La segunda comunión - Alfa y Omega

Ya ha pasado mayo. Ya han hecho los niños la Primera Comunión. Ha habido trajes de fiesta, banquete y regalos. Y está muy bien que sea así. Desde siempre, los hombres han sacado su mejor ropa para los días más especiales, y es una costumbre inmemorial de todos los pueblos celebrar con intercambio de dones las fechas más señaladas del calendario.

Pero después de la Primera Comunión han de venir la segunda, la tercera, la cuarta y muchas, muchas otras. Dios, a quien se recibe en cada comunión, sigue siendo el mismo. Y Dios es el verdadero protagonista de cada Comunión, y recibirle es igualmente grande cada vez, igualmente maravilloso.

¿Les hemos explicado a los niños que acaban de comulgar por vez primera que se ha realizado para ellos un milagro que se va a repetir todos los días, si ellos quieren? Jesús, en la Última Cena, llevó a cabo el más espléndido acto de amor de la historia de la Humanidad: se nos entregó en cuerpo y alma. Su última Cena es nuestra Comunión.

Los niños que acaban de comulgar por vez primera van a acompañarnos a Misa cada domingo. Y ¡ojalá lo hagan también en otras fechas en que no sea obligación, para que comprendan, desde el primer momento, que a Dios se acude por amor, y que para el amor no hay días! La celebración eucarística supone, sobre todo, un acto de amor y de devoción; nuestra prueba de gratitud a Dios por Su entrega redentora. Entonces los niños le encontrarán todo su sentido a la comunión que han realizado. Aprenderán a valorarla.

¿Qué puede alejarnos de la Misa frecuente, de la comunión habitual? ¿El pecado? Si amamos a Dios, el pecado es un accidente -puede sucedernos- al que hay que correr a poner remedio. ¿La falta de fervor? Si dejamos de noche a la intemperie un jarro de agua fría, se enfriará todavía más. Y lo mismo nos pasará a nosotros. ¿Que llevamos toda la vida comulgando sin aparentes resultados? ¿Sabemos acaso qué hubiese sido de nosotros, cómo estaría nuestra vida de cristianos, si no hubiésemos comulgado? A Dios hay que acudir porque se le ama, o porque se le quiere amar. Y el sacramento del más alto amor a Dios y de Dios es la Eucaristía.

Los niños que ahora han empezado a comulgar nos agradecerán que les enseñemos a revivir con toda la frecuencia posible esta fiesta que acaban de celebrar.