Joseph Cardijn, el apóstol de los trabajadores - Alfa y Omega

Joseph Cardijn, el apóstol de los trabajadores

La Iglesia del siglo XIX no encontraba la manera de conectar con la clase obrera, hasta que apareció la figura de Joseph Cardijn, fundador de la JOC. Héroe de la Resistencia en Bélgica durante el Tercer Reich, tras la caída de Hitler propagó la doctrina social de la Iglesia frente al materialismo marxista

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Joseph Cardijn, fundador de la JOC, con un grupo de jóvenes trabajadores. Foto: JOC

La Iglesia había perdido a la clase obrera. Esa fue la constatación de los cristianos más sensibles a la cuestión social, a finales del siglo XIX y principios del XX. ¿Cómo reconquistarla? Uno de los proyectos más audaces vino de la mano de un sacerdote belga, fundador de un movimiento, la JOC (Juventud Obrera Cristiana), llamado a protagonizar una milagrosa expansión por todo el mundo.

Joseph Cardijn nació en Schaerbeek, Bruselas, un 13 de noviembre de 1882. Hombre muy vinculado al catolicismo social, se dio cuenta de que nadie evangelizaría a los jóvenes trabajadores mejor que ellos mismos. Casi nadie creía, en aquellos momentos, que del proletariado pudieran surgir apóstoles. La JOC tiene éxito porque proporciona a sus militantes un motivo de orgullo y un sentido mesiánico. Vestirán mono azul y tendrán las manos sucias, pero su alma será blanca y radiante. Demostrarán así que la santidad también puede alcanzarse en el marco de la fábrica.

El jocismo será la universidad de estos obreros. También el cuerpo representativo que defienda sus intereses materiales. Cardijn sabe que la crítica negativa del socialismo resulta insuficiente, ineficaz frente a las mejoras concretas que consiguen las organizaciones florecientes de la izquierda. Los movimientos cristianos no deben conformarse con predicar una doctrina. La suya es una lucha para promover el reinado social de Jesucristo.

Cuando se produzca la invasión nazi, los jocistas, con su fundador al frente, contribuirán heroicamente a la Resistencia. Cardijn intervino en actividades por todo el país, siempre exhortando a la juventud a no ceder frente al invasor. Fue uno de los opositores más decididos al servicio de trabajo obligatorio en Alemania, por el que se obligaba a ciudadanos belgas a sostener la producción industrial del Tercer Reich. Había que ayudar a esconderse a los refractarios, es decir, a los que se negaban a entrar en esta dinámica.

Derrotado Hitler, el mundo se dividió con rapidez en dos bloques bajo el liderazgo de Estados Unidos y la Unión Soviética. La retórica de Cardijn no será ajena a las tensiones de la guerra fría. Está convencido de que el mundo asiste a la pugna entre dos visiones del mundo antagónicas, el cristianismo y el materialismo marxista. La doctrina social de la Iglesia ha de contribuir a que los valores religiosos terminen por imponerse.

En 1951 se inicia su correspondencia con Jan Van Lierde. Este objetor de conciencia le escribió desde la prisión de Lieja, después de haber sido sometido a un consejo de guerra, con el fin de plantearle el «angustioso problema de la paz». Cardijn le respondió con notable empatía, pero desde la discrepancia. Creía irresponsable bajar la guardia en cuestiones de defensa mientras persistiera la amenaza del comunismo. Entre el totalitarismo del Kremlin y la democracia occidental, escogía la democracia por imperfecta que fuera, aunque estuviera «podrida por el capitalismo», puesto que garantizaba un cierto respeto a la persona y permitía que la gente denunciara abusos.

Cuando Juan XXIII fue elegido Papa, Cardijn se propuso que la JOC conquistara al nuevo Pontífice. Poco después le expuso la necesidad de publicar una encíclica de temática social, con ocasión del setenta aniversario de la Rerum novarum. La Iglesia tenía que abordar la problemática del trabajo teniendo presentes los cambios que se habían producido desde entonces.

El Papa Roncalli le pidió al consiliario general jocista que pusiera sus ideas por escrito y se las enviara. Cardijn redactó una veintena de páginas, en las que insistió sobre todo en el aspecto internacional de un mundo, el de trabajo, que había experimentado profundas transformaciones desde la época de la Rerum novarum. La evolución hacia un mundo cada vez más tecnificado planteaba serios interrogantes porque el ser humano, con su creciente poder sobre la materia, se arriesgaba a ser dominado por ella.

Escribir estas impresiones no iba a ser una molestia inútil: el 15 de mayo de 1961 apareció la Mater et magistra, una de las encíclicas más decisivas del siglo XX. Juan XXIII, en una audiencia privada al político italiano Vittorino Veronese, comentó que la idea se la había proporcionado monseñor Cardijn.

En 1965 será creado cardenal por Pablo VI. Un año después lo encontramos inmerso en un compromiso contra la guerra. Pero, cuando se adhiere a una manifestación en favor de la paz en Vietnam, en marzo de 1967, se desata la polémica. Él no considera que el suyo sea un gesto político, pero en medios anticomunistas se interpreta lo contrario.

Murió poco después, sin tiempo para ver que la crisis posconciliar, común a toda la Iglesia, golpea también la JOC, que atravesará por momentos de gran incertidumbre en todo el mundo. Tal vez no podía ser de otra manera. El choque de una vieja estructura como la Acción Católica con un universo cada vez más secularizado iba a generar fricciones dolorosas.

Francisco Martínez Hoyos
Doctor en Historia