aprendió el padrenuestro de su abuela y recuerda, cuando llega al versículo «danos hoy nuestro pan de cada día», cómo «cuando sobraba el pan en la casa, las abuelas y las madres lo remojaban en leche y hacían una tarta o cualquier otra cosa. Pero no se tira el pan». El pan de la «Eucaristía es Jesucristo, alimento y medicina», pero también, observa, no debemos dejar de «pensar en tantas personas que no tienen el pan físico […]. Cuando era niño, en casa, cuando el pan se caía, nos enseñaban a cogerlo inmediatamente y besarlo; jamás se tiraba el pan. El pan es símbolo de la unidad de toda la humanidad, es símbolo del amor de Dios por ti, el Dios que te da de comer».

También el Papa regala al lector la imagen que contempla cada día en su despacho, «porque me ayuda a meditar» sobre la ofensa, el perdón y la vergüenza de verse pecador: es la imagen de un capitel de la basílica de Santa María Magdalena en Vézelay, en la Borgoña francesa. «Por un lado está Judas ahorcándose y en el otro está el Buen Pastor que lo carga sobre sus hombros y lo lleva con él. En los labios del Buen Pastor hay un atisbo de sonrisa, no digo irónico, pero sí un poco cómplice. Hay muchas maneras de avergonzarse. La desesperación es una, pero debemos tratar de ayudar a las personas desesperadas a encontrar el auténtico camino de la vergüenza, y que no acaben como Judas».

Finalmente, pide «valentía para rezar el padrenuestro. Digo: poneos a decir «papá» y a creer realmente que Dios es el Padre que me acompaña, me perdona, me da el pan, me viste aún mejor que las flores del campo. Atreverse, pero todos juntos. Por eso rezar juntos es tan bello, porque nos ayudamos unos a otros a atrevernos».

Padre Nuestro. Comentario a la oración que Jesús enseñó a sus discípulos
Autor:

Papa Francisco

Editorial:

Romana Editorial

Año de publicación:

2017

Páginas:

144

Precio:

18 €