Mientras gobernaba el Infierno - Alfa y Omega

Mientras gobernaba el Infierno

Javier Alonso Sandoica

Me entusiasman las personalidades agradecidas con la civilización a la que pertenecieron. En tiempos en los que el hombre contemporáneo se cree un espécimen reciente, nacido sin patrimonio ni historial, resulta aleccionador recurrir a los que engrandecieron Europa a base de subrayar nuestra memoria. Por eso, siempre vuelvo a dos figuras emblemáticas de la Europa de la primera mitad del siglo XX, Joseph Roth y Stefan Zweig. Acaban de editarse en castellano dos libros sobre la relación que ambos mantuvieron. Ostende, de Volker Weidermann (Alianza Editorial), es una recreación del verano que ambos escritores pasaron en la ciudad belga. Corría el año 1936, allí se hicieron confidencias sobre lo que pasaba en Europa. «En Alemania gobierna el Infierno», decía Zweig sobre el ascenso del nacionalsocialismo. Ambos, que eran judíos, se felicitaban mutuamente por la prohibición que las autoridades del Tercer Reich dictaron de sus trabajos.

El otro libro al que me refiero es una selección de las cartas que se enviaron en momentos cruciales de su vida, y que lleva por título: Ser amigo mío es funesto. Correspondencia 1927-1938 (Editorial Acantilado). Como Zweig es más conocido por sus biografías de figuras celebres, me detengo brevemente en Roth. Fue un enamorado del Imperio Austrohúngaro, tenía el instinto natural de concebir a la Humanidad como suma de espíritus dispuestos a la construcción común, en ningún caso mónadas independientes. La vida de Joseph Roth es una media naranja exprimida sin piedad. Nada más nacer, su padre se volvió loco, su mujer enfermó de esquizofrenia y el Tercer Reich le aplicó la ley de la eutanasia. Toda su familia fue ejecutada en los campos de Bergen-Belsen. Roth sólo halló un consuelo devastador en el alcohol. A pesar de todo, su vida fue una lucha por ver en cada ser humano «la imagen de Dios». Pero la estricta contemporaneidad no se lo puso fácil, el antisemitismo y el nacionalismo salvaje fueron haciéndole perder pie.

Roth se convirtió al catolicismo. En una de sus obras más conocidas, El Anticristo, juzga con severidad el racismo y considera la cultura del progreso como una nueva divinidad pagana. Del comunismo resaltaba su incapacidad de apertura a la gracia de Dios, haciendo del hombre un amasijo de deseos materiales. La leyenda del santo bebedor, de lectura altamente recomendable, es su testamento literario, la necesidad de la gracia de Dios cuando el hombre llega a la altura de sus posibilidades y se contempla derrotado por su flaqueza.