Para que Irlanda reverdezca - Alfa y Omega

Algunos hablan de una «trágica derrota» tras el contundente resultado del referéndum que deroga la octava enmienda de la Constitución irlandesa y abre el camino a la liberalización del aborto. En todo caso esa derrota comenzó a incubarse hace decenios, y lo curioso es que muchos no se hubiesen dado cuenta. La octava enmienda expresaba la certeza compartida de que la vida de cada niño concebido supone un bien superior a cualquier cálculo de oportunidad, y merece la protección del Estado. Ha sido esa certeza la que se ha ido erosionando de muchas formas hasta llegar a este resultado. El debate que precedió al referéndum ha sido para algunos una especie de ajuste de cuentas con su propia historia, marcada por una identidad católica que ahora sienten sofocante y opresiva. Algunos analistas señalan que la dureza del resultado refleja un voto de protesta contra la Iglesia tras la terrible crisis provocada por los abusos sexuales protagonizados por clérigos. No podemos descartar ese factor, pero la raíz es más honda.

Hace diez años me impactó el testimonio del periodista del Irish Times John Waters sobre la crisis de un catolicismo que había asumido el gobierno moral de la nación mientras la fe se daba por descontada. Eso produjo un acentuado moralismo acompañado de una gran laguna en todo lo que se refiere al diálogo crítico con la modernidad. Waters fue uno de los miles de jóvenes que abandonaron, más o menos clamorosamente, una barca que consideraban oxidada mientras soñaban la utopía de un mundo felizmente liberado de las ataduras de la tradición. En el caso de Waters la dura experiencia del alcohol, el fracaso en una relación amorosa y la fragilidad radical de sus amistades le llevaron a tocar fondo y a comenzar una lenta y dolorosa apertura a la antigua tradición católica en la que se había formado.

El moralismo y la mera defensa del patrimonio de los valores cristianos han mostrado su insuficiencia para responder a la auténtica mutación cultural que refleja el referéndum. La cuestión no es rasgarse las vestiduras ni llamar a las trincheras. La vuelta al hogar de la Iglesia solo fue posible para John Waters cuando encontró una experiencia de fe que tomaba en serio sus preguntas humanas y no se quedaba atascada en la mera enunciación de un discurso y de unos valores. Ese es el trabajo más urgente y decisivo: recuperar la experiencia original de la fe que hizo de Irlanda «la isla de los santos».