24 horas para el Señor: «¡Qué difícil es dejarse amar verdaderamente!» - Alfa y Omega

24 horas para el Señor: «¡Qué difícil es dejarse amar verdaderamente!»

Como ya es tradición, Francisco confiesa a varios fieles en la Basílica de San Pedro, tras confesarse él mismo, y preside una liturgia penitencial de Cuaresma

Andrés Beltramo Álvarez

El amor de Dios es, siempre, más grande de lo que se pueda imaginar. Se extiende más allá de cualquier pecado. No tiene límites ni fronteras. No conoce de prejuicios ni obstáculos, de esos que las personas se ponen, unas a otras, por temor a perder la propia libertad. Pero, aunque el ser humano se aleje de Dios con el pecado, él no lo abandona jamás. Son las reflexiones del Papa durante la liturgia penitencial que presidió, la tarde de este viernes de Cuaresma, en la Basílica de San Pedro, al inaugurar la celebración este año de la iniciativa 24 horas para el Señor.

Como es tradición, Francisco confesó allí mismo a varios penitentes. Al principio él mismo se confesó, arrodillado en uno de los grandes confesionarios de madera de la basílica vaticana. Su imagen simple, vestido de blanco, frente al confesor es ya una estampa típica de cada Cuaresma. Después, se puso la estola morada y comenzó a escuchar los pecados de algunos fieles.

Antes de eso, el Pontífice presidió una liturgia penitencial acompañado por decenas de sacerdotes, obispos y cardenales. En su homilía, reflexionó sobre un pasaje bíblico que refiere la grandeza del amor de Dios. Un amor que «más grande de lo que podemos imaginar» y capaz de «ir más allá de cualquier pecado que nuestra conciencia pueda reprocharnos».

«Sabemos que la condición de pecado tiene como consecuencia el alejamiento de Dios. De hecho, el pecado es una de las maneras con que nosotros nos alejamos de él. Pero esto no significa que él se aleje de nosotros. La condición de debilidad y confusión en la que el pecado nos sitúa, constituye una razón más para que Dios permanezca cerca de nosotros. Esta certeza debe acompañarnos siempre en la vida», explicó, hablando en italiano.

«Esta esperanza es la que nos empuja a tomar conciencia de la desorientación que a menudo se apodera de nuestra vida», añadió. Y recordó el pasaje del evangelio en el cual Pedro negó tres veces a Jesús y, en seguida, cantó el gallo. Pedro –dijo– se acordó de aquellas palabras de Cristo: «Antes de que cante el gallo me negarás tres veces», y saliendo afuera, lloró amargamente.

Advirtió que el canto del gallo sorprendió a un hombre que todavía estaba confundido, pero después, al recordar las palabras de Jesús, el velo se rompió y él comenzó a vislumbrar, a través de las lágrimas, que Dios se revela en ese Cristo abofeteado, insultado, renegado por él, pero que va a morir por él.

«Pedro, que habría querido morir por Jesús, comprende ahora que debe dejar que muera por él. Pedro quería enseñar a su maestro, quería adelantársele, en cambio, es Jesús quien va a morir por Pedro; y esto Pedro no lo había entendido, no lo había querido entender», indicó.

El Papa explicó que, tras aquel episodio, Pedro se encontró con la caridad del Señor y entendió, por fin, que él no solo lo ama, sino que le pide dejarse amar. Es más, Francisco estableció que el apóstol finalmente se dio cuenta de que siempre se había negado a dejarse amar, se había negado a dejarse salvar plenamente por Jesús y, por lo tanto, no quería que Jesús lo amara por totalmente.

«¡Qué difícil es dejarse amar verdaderamente! Siempre nos gustaría que algo de nosotros no esté obligado a la gratitud, cuando en realidad estamos en deuda por todo, porque Dios es el primero y nos salva completamente, con amor», exclamó.

Y añadió: «Pidamos ahora al Señor la gracia de conocer la grandeza de su amor, que borra todos nuestros pecados. Dejémonos purificar por el amor para reconocer el amor verdadero». Entonces, al término de su homilía, el Pontífice pidió a todos los presentes reflexionar en silencio y hacer un examen de conciencia. Después se despojó de los paramentos litúrgicos y se dirigió a la zona de los confesionarios para impartir el sacramento de la reconciliación, pidiendo antes él mismo perdón.

Andrés Beltramo / Vatican Insider