Cuando el dolor está prohibido - Alfa y Omega

Cuando el dolor está prohibido

La norma social nos dice que las que vamos a vivir no son fechas para la muerte, aunque debamos irremediablemente convivir con ella. Y es importante en ese sentido dar espacio para la expresión y la manifestación del duelo, sobre todo en aquellos casos que se viven en soledad al estar de algún modo estigmatizados. Son los duelos prohibidos, cuyo acompañamiento promueven los religiosos camilos y varias diócesis españolas a través de centros de escucha. La clave, poner a la persona en el centro y escucharla sin juzgar, también a la que ha actuado objetivamente en contradicción con la moral cristiana

Fran Otero
Foto: Pixabay

Perder a un ser querido siempre es un golpe a la estabilidad de cualquier persona, que se agrava si estamos a las puertas de una fecha como la Navidad. Y todavía más si ese duelo, que la mayoría de las personas hacen de forma natural con la ayuda del entorno, está de algún modo estigmatizado o silenciado. Es el caso de Juan (nombre ficticio), de 25 años, homosexual, de familia «muy controladora». Tenía un miedo terrible a que sus padres descubriesen su orientación sexual y, por eso, se casó con una mujer, cuyo matrimonio duró 20 días. Al mismo tiempo, Juan mantenía una relación con un hombre que, a los cuatro meses, falleció.

¿Cómo acompañar un caso así? Consuelo Santamaría, doctora en Filosofía y Ciencias de la Educación, experta en counselling e intervención social, profesora del Centro de Humanización de la Salud y voluntaria del Centro de Escucha de los religiosos camilos, le ayudó a superar esta situación. «Fue un duelo terrible –dice–. No hablaba, no compartía nada. Solo sufría. La culpa no le facilitaba seguir adelante. Sentía que su vida había sido un engaño, que había traicionado tanto a su mujer como a su amante. Se culpaba también por no haber sido capaz de decir la verdad», explica.

Para esta experta en counselling, fue sin un duda de los casos más difíciles que le han llegado nunca: «Puedes imaginar la maleta tan terrible que este chico llevaba a cuestas. Verdaderamente, si lo ves desde una perspectiva humana, es una injusticia que no pueda expresar lo que siente, lo que desea vivir, por miedo. Tampoco lo pudo hacer cuando murió su pareja. Si lo pudiese haber hecho, no hubiese llegado hasta donde llegó…». Con el paso del tiempo y la ayuda de Consuelo, Juan fue cogiendo fuerza, siguió sin ser capaz de expresar a sus padres todo lo que había pasado, pero les escribió una carta y se marchó a Latinoamérica para poner tierra de por medio.

El caso de este joven es uno de los llamados duelos prohibidos. Se llaman así porque, de alguna manera, no están socialmente aceptados en un entorno. Junto a estas situaciones, aparecen otras como la muerte de un amante con el que se estaba siendo infiel a un esposo, la muerte por sida o la pérdida de un hijo por aborto, ya sea natural o provocado.

Características

Tienen todos características comunes: no se manifiesta el duelo públicamente y, por tanto, no reciben apoyo y contención social. Se produce un aislamiento de estas personas, que se sienten desestabilizadas pero no lo pueden compartir, sino que deben mantener la compostura. Sara Castro, psicóloga del Centro de Escucha San Camilo de Zamora, que acogió hace unas semanas una jornada sobre este tipo de duelo, explica que en estos casos «uno no tiene con quien expresarlo y, por tanto, no recibe apoyo. La soledad ya es dura por sí misma, más aún cuando se produce en medio de un duelo y todavía peor si le añadimos sentimientos de incomprensión, vergüenza o culpa».

Foto: REUTERS / Kim Kyung-Hoon

La clave para abordar este tipo de duelo reside, según Consuelo Santamaría, en tener claro el «valor sagrado del dolor de una persona». Y añade: «Hay que mirar a la persona y no a lo que hace. Además, cuando escuchas a personas en esta situación, si no las aceptas ellas lo huelen, y para que se pueda sanar uno tiene que sentirse aceptado, no juzgado».

Sara Castro ahonda en esta reflexión: «Hay que acompañar desde el respeto, sin juicios, tratando como sagrado el dolor de las personas y ayudándolas para que elaboren ese duelo y lo puedan expresar».

