«Ni la mujer florero ni la que busca cargos sirve a la Iglesia» - Alfa y Omega

«Ni la mujer florero ni la que busca cargos sirve a la Iglesia»

María Lía Zervino, argentina, pertenece a la asociación de vida consagrada Servidoras y lidera la secretaría general de la Unión Mundial de las Organizaciones Femeninas Católicas (UMOFC). Fundada en 1910, representa a un centenar de organizaciones femeninas con el objetivo de promover la presencia, participación y corresponsabilidad de las católicas en la sociedad

Cristina Sánchez Aguilar
María Lía Zervino, en el centro, durante la conferencia regional africana, celebrada en Malawi. Foto: Maria Lía Zervino

El Papa ha pedido que se elabore una nueva teología de la mujer. ¿Cree que la Iglesia se ha tomado esa petición en serio?
Pertenezco al grupo de personas que queremos que se acelere el proceso, y no al sector que niega su necesidad o desea frenar los cambios. Pero sí ha habido reflexión y no se puede reducir el tema al diaconado femenino o a cuántas mujeres han sido incorporadas en altos cargos de la Santa Sede. Ya existen una antropología y una teología sobre las mujeres, elaboradas por teólogas y teólogos como María Clara Bingemer y el siervo de Dios, padre Luis María Etcheverry Boneo, por nombrar a dos latinoamericanos.

Dice Francisco que a menudo se confunde servicio con servidumbre. ¿Es una cuestión social, cultural? ¿O tiene más que ver con esa mirada de sospecha sobre la mujer que todavía perdura?
El uso y abuso que padece la mujer es multicausal. Personalmente me identifico con el servicio libre y consciente, ya que pertenezco a la asociación de vida consagrada Servidoras. El servicio ennoblece y la servidumbre denigra, y las que más sufren la servidumbre en la Iglesia son las religiosas. Precisamente fueron ellas las primeras en reaccionar contra la trata de personas y formaron la red Thalita Kum para erradicarla. Otra alianza de mujeres que desde hace más de cien años lucha por promover la dignidad de las mujeres es la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas (UMOFC), que en la actualidad cuenta con cerca de un diez millones de mujeres de todos los continentes. Estos movimientos de base constituyen un tsunami silencioso y poderoso que, sumado a las denuncias de élites, lograrán exterminar este flagelo.

¿La Iglesia está preparada para trabajar por la igualdad de la mujer?
Por naturaleza la Iglesia es profética y por ello debe denunciar cuando una mujer es pisoteada por el otro sexo, y debe empeñarse en que las mujeres seamos reconocidas como diferentes en identidad pero iguales en dignidad. Celebro que esté surgiendo un nuevo movimiento feminista promovido por la congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor en la India, donde aún hoy se quema a jovencitas porque sus familias no cumplieron con la dote. Ellas empoderan a las mujeres dalit, la casta más baja. Este feminismo está cambiando el país, como muestra el documental Mahila, A women’s movement rising.

¿Ha visto usted actitudes machistas dentro de la Iglesia?
Sí, aun cuando yo nunca me he sentido discriminada por la Iglesia sino, por lo general, valorada. Una anécdota, escuchada de buena fuente: durante más de 15 años una comisión formada exclusivamente por varones trabajó denodadamente para plasmar un nuevo código de Derecho Canónico que estuviera imbuido del espíritu del Vaticano II. Esa comisión había llegado a un punto en el que determinados problemas no se podían resolver. Fue entonces cuando decidieron incorporar a dos mujeres. En poco tiempo se vio la luz y se pudo promulgar el actual código. Me pregunto: ¿por qué esos nombramientos no se hicieron al inicio de los trabajos?

Es cierto que se van dando pasos, mujeres van ocupando puestos más preeminentes, pero ¿tienen vía libre para tomar sus propias decisiones?
Pienso que existen al menos dos grandes peligros. Uno es el de ocupar puestos como floreros, cumpliendo una función, pero no de intervención real en el proceso decisional, sino como un vistoso arabesco colateral. Y otro es el de ocupar cargos por ansias de poder, sin una convicción de que el poder en la Iglesia es servicio. Ambas posturas son irracionales y en cierto sentido nos clericalizan. Ni la mujer florero ni la mujer busca cargos sirve a la Iglesia. Sin duda se ha dado algún paso adelante en este sentido pero persiste una discriminación por procedencia. Las mujeres nombradas por el Papa en puestos de incidencia son europeas, con alguna excepción de EE. UU..

¿Qué cree que hace falta para que esa igualdad de la mujer sea real y llegue a las parroquias, congregaciones, comunidades…?
Mi propuesta es educar y educarnos. Educar, en primer lugar, a los varones, para liberarlos de los estereotipos de la cultura machista y sacar de ellos lo mejor de su virilidad. Pienso no solo en las familias y en las escuelas, sino también en los seminarios: si hubiera mujeres formadoras dentro de los equipos directivos, ¡cuánto fruto traería a la Iglesia! Y que participemos como jueces en los tribunales eclesiásticos diocesanos, como animadoras de comunidad en nuestras capillas y parroquias, como promotoras del diálogo ecuménico e interreligioso a nivel local… Todo lo cual exige capacitarnos no para subir al pedestal del poder o de la erudición, sino para crecer en idoneidad y así poder servir.