Por qué no es tan fácil desmontar las fake news - Alfa y Omega

El Reino Unido ha puesto en marcha esta semana una agencia para combatir las campañas de intoxicación informativas, las llamadas fake news. El asunto se debate igualmente en el Senado norteamericano, y la UE ha designado a un grupo de expertos para estudiar cómo hacer frente a un fenómeno con repercusiones políticas muy graves, como se ha visto en los intentos de manipular las presidenciales de EE. UU., la campaña del Brexit o el proceso soberanista catalán.

Pero el fenómeno de las llamadas fake news es más complejo que la simple difusión de falsedades. Lo describió a la perfección el entonces candidato Donald Trump cuando, en un acto de campaña, dijo aquello de: «Podría pararme en mitad de la Quinta Avenida y disparar a la gente y no perdería votantes». Hasta ese punto ha calado su mensaje de que todo lo malo que se publica sobre él son invenciones de la prensa de izquierdas. El efecto que consiguen ese tipo de informaciones en su base electoral es un cierre de filas aún mayor en torno a su líder.

Uno de los fenómenos más llamativos de los últimos tiempos es comprobar como, en la que se ha llamado la sociedad de la información, a menudo los prejuicios llegan a ser tan fuertes que inmunizan a la persona frente a la realidad y sellan sus oídos frente a los argumentos del otro. Por eso, en su mensaje para la Jornada de las Comunicaciones Sociales, el Papa explica que el problema de las fake news es más complejo que la simple propagación de mentiras. Tiene que ver con «estereotipos y prejuicios extendidos dentro de un tejido social», que hábilmente manipulados, suscitan emociones «como el ansia, el desprecio, la rabia y la frustración». En definitiva, esa «insidiosa y peligrosa» forma de «seducción» es posible en un contexto previo de unas audiencias –y una sociedad– muy fragmentadas.

El presidente de la Comisión de Medios de Comunicación Social de la Conferencia Episcopal Española aludía durante la entrega de los premios ¡Bravo! a la vertiente técnica del problema, al explicar que «las redes aprenden nuestra forma de pensar y empiezan a ofrecer contenidos adecuados a lo que somos y lo que creemos, recortando notablemente realidad». Son los «filtros burbuja». En lugar de abrirnos al mundo, internet nos encierra así en compartimentos estancos, dificultando el conocimiento del otro. Quien piensa de forma distinta a nosotros se convierte en un desconocido, cuando no en un enemigo.

Pero además de los algoritmos de Google está la tentación de aislarse en la comodidad del propio grupo, sin exponerse a relacionarse con quienes podrían provocar que se tambalee mi visión del mundo en algún aspecto. Por eso el Papa advierte de que la «liberación de la falsedad» no es simplemente una cuestión teórica. De nada sirve lanzarle un mensaje a quien no lo va a escuchar. «La verdad –dice Francisco– no se alcanza realmente cuando se impone como algo extrínseco e impersonal; en cambio, brota de relaciones libres entre las personas, en la escucha recíproca». Solo ese acercamiento al otro es capaz de derribar los muros de los prejuicios. Y para eso, antes que grandes sabios, lo que se necesitan son «personas que, libres de la codicia, están dispuestas a escuchar y permiten que la verdad emerja a través de la fatiga de un diálogo sincero».