«El dinamismo del reino de Dios» - Alfa y Omega

«El dinamismo del reino de Dios»

XI Domingo del tiempo ordinario

Daniel A. Escobar Portillo
El sembrador. Vincent Van Gogh. Van Gogh Museum, Ámsterdam (Vicent Van Gogh Foundation)

No destaca el Evangelio según san Marcos por centrarse en las palabras o discursos del Señor, sino que generalmente describe las acciones concretas a través de las cuales Jesucristo muestra la cercanía del reino de Dios. Si a esto unimos que estamos ante un Evangelio breve, presumimos que los pocos pasajes en los que el Señor se dirige a sus discípulos han sido cuidadosamente escogidos por Marcos. Este domingo tenemos ante nosotros dos parábolas en las que se compara el Reino de Dios, en primer lugar, con la semilla que se echa en la tierra y, en segundo lugar, con un grano de mostaza, que también es sembrado. Pero, ¿por qué dos parábolas que insisten en el valor de unas semillas que crecen? Ya hemos comprobado, al hilo de otros relatos, que Jesús elige escenas y elementos de la vida corriente de los judíos. Por eso, Marcos remarca expresamente que Jesús «con muchas parábolas parecidas les exponía la Palabra, acomodándose a su entender». La agricultura y la ganadería no son extrañas a quien escucha a Jesús e incluso nosotros, tras 2.000 años, estamos familiarizados con estas imágenes. Sin embargo, el acierto en la utilización de estas parábolas está en que, a pesar de que nos hallemos ante imágenes de la vida corriente, contienen un fondo de gran importancia.

El crecimiento de la semilla

Al igual que nosotros, es posible que muchos de los cristianos de los primeros tiempos se encontraran desanimados ante el aparente poco éxito y arraigo de la misión. No cabe duda de que el punto de arranque de la vida de la Iglesia fue todo lo contrario a lo aparente, visible o triunfalista. Marcos trata de explicarnos, a través de estas palabras del Señor, la fuerza interior de la fe cristiana, aunque parezca casi imperceptible. La fe ha convivido siempre con la persecución y el evangelizador tiene ante sí una doble tarea: mantenerse fiel y generar esperanza. Actualmente vivimos con una perspectiva de 2.000 años, en los que de distintos modos la evangelización ha calado, si bien con diferentes matices, en los diversos pueblos de la tierra. Así pues, ha habido tiempos y lugares donde la fe se ha extendido con mayor facilidad y donde se le han ofrecido mayores resistencias. Sin embargo, para los primeros oyentes de Marcos, que no poseían nuestra visión histórica, era fundamental subrayar la fuerza intrínseca del Reino de Dios. Y qué mejor imagen que la semilla, máxime si el Señor se había referido a ella: algo que no se ve y que encierra en sí un enorme potencial; algo que no depende de nosotros, puesto que va creciendo sin que se sepa cómo. Es consolador oír al Señor decir que el Reino de Dios no depende de nuestras propias fuerzas sino, ante todo, de la acción de Dios. La parábola de la semilla hace referencia a algo que está ante nosotros, que lo vemos y lo tocamos, pero que nos supera por completo.

Enaltece a los humildes

Por su parte, la parábola del grano de mostaza está unida con la tradición bíblica de colmar de bienes al humilde y despedir vacío al soberbio. Así lo encontramos, por ejemplo, al final de la primera lectura de este domingo, de la profecía de Ezequiel: «humillo al árbol elevado y exalto al humilde, hago secarse el árbol verde y florecer el árbol seco». El grano de mostaza encierra en sí una paradoja: siendo la semilla más pequeña se convertirá en un gran árbol. Existe, por lo tanto, una desproporción entre lo que se ve al principio y el resultado final. Sin duda, ambas parábolas insisten en la confianza en la acción de Dios a través de la vida de la Iglesia, así como en cultivar la paciencia ante la ausencia de éxitos inmediatos. Con todo, estas parábolas no deben entenderse como una llamada a la pasividad o al conformismo, sino a tener en cuenta que a pesar de nuestro esfuerzo, es Dios es que dirige los destinos de su Iglesia.

Evangelio / Marcos 4, 26-34

En aquel tiempo Jesús decía al gentío: «El Reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega».

Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra».

Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.