«El Amor ha vencido al odio» - Alfa y Omega

«El Amor ha vencido al odio»

Volver a Galilea, a ese «encuentro personal con Jesucristo» que marcó la vida de fe de cada creyente, y salir sin miedo a anunciar, alegres, que ha resucitado, con palabras y obras, a dar testimonio en medio de esas situaciones marcadas «por la fragilidad, el pecado y la muerte» de que «el amor es más fuerte, el amor da vida, el amor hace florecer la esperanza en el desierto». Con este espíritu quiere el Papa que viva la Iglesia la Pascua

Ricardo Benjumea
El Papa, el pasado domingo de Resurrección, desde el balcón central de la basílica de San Pedro, da la bendición Urbi et Orbi

La Plaza de San Pedro se quedó pequeña para la Bendición Urbi et Orbi, con la que llegaron a su culminación las celebraciones de la Semana Santa en Roma. A las 150 mil personas que abarrotaban este espacio el Domingo de Resurrección, hay que sumar otras muchas que siguieron la ceremonia a través de pantallas, instaladas en las calles aledañas, como en una especie de gran ensayo logístico del acontecimiento multitudinario que pondrá a prueba el domingo próximo la bien merecida fama romana en la organización de grandes eventos.

«El Amor ha vencido al odio, la misericordia al pecado, el bien al mal, la verdad a la mentira, la vida a la muerte», dijo el Papa a los peregrinos y a quienes seguían la ceremonia a través de los medios de comunicación. «Por esto decimos a todos: Venid y veréis. En toda situación humana, marcada por la fragilidad, el pecado y la muerte, la Buena Nueva no es sólo una palabra, sino un testimonio de amor gratuito y fiel: es un salir de sí mismo para ir al encuentro del otro, estar al lado de los heridos por la vida, compartir con quien carece de lo necesario, permanecer junto al enfermo, al anciano, al excluido».

Imagen del Coliseo romano durante el vía crucis

Volver a Galilea

En la víspera, el Papa celebró la Vigilia Pascual en un ambiente más recogido, en la basílica de San Pedro, y comentó cómo el ángel -y después, el mismo Jesús resucitado- manda a las mujeres a avisar a los discípulos de que el Señor les espera en Galilea. «Galilea -explicó- es el lugar de la primera llamada, donde todo empezó… Volver a Galilea quiere decir releer todo a partir de la Cruz y de la victoria; sin miedo…: la predicación, los milagros, la nueva comunidad, los entusiasmos y las defecciones, hasta la traición; releer todo a partir del final, que es un nuevo comienzo, de este acto supremo de amor». Pero «también para cada uno de nosotros hay una Galilea en el comienzo del camino con Jesús». Está el momento de nuestro Bautismo, y ésos otros de especial intensidad en el «encuentro personal con Jesucristo, que me ha llamado a seguirlo y participar en su misión. En este sentido, volver a Galilea significa custodiar en el corazón la memoria viva de esta llamada, cuando Jesús pasó por mi camino, me miró con misericordia, me pidió seguirlo; volver a Galilea significa recuperar la memoria de aquel momento en el que sus ojos se cruzaron con los míos, el momento en que me hizo sentir que me amaba».

Sacerdotes entre el rebaño

El Jueves Santo, Francisco dirigió un mensaje similar a los sacerdotes de Roma, al celebrar con ellos la Misa Crismal en la basílica vaticana: «En este Jueves sacerdotal, le pido al Señor Jesús que cuide el brillo alegre en los ojos de los recién ordenados, que salen a comerse el mundo, a desgastarse en medio del pueblo de Dios, que gozan preparando la primera homilía, la primera misa…», y que «confirme la alegría sacerdotal de los que ya tienen varios años de ministerio», o están ya ancianos o enfermos. La alegría sacerdotal -dijo- es hermana de la pobreza, la fidelidad y la obediencia.

