«Todo el mundo te busca» - Alfa y Omega

«Todo el mundo te busca»

V Domingo del tiempo ordinario

Daniel A. Escobar Portillo
Foto: REUTERS/Ricardo Moraes

Tenemos ante nosotros un episodio en el cual no solo se nos narra el programa de una jornada del Señor, sino que al mismo tiempo se nos condensa simbólicamente toda su misión. La liturgia de hoy se sirve del recurso al contraste para mostrar que el Reino de Dios ha llegado efectivamente. Para ello podemos poner en paralelo la primera lectura con el Evangelio. En Job, libro sapiencial, escrito en torno al siglo V a.C., se plantea el problema de la existencia del mal en el mundo. En realidad, no es necesario recurrir a este personaje, modelo de paciencia, para constatar los sufrimientos de la vida y lo rápido que pasan nuestros días. Aun así, el escuchar a Job hoy favorece que el mensaje optimista del Evangelio resalte más. Frente a la cruda realidad y días que se van consumiendo sin aparentes frutos, Jesús nos presenta en Él mismo la solución al dolor y al sufrimiento del hombre. Hay una frase que refleja con simplicidad el modo de aproximación de Dios al hombre: cuando Jesús se acerca a la suegra de Simón, que estaba en la cama con fiebre, el evangelista dice que el Señor «se acercó, la cogió de la mano y la levantó».

Levantar a la humanidad caída

La suegra de Pedro puede ser vista hoy como el modelo de la humanidad, beneficiaria de la acción de Cristo en el mundo. Jesús se encuentra con el hombre postrado por múltiples situaciones. De hecho, más adelante el relato continúa con la alusión a más curaciones de enfermos y de endemoniados.

Es aquí donde entra en juego el pasaje de Job. Podemos ver en los enfermos y endemoniados que rodean al Señor a personas que andan sin rumbo y sin ver resultado alguno a sus fatigas de años. En definitiva, personas que viven sin ninguna esperanza. No hay que irse a los tiempos de Jesús para pensar en personas que viven hastiadas y que han perdido toda ilusión por la vida, sea por la enfermedad, por el sufrimiento, por la soledad o por verse inútiles por la edad. A ellos es a quienes el Señor se acerca, coge de la mano y levanta. Aunque lo sabemos, conviene recordarlo: cuando escuchamos la Palabra del Señor en la celebración, esta se hace actual. No leemos la Biblia como quien está ante una mera narración histórica. La obra de salvación de Dios sigue sucediendo en el aquí y ahora de la celebración y de la vida concreta.

Ser curados para servir

¿Qué es necesario, entonces, para que la situación del hombre caído pueda cambiar? En primer lugar, presentarse al Señor como lo que somos, enfermos ante él. Cada uno puede poner nombre a sus enfermedades. Más arriba se han enumerado algunas de ellas. En segundo lugar, hay que saber que, cualquiera que sea nuestra situación, el Señor tiene la capacidad de levantarnos y volvernos a dar la vida. No es casualidad que Marcos utilice aquí el mismo verbo para levantar que utilizará para aludir a la resurrección. En tercer lugar, también el hombre curado tiene una misión que realizar. El pasaje no concluye sin más, sino que afirma que cuando la suegra de Pedro fue curada «se puso a servirles». No somos curados para quedarnos quietos, sino para colaborar en la obra de salvación del Señor. Precisamente uno de los rasgos de la misión del Señor es no esperar a que la gente acuda a Él, como era habitual en la tradición bíblica anterior, sino salir él al encuentro. Lo mismo se nos pide a nosotros.

Por último, no puede pasar desapercibido que Jesús compagina su actividad con la oración. No estamos ante una anécdota independiente del resto del relato. Se trata de un elemento central en la misión del Salvador: todo lo que Jesús realiza ocurre gracias a la íntima relación que vive con el Padre. Con ello se nos enseña a dónde debemos dirigir nuestra mirada en nuestros quehaceres cotidianos. Solo así nuestra misión estará fundamentada y sostenida. De lo contrario corremos el riesgo de un activismo estéril.

Evangelio / Marcos 1, 29-39

En aquel tiempo, al salir Jesús y sus discípulos de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.

Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron: «Todo el mundo te busca». Él les respondió: «Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido». Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.