Ramiro de Maeztu, caballero de la libertad - Alfa y Omega

Ramiro de Maeztu, caballero de la libertad

Maeztu es uno de los más altos exponentes de la llamada Generación del 98 —cuya existencia él siempre negó—. Su apuesta por la tradición y, más concretamente, para España, por la fe católica como fuente de toda originalidad, le ha valido el quedar marginado de la interpretación puramente regeneracionista del 98. La editorial Rialp ha prestado un gran servicio a la cultura española rescatando su obra fundamental: Defensa de la Hispanidad

Inma Alvárez
Detalle de El Caballero de la mano en el pecho de El Greco, Museo del Prado (Madrid)

A pesar de haber sido uno de los intelectuales más influyentes del pensamiento español (e incluso europeo) de principios de siglo, junto con Ortega y Gasset y con Miguel de Unamuno, hoy sus obras son prácticamente desconocidas e incluso denostadas. Periodista de oficio —de él dijo Bernard Shaw que era el hombre que más ha hecho por la dignidad del periodismo—, fue el cronista más leído en España durante la primera guerra mundial. Fue, además, corresponsal en Inglaterra, donde entró en contacto con famosos polemistas de la época, entre ellos, Hilaire Belloc, Chesterton, Shaw o H. G. Wells.

Como muchos de los pensadores de su generación, Ramiro de Maeztu se alejó de la religión para iniciar una angosta búsqueda que le llevó a probar el socialismo marxista, el guild socialism y el fabianismo; Croce, Kant y, sobre todo —paradójicamente—, Nietzsche le guiaron a los umbrales de la fe. Su vuelta decidida al catolicismo le valió el ostracismo intelectual y una manipulación de su persona y de sus escritos, que rayó, en ocasiones, hasta en la grosería, en una España que se aproximaba a la tragedia. En 1936 fue encarcelado en la prisión de Ventas, en Madrid; Maeztu sabía lo que le esperaba, y lo aceptó con serenidad: el 28 de octubre de ese mismo año fue ejecutado por los milicianos en la misma cárcel, a pesar de que varias embajadas, entre ellas la inglesa y la argentina, pidieron al Gobierno que salvara su vida.

Ramiro de Maeztu

Hasta Gabriela Mistral, durante un viaje por nuestro país, en 1925, escribió: A Ramiro de Maeztu, que es uno de los cerebros mejor organizados de la España de ahora, le ha valido su catolicismo una reputación de reaccionario que no merece. Una reputación injusta que sigue teniendo aún hoy, para desgracia de nuestras letras.

La tarea de la Hispanidad

Ofrecemos unos párrafos de Defensa de la Hispanidad, en los que recapitula su interpretación de la Hispanidad: una civilización que se basa en la certidumbre de que ningún pueblo es superior a otro, porque a todos los hombres les es dada la gracia -cercana o remota- suficiente para salvarse; por lo tanto, ningún hombre ni pueblo está condenado de antemano a desempeñar un papel servil.

El servicio es la virtud aristocrática por excelencia. Ich dien, yo sirvo, dice en tudesco el escudo de los reyes de Inglaterra. El de los Papas dice más: Servus servorum, siervo de los siervos. Es el lema de toda alma distinguida. Si se le contrapone al de libertad, se observará que el de servicio incluye la libertad, porque libremente se adopta como lema, pero el de libertad no incluye el de servicio: Mejor reinar en el infierno que servir en el cielo, dice el Satán, de Milton. La jerarquía es la condición de la eficacia, lo específico de la civilización, lo genérico de la vida, que parece aborrecer toda igualdad. Toda obra social implica división del trabajo: gobernantes y gobernados, caudillos y secuaces. Disciplina y jerarquía son palabras sinónimas. La jerarquía legítima es la que se funda en el servicio. Jerarquía y servicio son los lemas de toda aristocracia. Una aristocracia hispánica ha de añadir a su lema el de hermandad. Los grandes españoles fueron los paladines de la hermandad humana. Frente a los judíos, que se consideraban el pueblo elegido, frente a los pueblos nórdicos de Europa, que se juzgaban los predestinados para la salvación, san Francisco Javier estaba cierto de que podían ir al Cielo los hijos de la India, y no sólo los brahmanes orgullosos, sino también, y sobre todo, los parias intocables.

Ésta es una idea que ningún otro pueblo ha sentido con tanta fuerza como el nuestro. Y como creo en la Humanidad, como abrigo la fe de que todo el género humano debe acabar por constituir una sola familia, estimo necesario que la Hispanidad crezca y florezca y persevere en su ser y en sus caracteres esenciales, porque sólo ella ha demostrado vocación para servir este ideal.