Un pastor diligente - Alfa y Omega

Un pastor diligente

Hablar de Don Marcelo –así, sin apellido alguno– es hablar de una de las más relevantes figuras de la Iglesia en España del siglo XX. Su personalidad se ve agrandada con el paso del tiempo. Escribe sobre su figura el obispo de Mondoñedo-Ferrol

Manuel Sánchez Monge
Don Marcelo saluda a los fieles de Talavera de la Reina (Toledo)

En la villa palentina de Fuentes de Nava, donde nací y tuve el privilegio de gozar de su amistad, pasó a la Casa del Padre don Marcelo González Martín, cardenal de la Santa Iglesia, a los 86 años de edad, lleno de paz y rodeado de los suyos. Fue enterrado en Toledo, de cuya sede era arzobispo emérito, el día 28 de agosto, fiesta de San Agustín, de cuya iglesia en Roma era titular.

Recuerdo personalmente a Don Marcelo como sacerdote infatigable en Valladolid. Acudía en mi infancia, de la mano de mi padre, a escuchar sus sermones en la catedral, repleta de oyentes. Don Marcelo fue siempre un gran apóstol de la predicación, como sacerdote y como obispo. Predicó más de 10.000 sermones, en los lugares más diversos y ante los más variados auditorios. También fue prestigioso profesor en el Seminario y en la Universidad de Valladolid. Allí se le recuerda como el alma de un proyecto de viviendas sociales en el barrio de San Pedro Regalado, que hoy acogen a un millar de familias.

Don Marcelo nació en Villanubla, en 1918, y era castellano por los cuatro costados. Hombre de una sola pieza: sincero, trabajador, amigo leal, acostumbrado al sacrificio, enemigo acérrimo de la falsedad y de la componenda, con el corazón siempre abierto para querer con amor de padre y de madre a la vez. Por donde quiera que pasó, fue dejando huellas indelebles de su acusada personalidad, rica y enriquecedora. En las tertulias diarias con algunos sacerdotes y seglares en Fuentes de Nava, revivía y compartía hechos y acontecimientos que, en su dicción tan pulcra, siempre precisa y exacta, nos embelesaban a todos.

La piedad de Don Marcelo era profundamente cristocéntrica. Cristo, verdadero Dios y hombre verdadero, ocupaba el centro de su corazón. Su devoción, tierna y recia a la vez, a la humanidad de Cristo era seguramente herencia de santa Teresa de Jesús, la mística castellana a la que él tanto amaba. Al final de sus días escribió, como última voluntad, esta confidencia íntima con Jesucristo, su hermano, su amigo, su Señor: «¡Oh Jesús, amado Jesús, Hijo de Dios, hermano de los hombres, Redentor de la Humanidad! Estoy contento de haberte ofrecido mi vida, porque Tú me llamaste. Ahora que llega a su fin, recíbela en tus manos como un fruto de la humilde tierra, como si fuera un poco del pan y del vino de la Misa; y preséntala al Padre, para que Él la bendiga y la haga digna de habitar junto a tu infinita belleza, perdonando mis faltas y pecados, cantando eternamente tu alabanza, lleno mi ser del gozo inefable de tu Espíritu».

El amor y la fidelidad a la Iglesia fueron siempre santo y seña en la vida de Don Marcelo, en todo momento y sin fisuras. Las miserias de la Iglesia de Cristo, formada al fin y al cabo por personas humanas, nunca le ocultaron su grandeza de Esposa fiel de Jesucristo. El amor a la Iglesia ha sido su pasión. «Una nota constante –escribió el cardenal Gantin– advierto en toda la labor episcopal del cardenal González Martín: su profundo y fino sentido de Iglesia, el amor a la santa Iglesia de Cristo. Es como el eje constante de toda su vida y de toda su acción. La Iglesia como misterio de la salvación, como sacramento de la infinita sabiduría divina, con su inmensa e inabarcable grandeza, y también con las inevitables páginas, a veces oscuras, de su necesaria vertiente humana». Y, por fin, la devoción a la Virgen María. Amaba a la Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra, con ternura, como se quiere a la mejor de las madres… Predicaba sus rasgos maravillosos y la amaba de verdad en sus diversas advocaciones.

Pastor conforme al corazón de Dios

Pastor diligente, le declaró con toda razón y conocimiento de causa el Papa Juan Pablo II en el telegrama de condolencia. «Pastor bueno conforme al corazón de Dios, amó mucho a su pueblo, en cuyo beneficio no escatimó esfuerzo alguno ni sacrificio, en los distintos lugares en que ejerció su ministerio pastoral», ha dicho de él el cardenal Cañizares. Como sacerdote entusiasta y como obispo dinámico, estrenaba siempre iniciativas. Colegios de la Iglesia en Astorga, Facultad de Teología en Barcelona, potenciación de Cáritas, un Seminario nuevo y libre en Toledo, revisión y actualización de la Liturgia Hispana, nuevas parroquias…: son frutos madurados de su corazón de pastor solícito y preocupado por su grey.

Recuerdo a Don Marcelo con admiración, respeto y cariño. Su persona y su acción evangelizadora me inspiran para el ejercicio del ministerio episcopal, como a otros muchos obispos de España hoy. Que desde el cielo nos alcance del Pastor Bueno las gracias que todos necesitamos.