Mujercitas. Rebeldes y navideñas - Alfa y Omega

Mujercitas. Rebeldes y navideñas

Maica Rivera
Fotograma de la película de 1949

A punto de cumplirse 150 años de la publicación de esta popular novela, la televisión británica estrenó el martes la esperada miniserie inspirada en ella y Penguin Clásicos la propone en su versión íntegra, como se editó por primera vez en América, con las ilustraciones de 1880 a cargo de Frank T. Merrill. Desde entonces, muchas generaciones han disfrutado las peripecias de las hermanas March, en las que la sencillez constituye la clave de la atemporalidad. Louisa May Alcott, discípula aventajada de Thoreau, se limita a narrar las vivencias cotidianas, con la guerra de Secesión como telón de fondo, de Meg (Margaret), Jo (Josephine), Beth (Elizabeth) y Amy. Las cuatro jóvenes, en el seno de una familia de mermados recursos económicos y con el padre en la contienda, trabajan, estudian, sueñan y se divierten, con pasión y afán de superación, y con ello son para nosotros casi un tratado de la adolescencia de la segunda mitad del siglo XIX, que merece especialmente la pena recuperarse en estas fechas.

El primer cuadro costumbrista, de dulce paz casera, no podría ser más sugerente: las March tejen en la penumbra de una tarde de diciembre, mientras fuera la nieve cae mansa y en el interior, una acogedora sala de estar con estantes rebosantes de libros, crepita alegremente el fuego del hogar. Refunfuña Jo, que «sin regalos, la Navidad no será lo mismo». Pero, contra todo pronóstico, viniendo la queja de una fiera quinceañera en plenas festividades, lo que leemos a continuación es un inesperado despliegue de complicidad fraterna: las March renuncian a los pequeños deseos personales (libros, partituras, lápices de colores…), bien merecidos, para destinar por unanimidad los cuatro dólares recaudados a la compra exclusiva de regalos para la madre. Después, alentadas por la progenitora, cederán su desayuno de Navidad a unos niños mucho más pobres, explícitamente satisfechas de celebrar el amor al prójimo. Y en esta línea, con la misma naturalidad, se van sucediendo acciones que supondrían en nuestra época pequeños pero auténticos actos revolucionarios, antisistema, de rebeldía –con causa– en tanto que implicarían ir a la contra y salir de la zona de confort con máxima frescura. Está claro que la resuelta Jo March, cuyo amor por la escritura tanto disfrutamos, sigue siendo una protagonista inspiradora como nunca jamás lo ha sido ni podrá serlo, por ejemplo, la ridícula aprendiz de periodista Anastasia Steel de las Cincuenta sombras de Grey.

Hay que aguardar en el libro a que llegue la siguiente Navidad para que todo ese derroche de generosidad de las muchachas (riámonos de los «personajes femeninos fuertes» tal y como se prefabrican editorialmente ahora) sea compensado con creces, y no solo con el primer vestido de seda de Meg, ni solo con el deseado ejemplar de Undine und Sintram para Jo. Porque se merece un premio mayor que la apocada Beth haya vencido su timidez; que la egoísta Amy sea capaz de pensar en los demás con más paciencia y mejor humor; que la presumida Meg haya sacrificado su vanidad y la blancura de sus manos a cambio de ennoblecerse con trabajo duro, y que Jo haya dejado atrás soberbia y malos modos para madurar hacia una mujer valerosa y de buen corazón. La recompensa es simple, clara, doméstica y contundente, una vez más: la reunión de la familia al completo, sanos y salvos después de altos riesgos de tragedia, en una hermosa comida de 25 de diciembre.

Mujercitas
Autor:

Louisa May Alcott

Editorial:

Penguin Clásicos