Ismael y Álvaro, dos testimonios andantes sobre el sentido del dolor: «¡Si yo estoy fenomenal!» - Alfa y Omega

Ismael y Álvaro, dos testimonios andantes sobre el sentido del dolor: «¡Si yo estoy fenomenal!»

Ismael es un niño de 8 años con espina bífida. «Es un testimonio andante», cuenta su madre. «Cuando entra en algún sitio, todos le miran con cara de pena, pero al instante sonríen, porque trasmite alegría, y ahí es donde se ve cómo Cristo se muestra a través de él». También Álvaro, de 37 años, padre de tres hijos, se siente llamado a dar testimonio desde la enfermedad. «Me ha correspondido la enorme gracia de enseñar el camino hacia la Iglesia, a través de la paciencia enriquecedora del dolor», dice

Juan Ignacio Merino
Ismael con sus dos hermanos, David y Marcos.

Estoy fenomenal

Ismael es un niño madrileño de 8 años, que padece espina bífida, y vive con aceptación total su enfermedad. «Él no se ve enfermo; como hijo de Dios, se ve perfecto», dicen sus padres, Rafa y Auxi, un joven matrimonio con tres hijos: David, Marcos, Ismael, y otro que nacerá en agosto de este año (hace sólo unas semanas han sabido que esperan su cuarto hijo). «Con respecto a la próxima peregrinación que vamos a hacer a Lourdes –dice su madre–, nuestro párroco de Villaviciosa (Madrid), don Alvaro Ojeda, le preguntaba si le iba a pedir a la Virgen que mejorase o que se curara. Y él, sorprendido, le respondió: No, le pediré otra cosa, ¡si yo estoy fenomenal! Y ahí es donde te das cuenta de que el milagro ya está hecho».

Antes de que naciera el pequeño Ismael, algunos médicos aconsejaban a Rafa y Auxi que lo mejor sería abortar, ya que el sufrimiento del niño iba a ser considerable, su calidad de vida sería muy pobre y sus padres –les decían– no podían consentir eso. Pero después de muchas oraciones, Ismael nació, y tras varias operaciones y diversas complicaciones, se lo pudieron llevar a casa. Desde entonces, esta familia convive con esta patología, «y como familia estamos más unidos a Dios y a su Iglesia», afirman los padres de Ismael, que ha sufrido ya 12 operaciones, y, sin embargo, jamás le han visto quejarse.

Ismael es un niño muy alegre, inquieto e inteligente, que juega y corre con sus hermanos, aunque él lo haga con muletas. David y Marcos también han aprendido mucho de cómo su hermano vive la enfermedad. «Sus hermanos le tratan como a uno más, han aprendido a valorar la vida de otra manera y se han acercado más a Dios». Ismael, en su corta edad, tiene sus encuentros con Dios. «Él nos cuenta –dicen sus padres– que, en su última operación, en octubre, Dios le acompañó hasta que se durmió, y que también le escucha».

A pesar de las dificultades, esta familia agradece al Señor cómo les cuida, el experimentar el poder de la oración, y el formar parte de su Iglesia, que día a día les ayuda. «Si le vierais –comenta Auxi–, comprenderíais que es un testimonio andante; camina con muletas y ayudado de unos aparatos en las piernas, pero, realmente, corre. Cuando entra en algún sitio, todos le miran con cara de pena, pero al instante sonríen porque trasmite alegría, y ahí es donde se ve cómo Cristo se muestra a través de él».

Álvaro Menéndez.

La escuela del dolor

Álvaro es un joven de 37 años, casado y con tres hijos, que sufre una enfermedad llamada espondilolistesis de alto grado (deslizamiento de las vértebras), lo que le ha provocado una patología en el sistema nervioso y un dolor crónico que limita su vida cotidiana. Tiene «dolor neuropático cada minuto del día, explica Álvaro. Existen picos de dolor durante el día, que son los más molestos, aunque el resto es llevadero. Soy consciente de que mi patología no es comparable a otros casos, pero sí quiero constatar que mi experiencia personal me ha conducido a entender el dolor como una buena lección: la escuela del dolor. Cada crisis y cada fracaso, cada lucha, es siempre la semilla de algo positivo, igual o aún más grande».

Los dolores empezaron con 16 años, pero hasta los 32 no le diagnosticaron esta enfermedad que, desde 2008, le ha impedido continuar como profesor de Filosofía, y cuando la salud le permitía ajustarse al horario docente, les hablaba a sus alumnos de «la importancia de estar atento a las enseñanzas cotidianas de la vida, aquellas a las cuales a menudo no hacemos caso».

Ahora Álvaro trabaja, como puede, como consultor financiero; y tras varias intervenciones, ser tratado en la Unidad del Dolor, y tras haber experimentado una y mil medicaciones, «he encontrado que la verdadera sabiduría, que el verdadero conocimiento, brota con mucha más riqueza de la adversidad y del desafío. Se trata de la capacidad, que todos tenemos, de poner a un lado aquello que simplemente nos es cómodo y familiar», recalca. De este modo, Álvaro, unido a los padecimientos de Cristo, continúa aprendiendo en esta escuela del dolor y vive sus dolencias como su misión. «Decía Juan Pablo II que cada hombre se convierte en camino de la Iglesia, cada cual a su modo: a mí me ha correspondido la enorme gracia de enseñar el camino hacia la Iglesia a través de la paciencia enriquecedora del dolor», sentencia este joven madrileño.

Indulgencia plenaria para los enfermos que ofrezcan su dolor

En su Mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo 2013, Benedicto XVI anima a los enfermos a mostrar en sus vidas la imagen de Cristo, y parafraseando su encíclica Spe salvi, les dice: «Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito». Además, en este Año de la fe, el Papa ha querido que se concedan indulgencias plenarias a quienes cumplan las condiciones habituales (confesión, comunión, oración por las intenciones del Papa) y, «siguiendo el ejemplo del Buen Samaritano, se coloquen al servicio de los hermanos que sufren» en algún hospital o centro. También pueden obtener la indulgencia plenaria los enfermos y ancianos que recen «por todos los enfermos» y ofrezcan a Dios, mediante la intercesión de la Virgen, «sus sufrimientos físicos y espirituales». El decreto del Santo Padre añade que «la indulgencia parcial es concedida a todos los fieles» que recen por las personas enfermas.