De autocomplacernos, líbranos, Señor - Alfa y Omega

Enrique Miret, asiduo de la tribuna de El País, acaba de publicar un artículo en el que se despacha a gusto con la llamada moral cristiana. Critica la doctrina moral de la Iglesia y dice que los que han sobrenaturalizado el mensaje de Jesús han sido los mismos que defiendieron las Cruzadas, la castración de niños, y la sumisión de la mujer al varón en la Iglesia. Jesús no habría enseñado ninguna moral distinta de la que toda persona de buen sentido podía descubrir reflexionando sobre las consecuencias de su conducta. Sobre sus afirmaciones, sólo diré que Miret prefiere decir lo que le da la gana a la discreta obligación de someterse a la verdad. El libre examen, frente a la interpretación de la Iglesia.

La actidud de Miret es el último estadio de una regresión que va desde la búsqueda de la verdad hasta la autocomplacencia. Hay en esta actitud un odio a lo humano, que propugna la vuelta a lo puro, a lo incontaminado por los hombres, que, ya se sabe, ensucian todo lo que tocan. Así, algo tan carnal como el Cuerpo Místico de Cristo debería ceder su autoridad ante los puros hechos del comienzo del cristianismo. Lo que no dice Miret es que los hechos serán evidentes, pero el significado de los hechos, no. Dice Miret, citando a Nietzsche: Nunca hubo más que un cristianismo, y murió en la cruz. Lo cierto es que no hay más que un cristianismo, pero sigue vivo, pues resucitó y habita en su Iglesia.

Decía Chesterton que la vida no es ilógica, pero es una trampa para los lógicos. Y decía que, si observamos el cuerpo humano, vemos que está dividido por un eje, de modo que a un lado tenemos un ojo, y al otro lado, otro ojo. A un lado un brazo, al otro lado, otro. Así con las piernas, las orejas, las cejas. Al fin lo tomará como una ley; y luego, al encontrar un corazón a un lado, deducirá que también hay un corazón en el otro. Y -dice- justamente cuando más sienta que está en lo cierto, estará equivocado. La verdad no son las apariencias. Los errores que cometen los que razonan como Miret se deben a la presunción de que cualquier observación hecha por cualquiera es igualmente válida. Para sacarnos de esta cárcel se hizo carne el Verbo. Y para dar fe a su Iglesia hace falta amar la verdad más que la autocomplacencia.