Una revolución que no termina de llegar - Alfa y Omega

Una revolución que no termina de llegar

Estamos lejos de poder decir que somos una Iglesia que comunica de forma viva, alegre, dinámica, que llega a la persona

Colaborador
Foto: CNS

Se están dando pasos para mejorar la comunicación en la Iglesia española, algunos muy notables, pero creo que —a riesgo de ser muy injusto al generalizar— estamos lejos de poder decir que somos una Iglesia que comunica de forma viva, alegre, dinámica, que sabe llegar las personas a través de los formatos y lenguajes de hoy.

Si a algo se dedica la Iglesia es a comunicar. Pero parece que falla algo en nuestra forma de hacerlo: da la impresión que no somos capaces de llegar a la gran mayoría de la gente. ¿Qué nos pasa? ¿En qué no estamos acertando? Lo primero que necesitamos es un cambio radical en la importancia que le damos a la comunicación en la Iglesia. Eso supone un cambio de cultura.

«Las cosas de palacio van despacio», «no tenemos muchos medios humanos y económicos para la comunicación», «ahora estamos con otras prioridades», «nos come el día a día», «hay decisiones que dependen de Roma» o «haremos los cambios poco a poco» son algunas de las excusas o resistencias que he encontrado en instituciones religiosas, que impiden que el cambio llegue.

Pero la situación no está como para ir «poco a poco». ¿Podemos decir que el 90 % de los jóvenes españoles van a Misa y tienen una relación personal con Jesucristo? No, la situación no está como para estar tranquilos.

¿Cómo son los carteles, las webs, las revistas, las fotografías, los vídeos y los diseños gráficos que creas?, ¿son modernos, llamativos y con una estética limpia y cuidada? Existe, a mi juicio, un aire amateur, antiguo y rancio en nuestras estéticas que no ayuda a conectar con el hombre y la mujer de hoy. (Por cierto: deberíamos prohibir esos montajes que mezclan en una misma imagen varias fotografías, colores, tamaños y tipos de letra —entre ellas, la odiosa Comic Sans—).

¿Preparados para una crisis?

La comunicación también es institucional o corporativa. Hay diócesis, órdenes, instituciones y obras —colegios, universidades, residencias, hospitales— que no tienen diseñado un plan de comunicación, de modo que van comunicando sobre la marcha. Y, en ocasiones, sin tener el área profesionalizada: «Lo hace un voluntario». ¿Qué vamos a transmitir si no tenemos pensado qué comunicar, a qué públicos nos queremos dirigir y cómo lo vamos a hacer?

Muchas de estas instituciones tampoco tienen tampoco un plan de comunicación en caso de crisis: si ocurre una desgracia en sus centros o si se descubre un caso de pederastia, por ejemplo. Este tipo de daño en la reputación es como un huracán que lo destroza todo: la confianza de la gente, los años de buen hacer, el prestigio… todo por no haber planificado y trabajo cuando se estaba a tiempo. ¿Está tu institución aún a tiempo?

Confieso que he deseado en secreto que hubiera una plaga de crisis de comunicación repentinas en todas las instituciones católicas —solo crisis de comunicación, no los hechos en sí— para que de golpe quedara resuelta la comunicación en la Iglesia. Porque después de una gran crisis las instituciones toman conciencia y crean un departamento de comunicación profesional. Pero el daño ya está hecho. Segunda vez que lo pregunto: ¿Está tu orden u obra aún a tiempo de saber cómo actuar ante una crisis?

El espacio también comunica

Los espacios físicos —iglesias, edificios, salas, zonas verdes— también comunican. Creo que todos tenemos experiencia de entrar en lugares limpios, armoniosos, cuidados o cálidos que nos insertan en una dinámica de buen hacer y de conexión con Dios. Y de lo contrario. Me da la impresión de que con frecuencia hemos creído en la Iglesia que austeridad y buen gusto eran incompatibles. Bajo capa de bien —«hagamos cosas sencillas»—, creo que se nos ha colado el cutrerío.

Que haya sacerdotes que den homilías de 20 minutos, con multitud de ideas deslabazadas y sin preparar, es sencillamente inaceptable. El Papa ha dicho que un predicador que no se prepara, que no reza, «es deshonesto e irresponsable, un falso profeta, un estafador o un charlatán vacío».

Animo a los feligreses a que, cuando vivan este tipo de homilías, se acerquen al sacerdote al terminar la Misa —de forma agradable y con ánimo constructivo— para preguntarle primero cómo se encuentra y luego —si procede— transmitirle de forma educada y humilde su impresión sobre la homilía. Y lo mismo cuando lo haga bien.

Después de muchos años trabajando con instituciones eclesiales en el ámbito de la comunicación he llegado a la sencilla conclusión de que no hay ninguna excusa válida que impida el cambio: no es una cuestión de dinero, ni de tiempo, ni de no saber cómo hacerlo, pues hay cantidad de profesionales católicos y fundaciones dedicadas a ayudar a la Iglesia a comunicar mejor… Es no saber darle su debida importancia y, como consecuencia, no dedicarle la atención, el tiempo y los medios necesarios.

Tenemos el mejor de los mensajes posibles, algo que colma de sentido nuestras vidas y las llena de una enorme alegría y esperanza. ¿Os imagináis que nos tomamos esto de la comunicación en serio y somos capaces de llevar ese impresionante mensaje de ilusión, confianza y amor a muchos más de nuestros contemporáneos?

Chema Villanueva
Formador de la fundación Carmen de Noriega

El autor, el 4 de junio imparte en Madrid un curso de Homilética y Oratoria para sacerdotes