Tenía 22 años cuando el sacerdote de mi parroquia me propuso viajar a Nicaragua en verano para ayudar en la pastoral a un sacerdote amigo. El reparto William Fonseca era nuestro destino final: un barrio marginal lleno de pobreza, niños desnutridos, y una sociedad con una concepción hostil de la familia; todo esto unido al paro estructural, el alcohol, y las reyertas constantes. Pero había otra cara de la moneda: cuando amanecía, decenas de fieles de la parroquia mostraban la parte más amable de la zona. Ese verano, dimos catequesis, bautizamos a niños, confirmamos a jóvenes, se casaron por la Iglesia numerosas parejas y molestamos a las sectas que invaden los lugares donde hay gente vulnerable.
Pero necesitábamos hacer algo más. Era fundamental ayudar en el sostenimiento humanitario de la barriada. Por eso, antes de volver a España, nos vaciamos los bolsillos y, con el poco dinero que teníamos, pedimos al sacerdote y a los dos laicos colaboradores que dieran de comer a los niños con una situación más complicada.
A la vuelta a Madrid, pusimos en marcha la asociación Pan de Vida para Nicaragua, y este 2015, diez años después, hay 180 niños comiendo cada día en el comedor, 25 niños en una guardería montada para apoyar a las madres que van a trabajar a la ciudad, y 110 niños matriculados en un colegio, porque en la barriada no había opciones escolares para los niños de Secundaria.
La asociación envía unos 5.000 euros mensuales a los responsables del proyecto, sin intermediarios. Este último año se ve en apuros. Hay alrededor de 100 socios, aunque decrecen por la crisis, y se recaudan fondos a través de iniciativas como teatros, mercadillos y más. Pero el dólar se ha devaluado en Nicaragua y el mismo dinero de siempre ahora no llega para satisfacer todas las necesidades.
Más información sobre el proyecto en www.parroquia-inmaculada.es