Cuando Dios es «una sorpresa tras otra» - Alfa y Omega

Cuando Dios es «una sorpresa tras otra»

«Los anuncios de Dios siempre son una sorpresa». Como una sorpresa fue la homilía de Pascua del Papa. Francisco tenía un sermón preparado, pero quiso improvisar. Y fue al núcleo de esta Semana Santa. La Resurrección, dijo, fue una noticia inesperada. La jugada de un maestro. Tras la sinrazón del dolor y la injusticia de la cruz, el triunfo del amor. Manifestó el verdadero rostro de Dios, «una sorpresa tras otra». Por eso lanzó la pregunta: «Y yo, ¿qué? ¿Tengo el corazón abierto a las sorpresas de Dios?»

Andrés Beltramo Álvarez
Francisco lava los pies a los presos de la cárcel Regina Coeli. Foto: CNS

El mensaje llegó al final de una semana intensa, en cuyos ritos el Pontífice reforzó el camino espiritual de su pontificado. Comenzó el Jueves Santo por la mañana, con la Misa Crismal en la basílica de San Pedro. Una ceremonia que presidió acompañado de cardenales, obispos y sacerdotes. Allí, habló de la opción pública de Jesús. Él, sostuvo, podría haber seguido el camino de los sacerdotes judíos de la época, ya que leía las escrituras mejor que ellos, pero optó por ser «un predicador callejero» y «un portador de noticias alegres para su pueblo».

Por eso el Papa pidió «curas callejeros», cercanos. Un modo de vincularse con los demás que involucra a toda la persona y toda la vida. De estos sacerdotes, prosiguió, la gente destaca dos cosas: que «siempre están» y que «hablan con todos, los chicos, los pobres e, incluso, con los que no creen».

«Al sacerdote cercano, ese que camina en medio de su pueblo con ternura de buen pastor, no es que la gente solamente lo aprecie mucho; va más allá: siente por él una cosa especial, algo que solo se siente en presencia de Jesús», estableció. Más adelante puso en guardia ante la actitud de convertir en «ídolos» las verdades abstractas. Como si los valores pudiesen ser usados para justificarse, instrumentos capaces de dar prestigio y poder. Son las «verdades-ídolo», denunció, que se presentan como cristianas pero alejan a la gente simple de la cercanía de Dios.

Visita a la cárcel Regina Coeli

Ese mismo día, Jueves Santo por la tarde, el Papa tuvo la oportunidad de poner en práctica todo aquello que había predicado por la mañana. Se trasladó hasta la histórica cárcel romana de Regina Coeli. Allí, en la rotonda central, celebró la Misa in coena domini (en la cena del Señor). Y cumplió el tradicional rito del lavado de los pies a doce hombres: ocho católicos, dos musulmanes, un cristiano ortodoxo y un budista.

Ante estos cuatro italianos, dos filipinos, dos marroquíes, un moldavo, un colombiano, un nigeriano y uno procedente de Sierra Leona, se convirtió en «cura callejero». Se inclinó afectuosamente para lavar y besar aquellos pies blancos, oscuros, tatuados… Y demostró que la cercanía no está peleada con la verdad. Pero que, antes de la verdad, existe para Jesús la fidelidad. La fidelidad al nombre propio de aquel que cometió un error y paga por él.

Francisco celebró la Misa sobre un altar especial, obra en bronce del escultor italiano Fiorenzo Bacci. Su base es una estatua compuesta, donde se ve a Cristo adentrándose en una planta espinosa para ir al encuentro de la oveja descarriada. Una imagen sugerente, que él decidió regalar a la cárcel. Y, en el momento de su homilía, apeló a ella. Les recordó a aquellos detenidos que Jesús no se olvida de los descartados de la sociedad. «Él no se llama Poncio Pilatos, no sabe lavarse las manos», apuntó.

El vía crucis de los jóvenes

A la misericordia siguió el dolor. El Viernes Santo, que comenzó con un gesto de humillación del Papa. Tirado, mirada al suelo, frente al altar mayor de la basílica de San Pedro. Después vino el silencio y la adoración a la cruz. El recuerdo de la Pasión de Cristo, con toda su crudeza. Crudeza que quedó plasmada en la vía crucis. Un rito nocturno frente al Coliseo romano. Un acto blindado, en el que participaron 20.000 personas y centenares de agentes de las Fuerzas de Seguridad, en una capital en alerta máxima por amenaza terrorista.

