Ahora hace 450 años... - Alfa y Omega

Según rezan los archivos de la iglesia de la Santísima Trinidad en Stratford-upon-Avon, precisamente el 26 de abril de 1564, William Shakespeare recibía el santo Bautismo. Todos los años, este genial escritor es recordado tres días atrás, el 23 de abril: en tal fecha del año 1616, William Shakespeare fallecía a los 52 años de edad, al mismo tiempo que don Miguel de Cervantes Saavedra recibía cristiana sepultura.

Autor de más de cuarenta obras de teatro y de ciento cincuenta sonetos, Shakespeare es para muchos el dramaturgo más lúcido y mejor dotado de todos los tiempos. Sus obras se centran en temas de perenne actualidad: los amores y los desamores, la traición y el engaño, el perdón y la venganza. En la mayoría de ellas se plantea un dilema de difícil resolución, o se aborda la causa y la consecuencia de un gran sufrimiento, o de un gran amor. Amor y sufrimiento son, pues, dos de las palabras clave de la obra de Shakespeare, que se reconocen en todas las relaciones sociales: en el rey y en el sirviente, en la esposa y en la hija.

Durante estos cuatro siglos y medio, miles de personas se han acercado a su obra, bien siguiendo una curiosidad voluntaria, bien obligados por la escuela. Al ser prolija su bibliografía, y al haber asistido a multitud de representaciones dramáticas, podríamos caer en la tentación de pensar que lo conocemos, si no al detalle, al menos lo suficiente. Pero no es así: su vida es un mar de enigmas; su obra, un pozo de sabiduría. No son pocas las preguntas que nos asaltan a todos cuantos nos acercamos a sus páginas. A fuerza de leer, a veces entrelíneas, uno puede quizá llegar a intuir algo más acerca de su persona o, al menos, de la concepción que él tenía de la realidad que lo rodeaba.

Recientemente, algún escritor bien letrado ha abogado —como Joseph Pearce en Por los ojos de Shakespeare (ed. Rialp, 2013)— por su catolicismo, practicado de manera clandestina en medio de un período de la historia de Inglaterra dulce para las letras pero en amarga lucha contra la catolicidad de dentro y de fuera de la isla. Lo que no podemos negar es su elogio al buen hacer de ciertos personajes suyos, o una crítica sarcástica de sus fechorías. Así pues, ¿cuál es el verdadero corazón de Shakespeare: la maldad que se respira en sus tragedias, el talante irónico de sus comedias, o la sinceridad de sus sonetos?

Más actor que dramaturgo en su mocedad, más dramaturgo que actor en su madurez. Su cuerpo ya le pide menos esfuerzo y más reflexión, de tal manera que, habiendo experimentado en sus carnes los gozos y los sinsabores de la vida teatral, se retira de la escena y se aleja del bullicio de la ciudad a su pueblo natal. Así, en compañía de los suyos y en plena flor de la vida, se despide del mundo de la farsa y de su vida. Aunque nos abandona Shakespeare, su genio nos acompaña a través de sus tramas, siempre en vigor, signo inconfundible del buen escritor.

Paloma Galán Redondo