Nigeria, en manos del terror - Alfa y Omega

Nigeria, en manos del terror

Mientras el mundo entero exhibe carteles que piden el regreso de las más de doscientas niñas secuestradas en un colegio del noreste de Nigeria, aquí en España, en una casa cualquiera de una ciudad cualquiera, Natasha recuerda la pesadilla por la que están pasando las pequeñas. Hace dos años, fue ella la secuestrada

Rosa Cuervas-Mons
Un grupo de estudiantes de Lagos (Nigeria) marcha, el pasado 12 de mayo, en protesta por el secuestro de niñas en Chibok

Llega al aeropuerto de Barajas con pasaporte y permiso de residencia falsos. Tiene 20 años y viene de Nigeria. Sus documentos no engañan a la policía y queda retenida en la sala de rechazados, en espera de su devolución al país de origen.

Recibe entonces una llamada. Es una abogada, contratada por quienes le han organizado el viaje, que le recomienda pedir asilo. Lo hace, y es trasladada a otra sala para ser entrevistada como solicitante de asilo.

Allí, Natasha rechaza la ayuda de la abogada contratada y se acoge a la gratuita que ofrece la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR). A ellos les cuenta su historia: cuatro meses antes estaba en su hogar, junto a sus padres, cuando unos hombres armados la secuestraron. Llegó a una casa llena de mujeres, en un lugar que no conoce ni sabe localizar en el mapa, y allí permaneció cuatro meses encerrada y convertida en esclava sexual. Después, inició el viaje que la lleva directa a la sala del aeropuerto de Barajas.

Las autoridades no consideran creíble el testimonio de la joven y deciden denegar el asilo, pero la petición por parte de CEAR de una medida cautelarísima por riesgo vital de la joven si regresa, le permite quedarse en España. Llega así a Proyecto Esperanza, la respuesta de la Congregación de Religiosas Adoratrices al problema de la trata de mujeres en España, y recibe la ayuda y atención que necesita.

«Los informes médicos», explica a Alfa y Omega la coordinadora de Proyecto Esperanza, Marta González, «revelan todos los síntomas de haber sido sometida a hechos traumáticos que coinciden con su relato».

El caso de Natasha -hoy recuperada y esperando la resolución sobre su petición de asilo- es excepcional por la forma en que se produce, recalcan desde Proyecto Esperanza. Ella fue secuestrada en Edo -un Estado del sur de Nigeria que fue, en su día, origen de la esclavitud-, pero la mayoría de las mujeres que llegan a Europa desde allí ha sido víctima, no del secuestro, sino de falsas promesas de trabajo o prosperidad.

Teniendo en cuenta que Nigeria es un país rico en materias primas, pero con 105 millones de personas en condiciones de pobreza extrema (sobre un total de cerca de 170 millones), según el último informe del World Factbook, de la CIA, la posibilidad de un futuro mejor es el mejor reclamo para engañar a las chicas jóvenes.

Escondidas tras los árboles

El caso que ha puesto a Nigeria en el foco mediático, el de las más de 200 niñas secuestradas por Boko Haram, ocurrió, en cambio, en el noreste del país, de mayoría musulmana. La escuela donde las niñas fueron raptadas era la única abierta en Chibok, en el Estado de Borno, donde el resto de colegios había cerrado sus puertas precisamente por miedo a los ataques. Y es que, si con algo quiere acabar Boko Haram, es con la educación que ellos denominan occidental.

Desde octubre del pasado año, setenta profesores y más de cien alumnos han sido asesinados en el Estado de Borno, donde se han quemado más de 800 aulas, según recoge el último informe de Amnistía Internacional.

Con una tasa de escolarización notablemente más baja que en el resto del país y con el 67,4 % de las niñas casadas antes de los 15 años -este porcentaje desciende al 10,8 % en el sur-, asistir al colegio en el noreste de Nigeria es exponer la vida.

«Me apuntaron a la cabeza con un arma y me dijeron que, si mi prima no dejaba de llorar, nos matarían a las dos», recuerda Godiya Usman, una joven que consiguió escapar tras el secuestro y que ha contado su testimonio al diario The Guardian. «Cada vez que llegábamos a un pueblo, comenzaban a disparar a los vecinos y quemar las casas. Le dije a mi prima que teníamos que saltar del camión aprovechando el desconcierto». Godiya escapó, pero lo hizo en solitario porque el resto de niñas no se atrevió a seguir sus pasos. Se internó en la selva entre lágrimas y corrió hasta encontrar a un grupo de padres en misión de rescate.

La incapacidad del Gobierno para hacer frente al terror de Boko Haram y el futuro que espera a estas jóvenes si no son rescatadas -ser esclavas sexuales y domésticas de los miembros de Boko Haram, o convertirse en mercancía para vender en los mercados del África subsahariana-, desespera a unos padres que se sienten solos en la lucha por sus hijas.

Mientras la comunidad internacional ofrece ayuda excepcional para encontrar a las niñas, parece olvidar que, más allá del colegio de Chibok, más allá incluso de las fronteras nigerianas, el tráfico de seres humanos y la esclavitud es una realidad que afecta a 29,8 millones de personas en todo el mundo (mujeres y niños en su mayoría), según el último informe de Naciones Unidas. Muchos niños y niñas, muchas natashas por las que nadie ha levantado un cartel con el Devolvednos a nuestras niñas.