Hermano Alois: «Tengamos la osadía de confiar en el Espíritu» - Alfa y Omega

Hermano Alois: «Tengamos la osadía de confiar en el Espíritu»

Una de las personas que participará en los actos de la visita del Papa Francisco a Ginebra para conmemorar el 70º aniversario del Consejo Mundial de las Iglesias es el hermano Alois de Taizé. La presencia de Francisco, el tercer Papa en pisar la sede del CMI, «enfatiza el carácter irreversible del compromiso de la Iglesia católica» con el ecumenismo

María Martínez López
Foto: AFP Photo/Giuseppe Cacace

¿Qué significado y simbolismo tiene esta visita de Francisco a Ginebra?
Francisco será el tercer Papa que visite el Consejo Mundial de las Iglesias en Ginebra. Estas visitas representan pasos históricos para el movimiento ecuménico, desde la primera visita del Papa Pablo VI en junio de 1969 hasta hoy. De hecho, enfatizan el carácter irreversible del compromiso de la Iglesia católica, desde el Concilio Vaticano II, para promover la causa de la unidad de los cristianos.

Más específicamente, esta visita del Papa Francisco será un nuevo hito en una serie de poderosos gestos ecuménicos, desde el comienzo de su pontificado, entre los que están los signos de amistad con el Patriarca Bartolomé, su encuentro sin precedentes con el Patriarca Cirilo de Moscú, y su visita a Lund en Suecia con motivo del 500º aniversario de la Reforma.

El Consejo Mundial de las Iglesias es una organización que une a 348 iglesias y comunidades cristianas (y con la que la Iglesia católica tiene fuertes lazos, aunque no sea miembro). Todos sus miembros están comprometidos con la unidad visible, pero no parece el lugar para el diálogo teológico bilateral que existe entre muchas iglesias. ¿Cómo entiende el papel de esta institución en su 70º aniversario?
El Consejo Mundial de las Iglesias y la comunidad de Taizé nacieron en el mismo período; Taizé al comienzo de la II Guerra Mundial, y el Consejo poco después de su final. Con ocasión del 70º aniversario del WCC, envié un mensaje de amistad a su secretario general, el pastor Olav Fykse Tveit, en el que enfatizaba cómo la pasión por la unidad de los cristianos es un patrimonio común del Consejo Mundial y de nuestra comunidad. En efecto, sus iniciadores tuvieron la visión, para las iglesias separadas, de que debía comenzarse una nueva etapa, una de comunión y fraternidad entre los cristianos, con vistas a la paz en la tierra más allá del conflicto que había despedazado el mundo. Siguiendo sus huellas, intentamos mantener viva esta llama de la unidad.

Me parece que una agencia esencial del Consejo Mundial es el departamento de Fe y Orden, del que la Iglesia católica sí es miembro de pleno derecho. Fe y Orden ha hecho un trabajo excepcional sobre la unidad de la Iglesia. Hace cinco años publicó el documento La Iglesia: hacia una visión común. En épocas recientes, el CMI ha hecho un esfuerzo notable para unir a las iglesias en pro de la justicia y la paz. Pero como el Patriarca Bartolomé nos recordó en la celebración del domingo en la catedral de San Pedro en Ginebra, «el CMI fue fundado con el objetivo de promover la unidad de los cristianos». Las dificultades del entendimiento teológico entre las iglesias no deben hacer que perdamos de vista la meta principal. Esta es la razón por la que debemos dar protagonismo a un empeño teológico que tenga la osadía de confiar en el Espíritu Santo; al igual que las instituciones de diálogo bilateral que existen hoy entre muchas denominaciones.

Uno de los principales mensajes de Taizé es que cada cristiano debe vivir coherente y totalmente su propia tradición para ser capaces de alcanzar la unidad, una propuesta que encaja bien con algunas ideas expresadas por el Papa Francisco. ¿Realmente puede alcanzarse la unidad visible por ese camino?
La unidad de los cristianos es un imperativo esencial para los líderes eclesiales, pero ningún progreso real será posible sin la conciencia individual de los creyentes de las diversas familias cristianas. Cada cual puede vivir a su propio nivel la búsqueda de la unidad como un intercambio de dones: compartir con los otros lo que nosotros consideramos un don de Dios, pero también acoger los tesoros que Dios ha depositado en los demás. El Papa Francisco me parece que los expresa con mucha claridad cuando dice: «No se trata solo de recibir información sobre los demás para conocerlos mejor, sino de recoger lo que el Espíritu ha sembrado en ellos como un don también para nosotros».