Por primera vez en la historia, las meditaciones para las 14 escenas del camino de la cruz fueron escritas por 15 jóvenes de entre 16 y 27 años. Tres varones y doce mujeres, nueve de ellos estudiantes del liceo romano Pilo Albertello. Todos coordinados por el profesor de literatura Andrea Monda. En el año del Sínodo dedicado a la juventud, el Papa quiso que ellos ofrecieran una mirada a las últimas horas de Jesús.

No solo compusieron sugerentes textos, también cargaron la cruz que recorrió el interior del Coliseo. Y escucharon, al final, el clamor por la vergüenza pronunciado por el Papa: «Vergüenza porque tantas personas, e incluso algunos ministros (de la Iglesia), se dejan engañar por la ambición y la vanagloria perdiendo su dignidad. Vergüenza porque nuestras generaciones están dejando a los jóvenes un mundo fracturado por las divisiones y las guerras, un mundo devorado por el egoísmo donde los jóvenes, los pequeños, los enfermos, los ancianos son marginados».

Es la vergüenza «de haber perdido la vergüenza». El arrepentimiento por el egoísmo, la soberbia, la avidez, el afán de venganza, la idolatría y la codicia. Pero también la esperanza, de quienes dan la vida para servir a los pobres, a los descartados, a los inmigrantes, a los invisibles, los explotados, los hambrientos y encarcelados.

La sorpresa que cambia la historia

La oscuridad de aquel viernes tuvo su prolongación el sábado. Por la noche, Francisco bendijo el fuego nuevo en el atrio de la basílica de San Pedro y tras marcar con una daga un gran cirio pascual, ingresó con él en el templo a oscuras. Tras el canto del Resurrexit, las tinieblas se hicieron luz.

En la homilía de la Vigilia Pascual, el Papa instó a dejar atrás los «miopes horizontes», la «rutina aplastante que roba la memoria» y las situaciones dolorosas que agobian al ser humano. Es la «noche del silencio de los discípulos» que, tras la muerte de Jesús, se encuentran entumecidos y paralizados, sin saber hacia dónde ir. Pero aseguró que la historia no se queda ahí. Porque la tumba vacía desafía, moviliza, cuestiona y anima a confiar en que Dios está presente en cualquier situación y su luz puede llegar a los rincones menos esperados y más cerrados de la existencia.

Es la sorpresa que cambia la historia. El anuncio que irrumpe de improviso. Porque el nuestro «es el Dios de las sorpresas» y «así lo ha sido siempre». «Y la sorpresa es la que te conmueve el corazón, la que te toca precisamente allí en donde no te lo esperas». Para usar las palabras de los jóvenes, la sorpresa es «un golpe bajo, no te lo esperas», constató ya el domingo por la mañana, en la Misa de Pascua celebrada ante miles de personas en la plaza de San Pedro.

El Papa durante la Misa del Domingo de Pascua. Foto: CNS

Recuerdo para Venezuela, Siria y Corea

Más tarde, hacia el mediodía, el Papa dirigió su bendición urbi et orbi (a la ciudad y al mundo). Saludó la Pascua e instó a encontrar una salida «cuanto antes» a la crisis política y humanitaria que afecta a Venezuela, donde su pueblo vive «como en una tierra extranjera». Alzó la voz para que se acabe «el exterminio» que está teniendo lugar en Siria, impulsó las conversaciones en la península coreana invitando a las partes a dejar que prevalezca la sabiduría, y pidió «frutos de paz» para Ucrania, Yemen y el Medio Oriente.

Imploró «frutos de vida nueva» para aquellos niños que, a causa de las guerras y el hambre, crecen sin esperanza, carentes de educación y de asistencia sanitaria; y también para los ancianos desechados por la cultura egoísta, que descarta a quien no es «productivo». A quienes tienen responsabilidades políticas en el mundo, los llamó a respetar siempre la dignidad humana, los invitó a esforzarse con dedicación al servicio del bien común, garantizar el desarrollo y la seguridad para los propios ciudadanos.

Y, al impartir su bendición al mundo, el Papa aseguró que la palabra Resurrección va más allá de todo y, con la fuerza del amor de Dios, es capaz de ahuyentar los pecados, lavar las culpas, devolver la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsar el odio, traer la concordia y doblegar a los poderosos.