La casa que se cae - Alfa y Omega

La casa que se cae

Maica Rivera

Los Breakstone hacen ostentación de ser la familia perfecta, con una vida ideal, de alto confort, en Manhattan, y vacaciones de lujo en la isla de San Bartolomé. Sin embargo todo es mera apariencia, como se nos detalla sin pudor desde la primera página. La trastienda del éxito esconde un hogar inconsistente, embargado de temores, porque se ha construido sobre cimientos frágiles con el dinero como piedra angular. Solo cabe esperar que caiga. De tal manera que el anecdotario cotidiano nos acaba dando una suerte de adaptación contemporánea, en barrio residencial, del cuento de los tres cerditos a la inversa: será al tercer soplido cuando acontezca el derrumbamiento de paredes, tras dos conatos de crisis doméstica. Pero la debacle no la provocará tanto el fracaso profesional de los cónyuges y su miedo a la pérdida de estatus en el escalafón social como la nueva amenaza que les supone la entrada en escena de un expresidiario con «mirada de depredador», Bobby Klasky, orbitando alrededor de la hija.

A Karen la conoceremos a fondo como ama de casa irremediablemente insatisfecha, abocada a la cirugía estética entre frecuentes ataques de pánico e, incluso, algunos impulsos suicidas. Del cabeza de familia, Mark, sabremos que está marcado por la muerte de su hermana anoréxica y por una infancia solitaria, circunstancias unidas, desoladoras, de las que nunca dejará de arrastrar un pesado fardo de inseguridades. A esta pareja, que no parece en ningún momento amarse demasiado, el nacimiento de la preciosa Heather, de inteligencia emocional y empatía fuera de lo común (ni educadas ni heredadas de nadie, aquí flojea la cosa argumentalmente), la coloca en el disparadero de una patética competición por la atención filial que explota en una adolescencia complicada y el progresivo enfriamiento de las relaciones entre todos. De lo que ninguno de los progenitores se apercibe en la batalla por el favor de Heather es del secreto mejor guardado de esta: se esfuerza cada día por esconder una honda melancolía bajo su eterna sonrisa de niña mimada. La sobreprotección que ejercen sobre ella, por separado, acaba creando un círculo vicioso de incomunicación en la familia que ya está comatosa a la llegada del factor externo detonante del conflicto final: Bobby, hijo de madre drogadicta, mentiroso con tendencias psicópatas, a quien se nos presenta como una criatura deleznable pero, a su vez, como víctima de una sociedad que le condena desde la cuna al desamparo porque se ceba con los más desafortunados. El joven marginal se une al club de los obsesionados con Heather, quien, insólitamente, es la voz crítica ante el conflicto de clases y las injusticias sociales. Directo, demasiado insolente para la materia sensible que aborda, a lo que Matthew Weiner, el creador de la serie Mad Men, nos invita en su debut literario es exactamente a lo mismo a lo que viene haciendo hasta ahora, a sentarnos tranquilamente con unas palomitas en nuestro sofá favorito. Esta vez para asistir a la tragedia posmoderna. Y se queda tan pancho.

La moraleja, nada que Khalil Gibrán, una vez más, no contara de forma más hermosa: no pongas tu corazón en nada que te pueda ser arrebatado.

Absolutamente Heather
Autor:

Matthew Weiner

Editorial:

Seix Barral