La psicóloga del centro zamorano pone el foco en el duelo por aborto que, según dice, se trabaja de una manera particular. En el aborto natural, «no es que pierdas a tu hijos, que ya es de por sí muy duro, sino que se mueren muchas ilusiones. Además, en ocasiones, las madres no han podido verle la cara del bebé ni tener constancia de cómo es, ni disponen de un lugar a donde acudir para sentirle más cerca», explica. Por eso, en muchos hospitales, voluntarios y asociaciones acompañan a estas mujeres y les ofrecen recursos para poder tener referencias de ese bebé perdido.

Consuelo Santamaría relata la incomprensión que estas mujeres reciben del personal sanitario, que lo único que les dicen es que «no se preocupen, que ya vendrá otro, porque la máquina funciona». «Esto es terrible, porque sienten que nadie las entiende y se aíslan», explica. En el caso de los abortos provocados, el sentimiento de culpa se acentúa todavía mucho más y a veces aparece muchos años después porque no se había reconocido que esa situación había generado un dolor y no se había elaborado el duelo.

Una propuesta de Iglesia

En la humanización de la salud y la escucha sana llevan muchísimos años trabajando desde el Centro de Humanización de la Salud de los religiosos camilos, aunque en los últimos tiempos esta corriente se va extendiendo más y más. Por ejemplo, en Santiago de Compostela, la Delegación de Pastoral de la Salud y Apostolado Seglar ha llevado a su diócesis, concretamente a Pontevedra, tres cursos pioneros en la región sobre intervención en duelo que comenzaron este mes y se prolongarán hasta abril de 2018.

«El Centro de Escucha que tenemos en Zamora es un centro religioso, que pertenece a la Iglesia, pero que está abierto a cualquier persona. De hecho, hay personas creyentes que nos llegan muy enfadadas con Dios por lo que les ha pasado. Pero una vez son acogidas y ven que nadie les dice lo que tienen que hacer, que las respetamos, la cosa cambia. También hay gente que nunca ha tenido contacto con la Iglesia, pero nos dicen que aquí se sienten acogidos», explica Sara Castro.

Atender a la persona en momentos de gran necesidad y de esta manera hace que resplandezca, sobre todo, el rostro de madre de la Iglesia, sin que ello suponga de ningún modo cuestionar la doctrina. Concluye la psicóloga: «Por encima de todo está la persona. Y la misericordia de Dios es eso, sentirse acogido en su regazo. Creo que la escucha y la atención a personas en estas circunstancias es una forma de evangelizar tremendamente rica y gratificante. Si la persona se siente acogida por la Iglesia en esos momentos, la evangelización es muy fuerte».

Claves para acompañar

Explica Consuelo Santamaría, voluntaria del Centro de Escucha San Camilo, que lo primero es aceptar a la persona sin juicios, aceptar su dolor y no compararlo con otros. Dejar que exprese, que relate sus emociones, para evaluar en la situación en la que está. «La palabra clave es la aceptación y desde ahí ayudar al fortalecimiento de la persona en todas sus dimensiones. La muerte de un hijo o de una pareja deja un vacío tremendo. Hay que encontrar el sentido, recolocar al difunto y caer en la cuenta de que hay otra presencia, que no es física sino interior, que es un derecho propio y que nada ni nadie nos puede quitar», añade. En este sentido, el método de trabajo, que encuentra base en la psicología humanista, es la escucha sana, que pone en el centro a la persona. Se va trabajando por fases, desde la primera, de shock, pasando por la de la negación, la de la aceptación, hasta que se recoloca al difunto para seguir viviendo.

Un problema patológico

Los prohibidos se enmarcan dentro de lo que los expertos llaman duelos complicados, que son consecuencia de un proceso en el que no se ha elaborado ese duelo y termina constituyendo un problema psicológico serio. «Puede venir por muchas vías. Hay riesgo de duelo complicado en muertes múltiples como, por ejemplo, accidentes en el que mueren muchos miembros de una familia o en el caso de desaparecidos. Es un predictor de que se puede complicar la elaboración de ese dolor», explica Consuelo Santamaría. También se puede complicar un duelo por la propia naturaleza del doliente, que tiene dificultad para aceptar la muerte y todo a su alrededor está teñido de soledad, tristeza, culpa… «Este duelo suele durar en el tiempo y pueden acabar en depresión si no se es capaz de controlarlo. Lo normal es que, al acudir a un grupo de duelo, a partir del sexto o séptimo mes las cosas vayan mejor. Pero me he encontrado casos como el de una mujer que, 25 años después de la muerte de su hija, todavía no la había superado y seguía con la fantasía de que su vida iba a volver. Entran en un proceso muy patólógico», concluye Santamaría. Por eso, también se los conoce como duelo patológico.