Jesucristo como Templo - Alfa y Omega

Jesucristo como Templo

III Domingo de Cuaresma

Daniel A. Escobar Portillo
La expulsión de los vendedores del Templo, de James Tissot. Brooklyn Museum

Por tratarse de un episodio de suma importancia y significado, tenemos constancia de los hechos narrados este domingo en el Evangelio a través de los cuatro evangelistas. Esta múltiple atestación muestra ya, de por sí, que el hecho causó gran impresión en quienes lo presenciaron, pero no solo, ya que fue un pasaje que estuvo muy presente entre los primeros cristianos a partir de entonces. La comunidad cristiana fue comprendiendo paulatinamente que lo ocurrido aquel día tenía una importancia más honda de la que, probablemente, en un primer momento le dieron. Puede llamarnos la atención que semejante escándalo ocasionado en el templo no fuera de inmediato reprimido por las autoridades del lugar. El texto nos relata detalladamente que Jesús hace un azote de cordeles, los echa del templo, esparce las monedas y vuelca las mesas. ¿Por qué los judíos, en lugar de expulsar a Jesús o acusarlo de profanación de ese lugar, le preguntan qué signos muestra para obrar así? Los guardianes del templo no reprimen la acción, ya que no era la primera vez que los profetas, en nombre de Dios, denunciaban los abusos, y a menudo lo hacían con gestos simbólicos, como el que hoy presenciamos. En este sentido, no se trataba, pues, de un gesto revolucionario. Tampoco se corresponde con la narración ni con el conjunto del Evangelio considerar a Jesucristo como alguien dispuesto a usar la violencia para que se cumpliera la ley de Dios o con la finalidad de liberar a Israel del dominio romano. Sin embargo, sabían que para realizar una acción de ese tipo debía tener una autoridad. Por eso los judíos le interrogan sobre los signos para obrar así.

«Destruid este templo y en tres días lo levantaré»

No es casualidad que el episodio se sitúe cerca de la Pascua, ni que la respuesta de Jesús sea: «Destruid este templo y en tres días lo levantaré». Lógicamente las palabras del Señor causan perplejidad en sus oyentes, como se percibe de la reacción de estos. De hecho, este suceso será determinante en el proceso del Señor ante el Sanedrín, en el cual acusarán a Jesús de proponerse destruir el templo. Sin embargo, como señala Juan, «él hablaba del templo de su cuerpo». Se nos pone ante el Misterio Pascual, que se podría resumir en la frase «Destruid este templo…». Durante la Cuaresma nos disponemos a vivir con intensidad el Misterio Pascual del Señor. Con este pasaje recordamos que Él es el verdadero Templo, es decir, el lugar de la presencia de Dios, y que él fue rechazado por los hombres y destruido. Sin embargo, Dios ha transformado esta muerte en una victoria definitiva sobre el mal y la misma muerte.

Un nuevo culto

No se puede obviar la relación del Evangelio de este domingo con el sentido de los restantes pasajes bíblicos de la liturgia del día. El centro temático de la primera lectura es la narración de los mandamientos, como punto central de la Alianza que Dios realiza con los hombres en el Antiguo Testamento. En la primera de las prescripciones, se alude a la exclusividad del culto rendido al Dios único, «Dios celoso», prohibiendo cualquier otro ídolo. La segunda lectura desarrolla la cuestión del «signo» que piden los judíos, poniendo de manifiesto que el único signo es Cristo crucificado. Así pues, el Evangelio pretende, por una parte, denunciar la evidente idolatría en el culto, pero no solo eso. Jesús se situará como modelo del verdadero culto en espíritu y verdad, ya que con su propia muerte y resurrección llevará a cabo el acto más perfecto de culto a Dios. Por eso también se vincula el pasaje de hoy con la ruptura del velo del templo cuando muere Jesús. Ese hecho significará y anticipará la destrucción física del templo de Jerusalén, acontecimiento que corrobora que ya no es necesario tener un lugar de la presencia de Dios, porque ese lugar es Jesucristo.

Evangelio / Juan 2, 13-25

Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre». Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora». Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?». Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré».

Los judíos replicaron: «46 años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?». Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron a la Escritura y a la Palabra que había dicho Jesús.

Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.