¿Cómo exactamente?
Para avanzar juntos, se pueden hacer sugerencias muy concretas: ir hacia quienes son diferentes, un grupo diferente, una parroquia diferente, un movimiento diferente, una confesión diferente… Podemos situarnos todo lo posible «bajo el mismo techo» sin esperar a que todo esté totalmente armonizado, anticipando así la comunión plena.

Entre vecindarios y familias de distintas confesiones, crear pequeñas comunidades de base, rezando juntos en escucha de la Palabra de Dios, en silencio y alabanza, para conocernos mejor y aprender unos de otros.

Hacer con cristianos de otras fes todo lo que sea posible hacer juntos: estudiar la Biblia, labores sociales y pastorales, catequesis —y no hacer nada sin tener en cuenta a los demás—.

Emprender juntos actos de solidaridad, prestando atención juntos a la miseria de los demás, al malestar escondido, a las desgracias de los migrantes, a la pobreza material así como a todas las demás formas de sufrimiento, a la preocupación por el medio ambiente…

En Europa, muchos cristianos ya no se identifican con las diferencias históricas entre sus confesiones, como reveló el Pew Research Institute el año pasado. ¿Le parece un cambio positivo, o negativo? ¿Es posible entonces este «compartir los dones»?
Hoy en día, entre los jóvenes que vienen a pasar una semana en Taizé, vemos que una cierta cantidad de ellos no saben cómo describirse confesionalmente hablando. Para ellos, descubrir una relación personal con Cristo es más importante en esta fase, especialmente cuando vienen de un contexto en el que la fe cristiana tiene poco espacio.

Sin embargo, intentamos que todos tomen conciencia de la importancia de la comunión de la Iglesia vivida de forma muy concreta: no somos cristianos solos, necesitamos una comunidad eclesial como nuestra familia. La experiencia de la oración y la vida en común, como los jóvenes experimentan en Taizé, puede darles un sentido de comunión universal y también un gusto por una comunidad concreta genuina.

Puede ser positivo que los creyentes hoy se definan primero como cristianos; pero con la condición, sin embargo, de que eso no los desconecte de la vida comunitaria, de la vida diaria de su barrio o su pueblo.

Una polémica reciente relacionada con el ecumenismo ha sido el debate en Alemania sobre el acceso a la comunión del cónyuge protestante casado con un católico. Más allá de los aspectos concretos del debate, ¿qué lectura hace de él? ¿Qué podemos aprender de esto para el camino que tenemos por delante?
No es casualidad que la Eucaristía esté en el corazón de la búsqueda de la unidad, porque fue en la noche de la Última Cena cuando Jesús pidió «que todos sean uno para que el mundo crea». La oración de Jesús es una llamada concreta y urgente para buscar la unidad fraterna. La Eucaristía y el amor fraterno están interconectados para siempre. Cuando los cristianos se juntan para compartir la Eucaristía, Cristo está allí, y sigue pidiendo por la unidad de todos los que creen en Él. ¿Cómo podemos no prestar atención a esto?

Surge una pregunta: ¿No deberían las iglesias que enfatizan que la unidad de la fe y el acuerdo sobre los ministerios son necesarios para recibir la comunión juntos dar la misma importancia al acuerdo del amor fraterno? ¿No podrían entonces ofrecer una hospitalidad eucarística más amplia a aquellos que manifiestan el deseo de unidad y que creen en la presencia real de Cristo? La Eucaristía por tanto presupone la unidad, pero ¿no es también el camino por el cual se profundiza cada vez más en la comunión en Cristo? Descubrimos mejor nuestra identidad cristiana cuando viajamos juntos.