El Papa, «profundamente afectado por la muerte del pequeño Alfie» - Alfa y Omega

El Papa, «profundamente afectado por la muerte del pequeño Alfie»

Tras encomendar al niño británico, Francisco les dice a los participantes de un congreso sobre medicina regenerativa que «la ciencia, como cualquier otra actividad humana, sabe que tiene límites que se deben respetar por el bien de la humanidad, y ​​necesita un sentido de responsabilidad ética»

Ricardo Benjumea
El Papa recibe a Tom Evans el 18 de abril

«Estoy profundamente afectado por la muerte del pequeño Alfie. Hoy rezo especialmente por sus padres, mientras Dios Padre lo acoge en su abrazo de ternura», escribía el Papa en un tweet, pocas horas después de conocerse la noticia de la muerte del pequeño Alfie Evans.

Francisco ha participado de diversas formas en los sucesos de la vida de este niño y su familia. Recibió al padre de Alfie, Thomas, en una audiencia, y pidió en dos ocasiones públicamente que se respetara la voluntad de los padres de proporcionar los últimos cuidados a sus hijos, contra la decisión del hospital de Liverpool –avalada por la justicia británica– de retirarle todos los soportes vitales. «El único dueño de la vida, desde el inicio hasta el fin natural, es Dios», clamó el Papa. «Y nuestro deber es hacer de todo para custodiar la vida».

Yendo aún un paso más allá, el Pontífice encargó a los dirigentes de su hospital, el Hospital Pediátrico Bambino Gesú de Roma, que hicieran lo posible para el traslado del niño. El centro se ofreció a cubrir con los gastos del traslado. El gobierno italiano colaboró otorgando a Alfie la nacionalidad.

La posición que defienden el Papa y la Iglesia no era, sin embargo, la de intentar salvar la vida del niño a toda costa. Al mismo tiempo que el Pontífice reconoció la complejidad del caso, la doctrina católica se opone al encarnizamiento terapéutico, que se obstina en alargar una vida originando inútilmente sufrimiento al paciente (con la salvedad de que, en el caso de niños, los médicos suelen ser partidarios de explorar tratamientos que descartarían para pacientes de avanzada edad, siempre dentro de unos límites).

La Iglesia es una firme defensora de los cuidados paliativos, que mejoran la calidad de vida del paciente incluso cuando ya no se puede hacer nada por su curación. Son ese tipo de cuidados los que se ofrecía a prestar el Bambino Gesú a Alfie Evans. El mismo ofrecimiento había hecho el hospital del Vaticano hace unas semanas a Charlie Ward, bebé fallecido recientemente en similares circunstancias. También a sus padres les fue negado el traslado por la justicia británica.

Los límites de la ciencia

Precisamente el día de la muerte del pequeño Alfie Evans, el Papa recibía a los participantes de un Congreso Internacional sobre Medicina Regenerativa. «Frente al problema del sufrimiento humano, es necesario saber cómo crear sinergias entre personas e instituciones, también superando prejuicios, para cultivar la atención y el esfuerzo de todos a favor de la persona enferma», dijo Francisco

Y tras hacer hincapié en la importancia de la prevención («muchos males podrían evitarse si se prestara más atención al estilo de vida que asumimos y a la cultura que promovemos»), destacó «con mucha satisfacción el gran esfuerzo de la investigación científica destinada al descubrimiento y la difusión de nuevos tratamientos, especialmente cuando tocan el delicado problema de las enfermedades raras, autoinmunes, neurodegenerativas y muchas otras».

No obstante, advirtió de que, «al mismo tiempo que la Iglesia elogia todos los esfuerzos de investigación y aplicación encaminados a la atención de las personas que sufren, recuerda también que uno de los principios básicos es que «no todo lo que es técnicamente posible o factible es por esa misma razón éticamente aceptable”. La ciencia, como cualquier otra actividad humana, sabe que tiene límites que se deben respetar por el bien de la humanidad, y ​​necesita un sentido de responsabilidad ética».

Discurso a los participantes en la Conferencia Internacional promovida por el Pontificio Consejo para la Cultura

Queridos amigos: buenos días.

Una cordial bienvenida a todos vosotros. Doy las gracias al cardenal Ravasi por las palabras que me ha dirigido y por promover esta iniciativa que ofrece una gama de temas que van más allá de una reflexión teórica e indican un itinerario a seguir.

Me alegro cuando veo que los representantes de diferentes culturas, sociedades y religiones aúnan sus fuerzas, emprendiendo un camino común de reflexión y compromiso en favor de los que sufren, porque la persona humana es un punto de encuentro y un «lugar» de unidad. En efecto, frente al problema del sufrimiento humano, es necesario saber cómo crear sinergias entre personas e instituciones, también superando prejuicios, para cultivar la atención y el esfuerzo de todos a favor de la persona enferma.

Agradezco a todos aquellos que, en este esfuerzo del Consejo Pontificio para la Cultura y las instituciones con él involucradas -la Fundación Vaticana de Ciencia y Fe-STOQ, la CURA Foundation y la Fundación Stem for Life- han ofrecido su contribución. Un agradecimiento especial a los diferentes dicasterios de la Santa Sede que han colaborado en este proyecto: la Secretaría de Estado – Sección de Relaciones con los Estados, la Academia Pontificia para la Vida, la Academia Pontificia de las Ciencias y la Secretaría para la Comunicación.