«Nadie más pequeño que un sacerdote dejado a sus propias fuerzas», les advirtió al comienzo de la homilía. Pero Cristo ha mirado con bondad la pequeñez de sus sacerdotes y les enriquece con su pobreza, con su amistad y su sabiduría. Además, el Papa les invitó a confiarse en el pueblo fiel. «Incluso en los momentos de tristeza, en los que todo parece ensombrecerse y el vértigo del aislamiento nos seduce, esos momentos apáticos y aburridos que a veces nos sobrevienen en la vida sacerdotal (y por los que también yo he pasado), aun en esos momentos, el pueblo de Dios es capaz de custodiar la alegría, es capaz de protegerte, de abrazarte, de ayudarte a abrir el corazón y reencontrar una renovada alegría». El sacerdote «¡ha renunciado a tanto!», es pobre en términos humanos, pero el Señor le da numerosos hijos espirituales. «Los que bautizó, las familias que bendijo y ayudó a caminar, los enfermos a los que sostiene, los jóvenes con los que comparte la catequesis y la formación, los pobres que socorre… son esa Esposa a la que le alegra tratar como predilecta y única amada y serle renovadamente fiel». Esa disponibilidad del sacerdote a «servir a todos» es la que «hace de la Iglesia una casa de puertas abiertas, refugio de pecadores, hogar para los que viven en la calle, casa de bondad para los enfermos… Donde el pueblo de Dios tiene un deseo o una necesidad, allí está el sacerdote que sabe oír y siente un mandato amoroso de Cristo que lo envía a socorrer con misericordia esa necesidad, o a alentar esos buenos deseos con caridad creativa».

El Papa celebra la Misa de la Cena del Señor en la Fundación Don Carlo Gnocchi

Semana Santa rica en gestos

Tras la Misa -como hizo ya el año pasado-, el Papa almorzó con diez sacerdotes romanos, en el apartamento del arzobispo Angelo Becciu, Sustituto de la Secretaría de Estado. La comida precedió a uno de los momentos más esperados de la Semana Santa del Papa, su visita a la fundación Don Carlo Gnocchi, donde el Santo Padre lavó los pies a 12 personas ancianas y discapacitadas. Entre ellos -informó COPE- se encontraban Osvaldinho, de 16 años, procedente de Cabo Verde y tetrapléjico debido a un accidente sufrido el verano pasado, o Hamed, de 75 años, musulmán procedente de Libia aquejado de graves lesiones neurológicas tras sufrir un aparatoso accidente de automóvil. La más anciana del grupo era Angélica, de 86 años, que se recupera tras haberse fracturado la prótesis de cadera que utilizaba. Uno a uno, no sin dificultad, con ayuda de dos asistentes, el Papa se arrodilló ante estas doce personas, y lavó, secó y besó sus pies. En la homilía, sin papeles, el Papa reflexionó sobre el significado de este gesto, y cómo Jesús nos enseña a «ser servidores unos de los otros».

Muchos gestos y signos hubo también en la tarde-noche del viernes, en la celebración del vía crucis en el Coliseo. Era la número 50, desde que Pablo VI inició la que es ya una consolidada tradición romana. El Papa presenció esta conmemoración de la Pasión y muerte de Cristo con gran recogimiento, mientras portaban la cruz diversas personas en representación de los niños sexualmente abusados, de las personas sin techo, de los inmigrantes y de otras víctimas de diversas situaciones de injusticia. El texto, del arzobispo Giancarlo Mari Bregantini, hizo alusiones a las mujeres víctimas de los malos tratos, a las madres que sufren las adicciones a las drogas de sus hijos, o al sistema económico que condena al paro y a la precariedad a multitud de trabajadores.

No estaba previsto que el Papa interviniera, pero, finalmente, dirigió unas breves palabras al término del vía crucis. La cruz -dijo- «resume toda la fealdad del mal. Y sin embargo es, con todo, una cruz gloriosa, como el alba de una noche larga, porque representa todo el amor de Dios, que es más grande que nuestras iniquidades y nuestras traiciones. En la cruz vemos la monstruosidad del hombre cuando se deja guiar por el mal, pero vemos también la inmensidad de la misericordia de Dios».

Después de que el Papa dijera estas palabras, su limosnero, monseñor Konrad Krajewski, repartía más de cien sobres entre las personas sin techo que duermen en las estaciones de tren romanas, con la felicitación de Pascua de Francisco y una cantidad de 40 ó 50 euros. Ese día, el Papa había donado 200 paquetes de comida a una asociación romana que recogía alimentos por Pascua para familias en necesidad. Además, Francisco envió huevos de Pascua a los pequeños pacientes del Hospital Infantil Niño Jesús, a quienes visitó en vísperas de Navidad, el 21 de diciembre. El Miércoles Santo, monseñor Krajewski llevó, en su nombre, 1.200 ejemplares del Evangelio a los reclusos de la prisión Regina coeli.