La fatiga de traducir la fe en cultura - Alfa y Omega

El cardenal Ruini fue durante los 90 la referencia visible de la Iglesia italiana, cuya presencia en el debate público pilotó y a la que embarcó en un proyecto cultural de gran envergadura. A sus 87 años permanece con una lucidez envidiable, y acaba de referirse al momento actual de la sociedad y la Iglesia en una entrevista en Il Corriere della Sera.

Al ser preguntado si está prevaleciendo una Iglesia que resiste a la modernidad, o una que la secunda, Ruini rechaza la alternativa, porque la primera opción significaría salirse de la historia mientras que la segunda supondría vaciarse de su propia sustancia. Lo que necesitamos es estar dentro de la modernidad para orientarla en sentido cristiano. No es fácil, reconoce, pero esa es la lección del Vaticano II. La dificultad radica en que hoy, «a la fe le cuesta traducirse en cultura, en capacidad de valoración y de juicio», y este es seguramente uno de los límites mayores de la formación que ofrecen nuestras parroquias y nuestras asociaciones. Me parece que ese diagnóstico tiene una traslación inmediata a nuestro país, creo que aquí tendría tonos aún más oscuros.

Italia vive una campaña electoral agria y de escaso vuelo, reflejo de una crisis cultural profunda y de una polarización desconocida. Ruini señala el riesgo de que los católicos sean cada vez menos relevantes, a pesar de que su contribución a la vida social sigue siendo de gran importancia. Con todas las distancias que la historia impone, ¿no puede suceder algo parecido entre nosotros? Y de nuevo insiste con precisión: «Para evitarlo es indispensable potenciar la capacidad de traducir la fe en cultura y en acción política».

Apunto enseguida que no hay en Ruini nostalgia alguna de los tiempos del denominado Partido católico. De hecho su liderazgo se desarrolló cuando todo aquello, con lo bueno y lo malo que comportaba, había sido ya desmantelado. En el fondo la tarea de traducir la fe en cultura, en capacidad de juicio histórico, es un desafío que acompaña cada época de la Iglesia, aunque en momentos de ruptura como éste, adquiera tintes dramáticos. Esa traducción nunca es mecánica ni acontece por inercia. Requiere una educación del pueblo, demanda maestros, exige correr riesgos en el ámbito público. En todo caso, como dice el cardenal, «hay entre nosotros muchos cristianos auténticos, que llamaría santos, así que no es cuestión de desesperar».