1915-2015: cien años de las Paulinas - Alfa y Omega

1915-2015: cien años de las Paulinas

El 15 de marzo de 1953, el Vaticano reconoció de forma oficial a las Hijas de San Pablo, conocidas popularmente como las Paulinas, como Congregación religiosa de Derecho Pontificio y les encomendaba la «difusión y divulgación de la doctrina católica mediante el apostolado de las ediciones, o sea, la prensa, el cine, la radio, la televisión y los otros medios más rápidos y eficaces que el progreso humano y las necesidades y condiciones de los tiempos requieren»

José María Ballester Esquivias

La decisión pontificia la oficialización canónica de un encargo que las Hijas de San Pablo, venían desempeñando con éxito desde hacía cuarenta años. Una labor que en el caso de las Hijas de San Pablo no hubiera sido posible sin el concurso decisivo de Teresa Merlo, sor Tecla, mano derecha del fundador de la familia paulina, el Beato Giacomo Alberione, desde que se conocieron el 27 de junio de 1915, hace ya un siglo.

Ese día, la joven Teresa, que entonces contaba con 21 años y oficiaba como costurera. Acompañada por su madre –, Teresa aceptó la propuesta del padre Alberione. Comenzó en compañía de pocas jóvenes, todas ellas dedicadas a coser ropa para los soldados con Don Alberione que le proporcionaron instrucción religiosa, orientación en el trabajo, en la oración, en la vida.

Un año antes de este encuentro, el obispo de Alba (Italia), monseñor Francisco Re, había confiado al padre Alberione la dirección del periódico diocesano Gazzetta d’Alba. Si embargo, el joven sacerdote no tenía en mente una labor rutinaria: más bien quería movilizar a religiosos para que utilizasen las nuevas técnicas de difusión para anunciar el Evangelio potenciar las tareas de apostolado.

Por entonces, suponía una osadía que los religiosos de dedicasen a esas tareas; pero el joven sacerdote no solo no desistió, sino que también proyectaba implicar a la mujer, convencido que estaba que su papel no tenía por qué limitarse al ámbito familiar.

De ahí que en 1918, al finalizar la Primera Guerra Mundial –en la que Italia participó junto a los aliados–, el padre Alberione enviase a algunas de sus jóvenes, Teresa entre ellas, a hacerse cargo de la Valsusa, un semanario católico que se distribuía en la zona alpina fronteriza con Francia.

Teresa –que en 1916 había profesado sus votos privados- y sus compañeras se pusieron, nunca mejor dicho, manos a la obra, y junto a los trabajos propios de un periódico –redacción, composición e impresión– también se dedicaron a la venta de libros. Así nacían los rasgos definitorios de la familia paulina, que aún perduran.

Es importante contextualizar históricamente estos acontecimientos, pues el conflicto bélico que empezó en 1914 tuvo como consecuencia en Italia el progresivo retorno de los católicos a la vida pública del país; en efecto, debido a la agresividad antipapal en que se produjo la unificación de Italia, Pío IX prohibió a los católicos, a través del Non Expedit, colaborar con las instituciones del nuevo Estado. Pero poco a poco, las tensiones se fueron suavizando.

La Biblia, en todos los hogares

El 22 de julio de 1922, el Padre Alberione anunció a las Hijas de San Pablo que Teresa sería su superiora general; en principio por doce años, pero de hecho sería para el resto de sus días. Para entonces, Teresa ya había adoptado el nombre religioso de sor Tecla, en memoria de la mártir que lo abandonó todo para seguir al apóstol San Pablo.

A lo largo de su vida, sor Tecla puso en práctica, de acuerdo con las exigencias de su tiempo, las enseñanzas del Apóstol. Según su biógrafa Gabriella Collesei, «siguiendo el ejemplo de San Pablo, las Hijas están llamadas a abrirse para acoger a todos los pueblos y culturas, con el deseo de hacer todo a todos con tal de predicar la buena noticia del Señor Jesús».

Y lo hicieron a través de otra de las aportaciones novedosas del padre Alberione a la comunicación católica: la edición masiva de la Biblia para que llegase a todos los hogares. Hasta 1924, año en que el sacerdote se decantó por esa arriesgada decisión, los fieles solo sabían de las Sagradas Escrituras en las parroquias. Existía el temor de que su lectura sin mediación eclesial generara interpretaciones erróneas. Pero Alberione y sor Tecla supieron, una vez más, ver más allá.

Asimismo, los paulinos plasmaron esas premisas en el semanario Famiglia Cristiana –fundado da las paulinas en 1931 y que a día de hoy sigiue siendo el más leído de Italia–, cuyo lema es «hablar de todo cristianamente», es decir, sin tapujos ni complejos ni mentalidad beata. Alberione decidió que la gestión de esa publicación correría a cargo de la rama masculina de la familia paulina.

Por eso, sor Tecla, puso un especial empeño en la revista Cosí (Así), fundada en 1955 y destinada a las jóvenes mujeres. «Que se hable ya de la revista entre nosotras, que se hable también en la librería, en la propaganda; que se estudien todos los medios de difusión, todas las modalidades para llegar a colegios, institutos, parroquias… que ninguna se quede al margen», decía.

Cosí venía a sumarse a otras cabeceras paulinas como Via Veritá e Vita –centrada en la formación de los que se dedican a la catequesis y a la pastoral–, Il Giornalino y Vita Pastorale. Tampoco conviene olvidar la inmensa labor que las paulinas han desarrollado en el campo audiovisual, muy especialmente en el cinematográfico.

Consolidada la obra en Italia, Alberione y sor Tecla la expandieron por todo el planeta: la monja, por ejemplo, llegó a viajar a lugares tan alejados de Europa como Brasil, China, Estados Unidas, Chile o Filipinas.

En suma: que el Padre Alberione y sor Tecla revolucionaron la comunicación en clave católica, aportando más que un grano de arena a la Doctrina Social de la Iglesia. San Pablo no lo hubiera hecho de otra forma.

Llegados a este punto, cuesta entender que por poco estuvo sor Tecla de no ser monja: su vocación religiosa fue precoz y de niña llegó a postular a una congregación turinesa, pero su candidatura fue rechazada debido a su salud precaria. Por eso, su trayectoria es un claro testimonio de cómo Dios no abandona –y también da una segunda oportunidad– a quienes de verdad desean seguirle.

A pesar de su precaria salud, sor Tecla pudo vivir el tiempo suficiente para ver cómo el Concilio Vaticano II consagró doctrinalmente, a través del decreto Inter Mirifica, la necesidad de evangelizar a través de los medios de comunicación. El 5 de febrero de 1964, Sor Tecla entregó su alma a Dios. En 1991, san Juan Pablo II la proclamó venerable.