Debemos escuchar lo que pensáis los jóvenes - Alfa y Omega

Nunca os agradeceré suficientemente lo que habéis hecho los jóvenes de Madrid; deseaba saber que pensabais y me puse a cavilar cómo convocaros a todos y poder saber lo que a vosotros más os preocupa. Todos esos temas que entre vosotros habláis, pero que no tienen un relieve especial después en las respuestas, en los proyectos, en las decisiones que vosotros mismos esperáis. Vuestro sentir y pensar va por un lado y, lo que los mayores os presentan, nada tiene que ver o por lo menos no responde a todo lo que en vuestro corazón anida como necesidad.

Cuando pensé cómo acoger lo que vosotros tenéis en vuestro corazón, cómo daros palabra, recordé la insistencia con la que el Papa Francisco prepara el Sínodo dedicado a los jóvenes, a fin de escucharos y no hacer un Sínodo con lo que los mayores pensamos que deben hacer los jóvenes o con las preocupaciones que nosotros tenemos.

Desde este deseo de saber lo vuestro, propuse un foro joven de participación que llamé Parlamentos de la Juventud. Ya los hemos celebrado en las ocho vicarías territoriales. Por todas las informaciones que me mandasteis, sé que a vosotros, los jóvenes, os ha permitido vislumbrar que es tiempo de «atreverse a ser felices y a hacer felices a los demás». Me han impresionado las propuestas, las conversaciones que sé que habéis mantenido. Todas ellas las tendré muy en cuenta e irán conmigo al Sínodo. Me ha gustado mucho que habéis hablado con valentía y habéis dicho lo que sentís en lo profundo de vuestro corazón, que tenéis conciencia de que un mundo mejor se construye con vosotros, que tenéis deseos de cambiar, de ser generosos, de vivir con audacia. También es bueno saber de vuestras sensibilidades, dudas y críticas. Gracias.

Lo que más me ha impresionado es lo que yo mismo veo en todos vosotros, el rostro joven de Cristo que desea estar presente en los acontecimientos importantes, y cómo habéis abordado los temas de los grupos parlamentarios.

Todos juntos comenzasteis con una oración en la que considerasteis que era Jesucristo mismo quien os había llamado, que quiere contar con vosotros y pensó en vosotros desde siempre para que dieseis a la Iglesia ese rostro joven con capacidad de decir a los hombres con fuerza en esta historia que hagan un mundo con estos condimentos que son imprescindibles para transformarlo: poner fe en Jesucristo, poner esperanza, y poner amor.

Tened la pasión de pensar en los demás, como Joaquín, ese joven argentino de 18 años que se puso a crear prótesis gratuitas para personas que las necesitan, sobre todo para niños y adultos sin manos. A través de las redes, en contacto con el mundo, pueden pedirlas quienes lo necesitan. Hoy la cultura de los jóvenes cambia, es decisivo para ellos lo tecnológico y lo social. Como ese joven he podido captar que hay muchos en Madrid y seguro que en España. Escuchémoslos, ellos cambiarán lo que nosotros no somos capaces de hacer.

1. El Señor nos pide que lo acojamos como amigo: siempre llama a la puerta de nuestra libertad, desea que seamos felices y que entreguemos felicidad, desea llenarnos de humanidad, de misericordia; darnos la plenitud de la dignidad. Al fin y al cabo, esto es la fe cristiana: el encuentro con Cristo, que nos da un nuevo horizonte y una dirección decisiva en nuestra vida, para nosotros y para los demás.

2. Jesús os presenta grandes ideales: entablad una relación de verdadera amistad con Él, nunca os defraudará. Nunca os contentéis solamente con vivir para vosotros mismos. Así no gozáis de la vida, es un gozo aparente que a la larga os defraudará. Tenéis derecho a saborear la felicidad verdadera y a dársela también a los demás. Esa felicidad tiene un nombre y tiene un rostro y vosotros podéis tener el mismo: el de Jesús de Nazaret. Entablad una relación intensa, meditad su Palabra, nunca encontraréis unas palabras que llenen tanto vuestro corazón.

3. Emprended la más grande de las batallas: renovad la sociedad actual siendo testigos auténticos de Jesucristo, siempre impulsados por su verdad y por su amor, siendo generosos, haciendo verdad en este mundo la parábola del buen samaritano; nunca paséis de largo de nadie, deteneos ante todos, pero muy especialmente ante el que está caído y medio muerto, ante quien no tiene esperanza. Mirad de frente a los hombres, ved sus problemas, empeñaos en curar y sanar, prestad vuestro aceite y vuestras vendas, es decir, lo que sois y tenéis; también dejadle sitio en vuestra vida, acompañando siempre y nunca olvidando a nadie. No tengáis miedo, creed en esto: «Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y siempre».