¿Por qué? - Alfa y Omega

Era el Papa de la sacudida pentecostal del No tengáis miedo, y los periodistas queríamos saber por qué, por qué no había y no hay que tener miedo.

–¿Por qué, Santo Padre?

–Porque el hombre ha sido redimido por Dios y la Redención impregna toda su vida e historia.

Han pasado 10 años desde que se fue a la Casa del Padre san Juan Pablo II, el Grande, y nos dejó como herencia insuperable la fiesta de la Divina Misericordia. Hoy, en el mundo hay más miedo todavía que entonces, porque no sabemos o no queremos aplicar su receta maravillosa: la misericordia. Literalmente, significa compadecerse de las miserias de los demás. Es lo que hace Dios, nuestro Padre, con las nuestras; de ahí la Encarnación, la Redención, la Resurrección. No estamos solos, aunque a veces lo parezca. Vive, glorioso, para siempre, a nuestro lado, y sin Él nada podemos hacer. ¿Nos lo creemos, o no nos lo creemos? Si de veras no los creyéramos, incendiaríamos de amor y de misericordia el mundo.

Yo vi, muchas veces, el color de la misericordia en los ojos de Karol Wojtyla. Tengo clavado en el alma el esplendor de la verdad de su mirada –aquel minuto de largo y hondísimo silencio– a aquel anciano, erguido ante su chabola, en medio del nauseabundo olor de la miseria, al sol inmisericorde de aquella periferia inhumana de Manila. Misericordia es amor que va al encuentro del hombre, es amor misericordioso. ¿Tiene algo de particular que su sucesor quiera ser el Papa del encuentro y de la misericordia; que quiera repartir ternura y verdad en un Año Santo de la Misericordia? Tuvo buen maestro…

De Kenia y Damasco a Nueva York, y de Teherán a París y a Madrid, este desquiciado mundo nuestro está hasta los topes de gentes que no saben lo que hacen, tan gravemente enfermos que ni se quieren curar, ni conocen la ternura gozosa del perdón. San Juan Pablo II –para entenderle hasta los tuétanos del alma bastaba con verle rezar– nos dejó su corazón sacerdotal en la encíclica Dives in misericordia; y, en su último libro, se lee que «el límite que el mal no puede superar es la misericordia de Dios». ¿Saben cuál es el verdadero problema? Que somos tan egoístas todos (pilotos, dirigentes, dirigidos) que ni nos dejamos querer por Dios, y así nos luce el pelo, claro.

¿Por qué somos así?

Hablar de Dios Padre en una sociedad sin padres, resulta particularmente arriesgado. En nuestros días, cuando la figura social del padre ha llegado a ser irrelevante, y cuando, como escribía Cabodevilla, «patriarcal y paternalista son sinónimos de anticuado y opresivo», resulta más que conveniente recordar la parábola del Hijo pródigo para entender lo que es la verdadera misericordia y por qué san Juan Pablo II sintió la necesidad acuciante de establecer la fiesta anual de la infinita misericordia de Dios.

En su Mensaje pascual, el Papa Francisco debería de estar pensando en san Juan Pablo II, cuando nos ha dicho que la resurrección no es un hecho intelectual, sino mucho más, y que hace falta humildad para entrar en el asombro y en el misterio. Tal vez, sólo si fuéramos capaces de hacernos como niños, podríamos entenderlo y responder a la pregunta: ¿Por qué somos así?