El recorrido de esta Conferencia se sintetiza en cuatro verbos: prevenir, reparar, tratar y preparar el futuro. Sobre estos me gustaría reflexionar brevemente.

Somos cada vez más conscientes del hecho de que muchos males podrían evitarse si se prestara más atención al estilo de vida que asumimos y a la cultura que promovemos. Prevenir significa tener una mirada abierta hacia el ser humano y el ambiente en que vive. Significa pensar en una cultura del equilibrio en la que todos los factores esenciales (educación, actividad física, dieta, protección del medio ambiente, observancia de los «códigos de salud» derivados de prácticas religiosas, diagnósticos tempranos y específicos, entre otros) puedan ayudarnos a vivir mejor y con menos riesgos para la salud.

Esto reviste una importancia particular cuando pensamos en los niños y los jóvenes, que están cada vez más expuestos a los riesgos de enfermedades vinculadas a los cambios radicales de la civilización moderna. Es suficiente reflexionar sobre el impacto que el humo, el alcohol o las sustancias tóxicas halladas en el aire, el agua y el suelo tienen sobre la salud humana (véase la Carta Encíclica Laudato si’, 20). Un alto porcentaje de tumores y otros problemas de salud en los adultos se pueden evitar a través de medidas preventivas tomadas durante la infancia. Esto, sin embargo, requiere una acción global y constante que no se puede delegar en instituciones sociales y gubernamentales, sino que  exige el compromiso de cada uno. Por lo tanto, es urgente que se difunda una mayor sensibilidad en favor de una  cultura de la prevención como primer paso hacia la protección de la salud.

También debemos destacar con mucha satisfacción el gran esfuerzo de la investigación científica destinada al descubrimiento y la difusión de nuevos tratamientos, especialmente cuando tocan el delicado problema de las enfermedades raras, autoinmunes, neurodegenerativas y muchas otras. En los últimos años, el progreso en la investigación celular y en el campo de la medicina regenerativa nos ha permitido alcanzar nuevas metas en las técnicas de reparación de los tejidos y en las terapias experimentales, abriendo un capítulo importante en el progreso científico y humano , incluido en vuestra conferencia con dos términos: reparar y curar. Cuanto mayor sea nuestro compromiso en favor de la investigación, tanto más estos dos aspectos serán  relevantes y efectivos, permitiéndonos responder de una manera más adecuada, incisiva e incluso más personalizada a las necesidades de las personas enfermas.

La ciencia es un medio poderoso para comprender mejor tanto la naturaleza que nos rodea como la salud humana. Nuestro conocimiento avanza y con él aumentan los medios y tecnologías más sofisticadas que permiten no sólo mirar la estructura más recóndita de los organismos vivos, incluidos los seres humanos, sino también intervenir  en ellos de una manera tan profunda y precisa que puede permitir incluso la modificación de nuestro propio ADN. En este contexto, es esencial que aumente nuestra conciencia de la  responsabilidad ética hacia la humanidad y el ambiente en el que vivimos. Al mismo tiempo que la Iglesia elogia todos los esfuerzos de investigación y aplicación encaminados  a la atención de las personas que sufren,  recuerda también  que uno de los principios básicos es que «no todo lo que es técnicamente posible o factible es por esa misma razón éticamente aceptable». La ciencia, como cualquier otra actividad humana, sabe que tiene límites que se deben respetar por el bien de la humanidad, y ​​necesita un sentido de responsabilidad ética. La verdadera medida del progreso, como recordaba el beato Pablo VI, es la que tiene por  objeto el bien de todos los hombres y de todo el hombre (cf. Enc. Lett. Populorum progressio, 14).

Si queremos preparar el futuro asegurando  el bien de cada persona humana, tenemos que actuar con una sensibilidad tanto más aguda cuánto más potentes sean los  medios a nuestra disposición. Esta es nuestra responsabilidad con el otro y con todos los seres vivos. Efectivamente, hay necesidad de reflexionar sobre la salud humana en un contexto más amplio, teniendo en cuenta no sólo su relación con la investigación científica, sino también con  nuestra capacidad de preservar y proteger el medio ambiente y con la necesidad de pensar en todos, especialmente en los que experimentan dificultades sociales y culturales que hacen precarios tanto el estado de salud como el acceso a las curas.

Pensar en el futuro significa, por lo tanto, emprender  un itinerario marcado por un movimiento dual. El primero, anclado a una reflexión interdisciplinaria abierta que involucre a muchos expertos e instituciones y permita un intercambio mutuo de conocimientos; el segundo, que consiste en acciones concretas a favor de los que sufren. Ambos movimientos requieren la convergencia de esfuerzos e ideas capaces de involucrar a representantes de diversas comunidades: científicos y médicos, pacientes, familias, expertos de ética y cultura, líderes religiosos, filántropos, representantes de los gobiernos y del mundo empresarial. Me siento particularmente feliz porque este proceso ya está en marcha, y porque idealmente esta iniciativa una a muchos para el bien de todos.

Os animo, por lo tanto, a cultivar con audacia y determinación los ideales que os han reunido y que ya pertenecen a vuestro  itinerario académico y cultural.  Os acompaño y os bendigo; y os pido, por favor, que recéis también por mí. Gracias