Un símbolo universal - Alfa y Omega

Un símbolo universal

Ignacio Uría
Foto: AFP Photo/Emilio Naranjo

El nuevo Gobierno de España está presidido por un ateo. Hasta ahí, nada que objetar. Otra cuestión es que Pedro Sánchez quiera imponer su laicismo. Por ejemplo, expulsando la religión de las aulas o expulsando la cruz de la vida pública.

Se vio claramente en la toma de posesión de los nuevos ministros, alegres como niños el primer día de colegio. Ellos también estrenaban cartera, donde no llevaban crucifijo ni Biblia. Un avance, dijeron unos. La entrada en el siglo XXI, afirmaron otros. A mí me vino a la cabeza el juramento de los presidentes norteamericanos –Obama incluido– que siempre lo hacen sobre una Biblia. Y recordé también que en Europa existen seis países confesionales. Por ejemplo, Gran Bretaña, donde el anglicanismo es la religión oficial, o Suecia y Dinamarca, que se declaran luteranos. Nadie puede decir que sean naciones atrasadas.

En Europa solo Francia se define como Estado laico, y eso que Macron ha pedido a los católicos que vivifiquen la sociedad francesa con sus valores y su fe. Los 21 países restantes son aconfesionales, España entre ellos. Por eso rechina la obsesión con los símbolos cristianos y el empeño de retirarlos de las calles y, si se pudiera, de las almas.

La cruz posee un significado ético al margen de la tradición religiosa cristiana porque evoca principios universales: no violencia, dignidad, respeto a las leyes, amor al prójimo… Por supuesto, las sociedades democráticas tienen también su origen en ideologías no creyentes, incluso anticristianas. Sin embargo, esas doctrinas políticas –lo quieran o no– se nutren de la cultura cristiana, aunque solo sea por la realidad en la que viven.

El mensaje de la cruz es un mensaje compatible con la secularidad. Accesible a los no cristianos e incluso a los no creyentes, que podrían aceptarla en la medida en que comparten valores universales.

La cruz, pese a todo, respeta plenamente la aconfesionalidad del Estado, que debe ser imparcial y neutral, sí, pero también con las personas de fe, ya le recen a Dios, Alá o Yahvé.

Lo paradójico, en fin, es que los verdaderos cristianos no necesitan ver su cruz en ninguna pared. Si son verdaderos creyentes, la llevan en su alma y la exhiben con sus obras.