«Nos tratan como a perros» - Alfa y Omega

«Nos tratan como a perros»

Ana Sánchez-Briñas y Ana Bosch, abogadas y voluntarias de Pueblos Unidos, han recopilado en el CIE de Aluche historias como la de una joven de 27 años que fue expulsada a Marruecos y separada de su bebé, que sí tenía la nacionalidad española

Ricardo Benjumea
Patio interior del CIE de Hoya Fría, en Santa Cruz de Tenerife. Foto: EFE/Ramón de la Rocha

Una joven de 27 años cuenta cómo de repente se encontró en el CIE de Aluche con una orden de expulsión hacia un país del que ni siquiera conocía el idioma. Salvo por el detalle de que carecía de documentación legal, consideraba su país España, el lugar al que la trajeron sus padres desde Marruecos cuando tenía 3 años.

«Piensas que eres persona con todos los derechos, pero no: entras y pierdes la dignidad como persona, te conviertes en algo parecido a un títere. Empiezo a pensar en que un juez esta a punto de destrozarme la vida al separarme de mi hijo», relata. «En ningún momento ninguno de los jueces que ha tenido mi caso en su mesa ha tenido un poco de amor en su corazón no ya para pensar en mí, sino en mi hijo que se queda en este país, mientras a su madre la mandan a otro».

Aquella chica fue finalmente expulsada a Marruecos y separada de su bebé, que sí tiene la nacionalidad española. Ana Sánchez-Briñas y Ana Bosch, abogadas y voluntarias de Pueblos Unidos, han recopilado varias historias como la suya. «Estas personas querían que las contásemos porque dicen que los muros del CIE no les devuelven más que sus propios ecos», afirman.

Todos relatos son reales y muy cercanos en el tiempo. El escenario es el CIE de Aluche, en Madrid. Sánchez-Briñas confía en que sirvan para sensibilizar conciencias y ayuden a «derribar esos muros».

Dormir con cucarachas

Similar suerte a la de esta joven de origen marroquí corrió un ciudadano argentino al que, pese a aportar informes médicos, se le denegó la asistencia de un psiquiatra. Padece un trastorno mental que le lleva a autolesionarse y a adoptar en ocasiones comportamientos agresivos. Fue expulsado por las autoridades españolas a pesar de que toda su familia vive en España y no le queda ya nadie en Argentina.

«No se respetan los derechos humanos», denuncia un joven ucraniano de 22 años. «Este centro es peor que la cárcel». «Tengo que esperar aquí encerrado como un perro dos meses solo porque no tengo papeles. No es justo. Este CIE es muy malo, la comida es mala, hay cucarachas en el comedor y en la cama. Algunas veces me he despertado por la mañana con cucarachas que han dormido conmigo… Aquí hay personas con problemas graves a los que no contesta nadie. No es justo que las personas vengan aquí a España y las encierren y las expulsen como si no fuesen nada. Y esta gente sin corazón nos trata a nosotros como perros».

Miedo y soledad

«Al llegar me encontraba bastante solo y desorientado, no sabía dónde me llevaban ni cuánto tiempo iba a estar allí», contaba a los voluntarios de Pueblos Unidos un chico de 18 años procedente de Albania. «Es cierto que tenía una orden de expulsión del país, pero yo no había cometido ningún delito como para que me metieran en una cárcel. Desde que salí de Albania he sufrido diversas adversidades, pero nunca me encontré más solo y desprotegido que en el CIE».

«Tienes miedo a esa cárcel, pero también tienes miedo a que te deporten y nadie te explica nada», prosigue. «Nos levantan todos los días para no hacer nada. No hay un sitio donde leer, no nos dejan usar los móviles por la mañana, las ventanas están tapadas y no hay luz natural. No sabes si hace sol o llueve mientras estás ahí dentro y las horas son eternas. El ambiente es rancio. Nadie habla más que con los de su grupo [idiomático]. Cada uno somos de sitios distintos sin saber muy bien cómo comunicarnos y eso hace que la sensación de soledad sea aún mayor. Pasamos las horas muertas esperando que den las cuatro para poder salir de nuevo al patio. Ahora ya tenemos los móviles, por fin nos podemos comunicar un poco con amigos y familiares. Se les echa tanto de menos…, pero no quieres que te noten que estás pasando uno de los peores momentos de tu vida. ¿Por qué?, ¿con qué cargos?».

«De nuevo –concluye el relato–, las 8:30 de la mañana. Nos despiertan con las mismas malas formas con que nos tratan durante todo el día, como si fuéramos trozos de algo sin sentimientos. Comienza un nuevo día igual que los otros 50 que pasé allí».