«Tomad, esto es mi cuerpo» - Alfa y Omega

«Tomad, esto es mi cuerpo»

Solemnidad del Corpus Christi

Daniel A. Escobar Portillo
Foto: CNS

Junto con la Semana Santa o determinadas procesiones patronales, el Corpus Christi es probablemente el ejemplo más característico de piedad popular y, sin duda, el exponente público por excelencia de la devoción eucarística. Estamos ante una fiesta, muy arraigada en España, que permite contemplar varias realidades unidas al sacramento eucarístico.

El Señor entre su pueblo

Es difícil acercarse a la historia de cualquier pueblo sin fijarse en los personajes más importantes que lo han guiado y acompañado, ya sea hacia el éxito o hacia el abismo. La Biblia no es ajena a este modo de concebir la vida del pueblo de Israel. Sin embargo, personajes como Abrahán, Moisés, el rey David, etc., no son únicamente un punto al que dirigir la mirada para reconocerse y caminar como pueblo, sino la garantía de que es Dios mismo el que camina en medio de su pueblo construyendo su historia. Del mismo modo, la Iglesia a lo largo de los siglos ha buscado expresar la cercanía del Señor Jesucristo en medio de los hombres; no como alguien ajeno al mundo, sino como alguien que visita las mismas calles y plazas que nosotros frecuentamos. Se trata, pues, no de acompañar nosotros al Señor, sino de reconocer que es él quien camina y se hace presente entre nosotros. La procesión del Corpus significa que Dios no está alejado ni permanece indiferente ante nuestras alegrías, sufrimientos o dolores. Es, en definitiva, una consecuencia más de la Encarnación, de que Dios «ha visitado a su pueblo» y podemos experimentar su proximidad.

El pan de la unidad

Fijémonos ahora en el modo en el que el Señor está presente entre nosotros. Pan y vino. Durante la procesión y la adoración vemos algo muy sencillo, la forma más sencilla de alimento, hecho con harina y agua. Se presenta como el alimento de los pobres, a los que el Señor ha destinado en primer lugar su cercanía. El pan es «fruto de la tierra y del trabajo del hombre». Ello supone que, como fruto del trabajo, hay una intervención humana en este alimento tan básico y cotidiano. Pero, por otro lado, como fruto de la tierra, es un don recibido, que no depende de la fuerza humana, sino de algo que nos viene dado por el Creador. Asimismo, al estar el pan formado por granos de trigo molidos se hace referencia a dos realidades: la entrega de Cristo, «el grano de trigo que cae y muere», y la unidad de la Iglesia, puesto que está formada por distintos granos. Cuando rezamos el padrenuestro pedimos: «Danos hoy nuestro pan de cada día». Algunos padres de la Iglesia vieron aquí una referencia a la Eucaristía, al pan de vida eterna, que anticipa en la tierra el mundo futuro.

La sangre de la alianza

La presencia del Señor entre nosotros está ligada a la alianza que ha sellado con nosotros. «Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos», leemos en el Evangelio de hoy. Con estas palabras, Jesús está aludiendo al pacto ratificado entre Dios y el pueblo, en tiempos de Moisés; texto que escuchamos en la primera lectura de este domingo. Para los israelitas la sangre significa la vida y, por ello, la sangre derramada sobre el pueblo expresa la unión vital entre Dios y el pueblo y, en cierta medida, una misma vida compartida. Con el derramamiento de la propia sangre, Jesús nos hace comprender que la alianza del Sinaí, de carácter externo, era una prefiguración de la definitiva alianza que Dios sellará con los hombres a través del derramamiento de la sangre de su Hijo.

En suma, la presencia del Señor entre nosotros significa que no bastan nuestros esfuerzos humanos para conseguir la salvación. Solo Cristo, entregándose y derramando su sangre por nosotros, y asumiendo nuestra debilidad, nos ha salvado realmente.

Evangelio / Marcos 14, 12-16. 22-26

El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos: «¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?». Él envió a dos discípulos diciéndoles: «Id a la ciudad, os saldrá al paso un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, y en la casa adonde entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Cuál es la habitación donde voy a comer la Pascua con mis discípulos?”. Os enseñará una habitación grande en el piso de arriba, acondicionada y dispuesta. Preparádnosla allí». Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la Pascua.

Mientras comían, tomó el pan y, pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo: «Tomad, esto es mi cuerpo». Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron. Y les dijo: «Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios».

Después de cantar el himno, salieron para el monte de los Olivos.