El Papa se retira a la montaña - Alfa y Omega

El Papa se retira a la montaña

Los focos de los medios de comunicación apuntan hacia el cónclave. Esta sociedad vive sometida, por principio, a la velocidad. Y la despedida de un papa anciano importa ya poco, más allá de los detalles que aporten una nota de sentimentalismo al berenjenal de noticias ennegrecidas por primas de riesgo. Sin embargo, los matices del gesto de Benedicto XVI no cesan de enriquecer el regalo que ha hecho a la historia de la Iglesia y del mundo. Hay algo que en ningún caso nos debiera pasar inadvertido en esta última gran lección pública de un gran pedagogo de la fe. Escribe la escritora y periodista Teresa Gutiérrez de Cabiedes

Teresa Gutiérrez de Cabiedes

Entre las alabanzas a la valentía, la autenticidad, la humildad y la sencillez del Papa, ha quedado también la sombra de un rumor; flota en el ambiente una sospecha incluso alimentada por algunos hijos de la Iglesia, víctimas de la ignorancia, el desconcierto o la imprudencia. ¿Dónde está el Dios omnipotente, si no manifiesta su gracia para sostener la fortaleza de un papa que se siente sin vigor para desempeñar su misión?

Nuestra cultura, hija de la modernidad, malvive fascinada por lo productivo. No pocas veces, la ascética cristiana se ha visto envenenada por el voluntarismo del superhombre de Nietzsche. Enseguida nos despistamos y pensamos que la vida espiritual y nuestra vocación irrepetible dependen más de nuestras proezas que del Amor gratuito de Dios. Por eso nos resulta más fácil admirar la heroicidad de un misionero que se juega la vida por los pobres que el valor inconmensurable de un alma consagrada a Él en la clausura.

El Papa sabe el alcance de sus decisiones y de sus palabras. En su última alocución después del Ángelus ha hablado de retirarse a la montaña. Las resonancias de esta imagen son riquísimas. En la montaña se descalzó Moisés, porque pisaba tierra santa. ¿Por qué osamos juzgar el diálogo de amor de la conciencia sagrada de un hombre de Dios? A la montaña se retiró Jesús a orar y, en esa infecundidad aparente, se manifestó su transfiguración. Pedro estaba allí, junto a Jesús. En el gozne entre la Antigua y la Nueva Alianza, en la montaña del Calvario, muchos se preguntaron: ¿Ese condenado es Dios omnipotente? Si es así, que se baje de la Cruz (escándalo para creyentes, necedad para los incrédulos). También allí hubo quien supo reconocer en aquel cuerpo triturado a quien, en verdad, era hijo de Dios. A la montaña, al encuentro con el Dios que se revela en la humildad del silencio, que muere en la humildad de la cruz, se retira el papa humildemente. Y el ruido de esta cultura esclava de las opiniones se desvanece ante la profundidad de sus certezas.

Gracias, Papa Benedicto. Se te ha comparado justa e injustamente con tu predecesor, que encarnó la santificación de la debilidad de otro modo. Y que, de otra forma, se encontró con Dios en la montaña. Gracias por enraizar tus decisiones, con toda su trascendencia histórica, en el corazón de Dios. Ojalá seamos capaces de apreciar cómo late su omnipotencia en tu ministerio, también y precisamente ahora.