Cristina Cons Rodríguez y Javier Medina Serra, españoles en el presínodo: «Antes de anunciar a Jesús, tenemos que escuchar» - Alfa y Omega

Cristina Cons Rodríguez y Javier Medina Serra, españoles en el presínodo: «Antes de anunciar a Jesús, tenemos que escuchar»

Cristina (23), de la archidiócesis de Santiago de Compostela, y Javier (27), de la de Valencia, participaron la pasada semana con 300 jóvenes de todo el mundo y condición religiosa, en la reunión previa al Sínodo de obispos que se celebrará en octubre en Roma sobre ellos, los jóvenes

Fran Otero
Foto: CEE

¿Cómo descubristeis la fe?
Cristina Cons (C. C.): En mi caso a los 13 años. Era muy atea y odiaba a la Iglesia, pero nació una sobrina mía y quería ser su madrina. Haría la Confirmación solo para eso, pasando de todo, pero el día que entré en la iglesia vi un cuadro de la Virgen… Descubrí que Dios existía, me amaba y había dado la vida por mí. Después de eso, mi vida cambió.

Javier Medina (J. M.): En mi caso, ha sido un proceso largo. Nací en una familia cristiana, donde empecé a escuchar hablar de Dios. Luego esa fe fue madurando hasta hacer propia la experiencia. A mí lo que me ha reafirmado en este tiempo es el compromiso con alguien que no eres tú mismo, cuando sales de ti para darte a los demás.

Sois jóvenes y, además, trabajáis con jóvenes.
J. M.: Estoy en el movimiento Juniors de Valencia. Siempre he estado centrado en mi parroquia, con un grupo juvenil, acompañando a niños, adolescentes y jóvenes… En definitiva, pisando tierra, estando con los jóvenes.

C. C.: Yo me dedico a la evangelización con jóvenes en distintos grupos y, como estoy especializada en temas de educación afectiva sexual, pues también doy charlas en colegios a adolescentes y a padres.

¿Qué jóvenes os encontráis?
J. M.: Jóvenes con ganas de vivir, que buscan un lugar donde sentirse realizados, útiles; un sitio donde apoyarse. Son jóvenes que sufren por mil motivos pero que tienen ganas de una vida plena.

C. C.: Hoy la realidad es distinta a la que vivimos nosotros, por ejemplo, cuando éramos adolescentes. Entre los universitarios veo gente muy luchadora, que se compromete con ideologías, que trabajan… Eso sí, muy desmotivados con la política.

¿Y cómo se llega a ellos?
J. M.: Cada uno enseña a Cristo según lo ha descubierto; no hay una forma única, un solo modelo. Personalmente, veo muy útiles los testimonios de otros jóvenes cristianos y felices. Que vean en otros que hay una vida plena y se pregunten por qué esta persona es feliz. Se trata de que la Iglesia evangelice a través de la atracción, porque la formación está muy bien y es necesaria, pero necesitamos vivir la experiencia junto a otros.

C. C.: Hay que ser muy normales, humanos, simpáticos… Hablar de cualquier cosa y, sobre todo, escuchar. Es cierto que cuando evangelizamos queremos mostrar la Verdad, que es Jesús, pero hay que controlarse y, primero, escuchar mucho, preguntar por qué creen o por qué no creen…

¿Cómo ha sido la experiencia del presínodo?
C. C.: Muy intensa. Había gente distinta, de tantas realidades distintas y todo tan intenso… Se produjeron conversaciones épicas. Lo mejor, sin duda, las personas. Conviví esos días en una habitación con una chica colombiana y otra india. Cuando entablé conversación con la primera, me di cuenta de que mi prioridad es la evangelización, pero la suya es que la gente no se mate, que no entren en bandas, que no acaben en el narcotráfico. Ese fue el primer impacto, pero luego siguieron otros. Fue brutal. Aún no me ha dado tiempo a asumir todo lo que he vivido, pero hemos visto a la Iglesia, al Espíritu Santo, actuando de formas muy distintas. Me he dado cuenta de lo grande que es Dios y de lo compleja que es la Iglesia.

J. M.: Más de lo que hayamos podido reflexionar o escribir, me quedo con lo que hemos vivido. Poder encontrarte con jóvenes de Honduras, Venezuela, El Salvador, Brasil, Colombia… y descubrir que, vengamos de donde vengamos, pensemos de la manera que pensemos, todos buscamos un mundo mejor y que los jóvenes puedan ser felices. También destacaría la libertad con la que nos hemos podido expresar. El Papa nos dijo que no tuviéramos vergüenza, que habláramos sin cortarnos. Así lo pidió y así lo hicimos.

¿Pudisteis ver al Papa de cerca?
J. M.: Cerca, cerca… Estuvimos en una misma sala con él; no le pude abrazar.

C. C.: Es muy auténtico y me ha ayudado a que yo lo sea también. Es verdad que cuando hablo intento ser prudente, no molestar, pero él es tan honesto… Nos dijo que la prudencia no es de los jóvenes, que luego pidiésemos perdón si nos equivocábamos. A veces, cuando un adulto habla con un joven intenta moldearlo; el Papa, sin embargo, nos dijo que éramos jóvenes y que fuésemos libres. Potenció lo valioso de la juventud en vez de ocultarlo.

¿Qué os lleváis a casa?
J. M.: Dos cosas. La fuerza que tiene el diálogo y la importancia de los laicos en la misión de la Iglesia.

C. C.: Darme cuenta de lo distintos que somos y de lo bueno que es que seamos tan distintos. Se trata de estar unidos, no uniformados. He visto una Iglesia distinta y, además, que a Dios le gusta eso.