La autoridad de Jesús - Alfa y Omega

La autoridad de Jesús

X Domingo del tiempo ordinario

Daniel A. Escobar Portillo
Jesús tentado en el monte. Duccio di Buonisegna. Frick Collection, Nueva York

Para comprender el pasaje del Evangelio que este domingo tenemos ante nosotros, debemos tener en cuenta, en primer término, quiénes eran los destinatarios primeros del mismo. La intención de Marcos no era únicamente describir hechos y/o palabras del Señor, sino también animar a los cristianos a imitar a Jesucristo, tomando como modelo a los primeros cristianos. Para la época en que se escribe el Evangelio ya se había consumado la ruptura entre la sinagoga y la comunidad cristiana. En consecuencia, no resultaba sencillo confesarse seguidor de Jesucristo en un ambiente hostil y, por ello, Marcos trata de mirar a Jesús durante los años de su predicación con el objetivo de presentarlo como modelo de afrontar dificultades y persecuciones de todo tipo. Por eso vemos que si otros pasajes anteriores de Marcos no plantean conflicto alguno entre Jesús y los judíos, sino que sus palabras y acciones son reconocidas y aplaudidas, a medida que avanza el texto crece la oposición de los judíos, especialmente por parte de los fariseos y los escribas. Incluso se da a entender que su propia familia consideraba excesiva su actividad. Para quienes vivimos 2.000 años después de estos acontecimientos, no resulta difícil sentirnos identificados e interpelados por las circunstancias que describe este pasaje, pues en la vida de la Iglesia de hoy podemos hallar dificultades e incomprensiones similares a las que se encuentran en el Evangelio.

Con la fuerza del Espíritu Santo

Los escribas acusan a Jesús de tener dentro a Belzebú y expulsar a los demonios con el poder del jefe de los demonios. Se trata de una maniobra poco original en la historia del hombre: acusar de ser instrumento o cómplice del mal a quien no piensa como nosotros, sin detenerse en considerar si lo que se ha hecho o dicho es justo y verdadero. En el libro del Génesis encontramos otra táctica utilizada por los escribas y que se revela tan vieja como el hombre: echar la culpa a los demás de nuestros propios errores o pecados. Ante el pecado cometido, Adán denuncia a la mujer y la mujer atribuye el pecado a la serpiente. En el otro polo nos encontramos a Jesús, quien, a diferencia de los que lo acusan, no solo no ha sido nunca cómplice del mal, sino su aniquilador. Ya el mismo libro del Génesis nos lo presenta proféticamente como antagonista del pecado, con la sentencia de Dios hacia la serpiente: «Pongo hostilidad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y su descendencia». La superioridad de Jesús en el Evangelio no es solo dialéctica, haciendo ver a todos la inconsistencia y contradicción de la acusación contra Él. Su propia vida y, como punto culminante, su muerte y resurrección han puesto en evidencia que nadie como él ha luchado para derrotar el mal radical del hombre: el pecado y su consecuencia, que es la muerte. Jesús los acusa de blasfemar contra el Espíritu Santo. Pero, ¿en qué consiste esta blasfemia? No estamos ante un pecado más grave que otros, sino frente a la cerrazón y la negación de la verdad y de la luz. Por eso asegura el Señor que ante ese pecado no existe perdón, ya que es el hombre mismo el que se cierra radicalmente a este.

Nuestra postura ante Jesús

Ante la controversia de Jesús con los escribas o la incomprensión de sus mismos familiares debemos preguntarnos cuál es nuestra postura ante Él. Pero no se trata de un juicio o valoración externa, que normalmente será positivo, sino de preguntarnos si estamos dispuestos como Él a aceptar cualquier tipo de críticas si nuestro pensamiento o modo de actuar no se adecúan completamente al de la mentalidad dominante del lugar o época en el que nos encontremos. Conformar nuestra vida con la de Jesucristo supone, asimismo, entrar a formar parte de los íntimos de Jesús: «El que haga la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».

Evangelio / Marcos 3, 20-35

En aquel tiempo, Jesús llegó a casa y de nuevo se junta tanta gente que no los dejaban ni comer.

Al enterarse su familia, vinieron a llevárselo, porque se decía que estaba fuera de sí. Y los escribas que habían bajado de Jerusalén decían: «Tiene dentro a Belzebú y expulsa a los demonios con el poder del jefe de los demonios». Él los invitó a acercarse y les hablaba en parábolas: «¿Cómo va a echar Satanás a Satanás? Un reino dividido internamente no puede subsistir; una familia dividida no puede subsistir. Si Satanás se rebela contra sí mismo, para hacerse la guerra, no puede subsistir, está perdido. Nadie puede meterse en casa de un hombre forzudo para arramblar con su ajuar, si primero no lo ata; entonces podrá arramblar con la casa.

En vedad os digo, todo se les podrá perdonar a los hombres: los pecados y cualquier blasfemia que digan; pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo no tendrá perdón jamás, cargará con su pecado para siempre». Se refería a los que decían que tenía dentro un espíritu inmundo.

Llegan su madre y sus hermanos y, desde fuera, lo mandaron llamar. La gente que tenía sentada alrededor le dice: «Mira, tu madre y tus hermanos y tus hermanas están fuera y te buscan». Él les pregunta: «¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?». Y mirando a los que estaban sentados alrededor, dice: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre».