El hombre, mendigo de Dios - Alfa y Omega

Los cristianos estamos viviendo la Semana de Pasión, tiempo previo a la celebración de los grandes misterios de nuestra fe. El Señor nos quiere hacer ver la grandeza del ser humano cuando se siente mendigo de amor y con hambre de Dios, y cuando descubre cómo el Señor desea alcanzar su vida, haciéndole partícipe de su Amor. Tengo un recuerdo muy especial del 31 de diciembre de 1975. En una audiencia, el Papa Beato Pablo VI nos decía que para él la civilización del amor es la que ha traído Jesucristo. No es ninguna utopía: es una tarea en la que los discípulos estamos convocados a trabajar. Tarea urgente, ineludible para todos los hombres y a la que todos los cristianos estamos llamados, de manera singular, a vivir y contagiar. Hoy, esta tarea aún está vigente. El Papa Francisco nos ha hablado del innumerable número de mendigos de amor que existen, del hambre de amor que tienen los hombres. Pero no de cualquier amor, sino del Amor mismo de Dios.

La Iglesia está llamada a ser ese hospital de campaña, como nos dice el Papa, que cura con el Amor mismo del Señor. Un amor compasivo y misericordioso, capaz de curar y sanar toda clase de patología social y personal que anida en el corazón y en la historia que hacemos los hombres. Hay que aprender a hacer y vivir esta civilización del amor junto a Jesucristo, en su taller: en el sacramento de la Eucaristía. Pues es un Amor que se dona, permanece, se multiplica, se sacrifica. Es de esta civilización de la que nos habla el Papa Francisco cuando, refiriéndose a la civilización católica, nos dice que es la civilización del amor, de la misericordia, de la fe. De ese amor que tiene un rostro: Jesucristo. Unas manifestaciones concretas y llevadas hasta el límite: Jesucristo. Y una fe que es una adhesión incondicional a quien nos dona su Vida misma: Jesucristo.

El hombre es, por naturaleza, mendigo del amor: necesita del amor para ser y para convivir junto a los demás. Y en su corazón está inscrito que tiene que globalizar ese amor. Creado por Dios a imagen suya, siente hambre de su plenitud, hambre de Dios: «El hombre no puede vivir sin amor –dice Juan Pablo II en Redemptor hominis, 10–. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida queda privada de sentido, si no le es revelado el amor».

En esta Semana de Pasión, el Señor, en su Palabra, nos dice desde dónde es posible hacer esa civilización del amor:

1. Desde una comunión plena con el Señor: Se realiza cuando, como el Señor, nos retiramos a dialogar con Él y a oxigenar nuestra vida con su misma Vida. Como hizo Él, en el Monte de los Olivos. Así, bajaremos a la vida y a la historia real de los hombres, y descubriremos cómo se acercan a nosotros, porque les hacemos partícipes del amor mismo de Dios. ¡Qué bien nos lo representa el encuentro del Señor con la mujer que había sido sorprendida en adulterio! La civilización construida al margen del amor de Dios apedrea a esta mujer. La civilización construida desde el amor de Dios puede decir las mismas palabras que el Señor: «El que esté sin pecado, que tire la primera piedra». Y así, recibir aquellas mismas palabras del Señor: «Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».

2. Acogiendo el don de la fe: Recibir del Señor aquellas palabras que nos invitan a acoger a Dios en nuestra vida: «Si no creéis que Yo soy, moriréis». Construir y estar en esta historia desde nuestras fuerzas es morir y hacer morir. Es construir una civilización del descarte. Vivir en esta historia con la vida que Dios nos da, es decir, con su amor, es crear la civilización del amor.

3. Con la audacia de vivir siempre en presencia de Dios: Decidirse a vivir en la presencia de un Dios, que nos sigue diciendo las palabras que dijo a la Virgen María: «Alégrate… El Señor está contigo», es decir, el Señor te quiere y desea contar contigo para mostrar el rostro del Dios vivo y verdadero, nos lleva a tomar una decisión inmediata que nos posiciona en la dirección de la civilización del amor. La misma decisión que tomó María: «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra».

4. Guardando siempre su Palabra: Vivir consintiendo aquellas palabras de Jesús: «Os aseguro: quien guarda mi palabra, no sabrá lo que es morir para siempre». Consentir vivir de su palabra es toda una abundancia y un reto. Nos puede pasar como a Jesús, que le dijeron: «¿Por quién te tienes?».

5. Mostrando con obras lo que creemos: Mostrar con obras el rostro de Dios. Aunque esto traiga complicaciones en la vida, como le pasó al Señor mientras vivió en este mundo: «Os he hecho ver muchas obras buenas por encargo de mi Padre: ¿por cuál de ellas me apedreáis?» Y las complicaciones vienen a la vida, porque los hombres preferimos tener un rostro distinto al que Dios mismo nos da: «No te apedreamos por una obra buena, sino por una blasfemia: porque tú, siendo hombre, te haces Dios»… «Y muchos creyeron en Él».

6. Convencidos de que, para construir la «civilización del amor», hay que dar la vida con el mismo amor de Jesús: ¡Cuántas preocupaciones dio Jesús por lo que decía y hacía! Los hombres y mujeres que escuchaban y veían los signos de Jesús, admirados y convencidos por aquel Amor con que el Señor los envolvía, lo seguían, habían probado lo que daba el Amor y querían participar en la globalización de ese Amor. Deseaban construir la nueva civilización del amor, que hacía posible que los hombres vivieran con la dignidad con la que Dios les había creado. Donde nadie robase a nadie y todos se enriqueciesen con la riqueza más grande, el amor de Dios. Por eso, los sumos sacerdotes y los fariseos preguntaron al Sanedrín: «¿Qué hacemos? Este hombre hace muchos signos… Y aquel día decidieron darle muerte».

¡Ánimo! La civilización del amor es posible en el encuentro con el Dios vivo: Amaos los unos a los otros como Yo os he amado.