«No miremos hacia otro lado» - Alfa y Omega

«No miremos hacia otro lado»

Redacción

Hassane es un musulmán de Nairobi, la capital de Kenia. Como tantos otros, cuenta indistintamente con cristianos entre sus amigos y familiares. Desde hace unos meses, vive una pesadilla en casa. Su hermano menor se marchó a Somalia a enrolarse en Al Sabah, y ha regresado convertido en un islamista radical dispuesto a asesinar infieles (por tal tiene, por cierto, a su hermano). Hassane descubrió que más familias keniatas atraviesan una situación similar, y ha creado un grupo de vecinos para denunciar «la pasividad de las autoridades», aunque prefiere no dar nombres por miedo a represalias. Los terroristas –asegura– entran y salen de Kenia sin control, y están siendo adiestrados por ex militares norteamericanos. Nada personal. Sólo negocios.

Los líderes cristianos y musulmanes de Kenia han hecho un llamamiento para que el asesinato de al menos 148 estudiantes en la Universidad de Garissa no destruya la unidad nacional. No va a ser fácil. La brutalidad de los relatos es estremecedora. Los terroristas irrumpieron a las 5:30 de la mañana en los dormitorios. A los estudiantes que fueron capaces de recitar versos del Corán, los dejaron marchar. Al resto, les mantuvieron como rehenes, les dispararon o les decapitaron. Murieron rezando a Jesús, según han contado los testigos supervivientes (en la foto). Uno de los asesinos –abatido por las fuerzas de seguridad– resultó ser un brillante estudiante de Derecho, hijo de un funcionario del norte del país, que había denunciado la desaparición del chico.

El lunes, el Papa pedía «que la comunidad internacional no permanezca muda e inerte frente a tales inaceptables crímenes» ni «mire hacia otro lado». La ONG evangélica Open Doors ha hecho público un informe, en el que asegura que un promedio de 10 cristianos mueren asesinados cada día por su fe. «Ellos son nuestros mártires de hoy, y son muchos; podemos decir que son más numerosos que en los primeros siglos», decía Francisco. Se necesita «oración, intensa oración», y mucha «ayuda tangible en defensa y protección de nuestros hermanos y de nuestras hermanas perseguidos, exiliados, asesinados, decapitados, por el solo hecho de ser cristianos», añadía.

Los musulmanes, la inmensa mayoría gentes de paz, se enfrentan a un reto histórico en la deslegitimación del yihadismo. Ellos son, además, las primeras víctimas del fanatismo. En Damasco (Siria), el autodenominado Estado Islámico está tratando de hacerse con el control del campo de refugiados palestino de Yarmuk (a la derecha). Cerca de 20 mil personas han quedado atrapadas entre los yihadistas sunitas y los bombardeos indiscriminados del Gobierno, sustentado por milicias chiítas, que defienden una interpretación distinta del Islam.

Matar en nombre de Dios es «una aberración» y «un sacrilegio», ha repetido en diversas ocasiones el Papa. Mirar para otro lado, porque, a fin de cuentas, las víctimas no son occidentales ni son de los nuestros, podría calificarse exactamente en los mismos términos.