Catalina murió en el terremoto de Ecuador, pero «en su corazón ya se había entregado a Dios» - Alfa y Omega

Catalina murió en el terremoto de Ecuador, pero «en su corazón ya se había entregado a Dios»

Simpatiquísima y gansa, totalmente servicial y con madera de líder. Así era Catalina Navarrete. Se había convertido dos años antes de su muerte. Una de las personas más cercanas a ella en las Siervas del Hogar de la Madre recuerda cómo, cuando la conoció, «experimenté que la Virgen me decía: «Ve y habla a esa chica»». Comenzó así un camino que la llevó a tener «los ojos fijos en el cielo»

María Martínez López
Catalina, segunda por la izquierda. Foto: Siervas del Hogar de la Madre

El 16 de abril de 2016, la noticia conmovió a la familia del Hogar de la Madre y también a la Iglesia: en el terremoto que sacudió Ecuador, el derrumbamiento de un edificio había acabado con la vida de la hermana Clare Crockett y de cinco muchachas que se preparaban para ser religiosas. Una de ellas, Catalina Navarrete, de 23 años, aún no había entrado en la congregación, pero ya lo tenía decidido.

Por eso, fue enterrada con una túnica blanca, como expresión de su deseo de consagrarse a Dios. «En su corazón, ya había realizado esa entrega, y lo estaba demostrando con su vida», explican desde la congregación. Ahora, se ha publicado una biografía sobre su vida y su conversión, que hizo de los dos últimos años de su vida una pista de despegue hacia el Cielo. Precisamente, el título que han elegido para el libro, escrito por la hermana Sara María Jiménez, su acompañante espiritual, es Y yo, ¿puedo ir al cielo?

Gladys Catalina Navarrete Falcones nació en Tosagua (Manabí, Ecuador), el 7 de noviembre de 1992. Sus padres se llaman Juan y Mirasol, y tenía cinco hermanos. Desde siempre fue una niña inquieta e inteligente, hasta el punto de que cuando comprobó que en su colegio el nivel académico no era demasiado alto, pidió que la llevaran a uno de las Hijas de la Caridad.

Allí perteneció al grupo de la Medalla Milagrosa, participaba en muchas actividades y se ganó el afecto de las religiosas. Cuando antes de entrar en la Universidad empezó a ganar su primer sueldo –20 dólares–, le entregaba la mitad a su madre para ayudar en casa.

Dispersión en la Universidad

Su vida comenzó a cambiar al iniciar sus estudios de Secretariado Ejecutivo. En esa época frecuentaba malas compañías y ambientes. Dejó los estudios para irse a vivir sola a Quito y dedicarse al fútbol, un deporte que se le daba muy bien. Después de un año volvió a la Universidad, en Portoviejo, para empezar la carrera de Administración de Empresas. Pero el resto de su vida siguió igual.

En estas andaba cuando en su camino se cruzó Gema Menéndez, candidata a las Siervas del Hogar de la Madre. Catalina había entrado un momento a la iglesia del Espíritu Santo en Portoviejo, y al mirar hacia atrás –recuerda Menéndez, ahora ya religiosa– «experimenté fuertemente que la Virgen me decía: “Ve y habla a esa chica”. Como soy muy vergonzosa, no lo hice en ese momento, pero le dije a la Virgen que si la volvía a ver le hablaría y la invitaría a las reuniones para jóvenes» que las Siervas organizaban en la Universidad.

Lo que ocurrió después hizo que Gema tuviera claro que «la Virgen quería que Catalina fuera toda suya»: días después, coincidió con ella en una parada de autobús y pudo cumplir su promesa a María.

«Lo imposible está en manos de Dios y de María»

Catalina, a la derecha, durante un encuentro. Foto: Siervas del Hogar de la Madre

Así lo recordaba la propia Catalina tiempo después: «Me hablaba como si no hubiese otro momento después de ese. Era el año 2013, octubre. En aquella parada de autobús, el Señor, valiéndose de ese instrumento, empezó a dar desde ese instante un giro a lo que en ese entonces llamaba vida. De a poco me adentraba, sin mérito propio, por el camino de la conversión».

Catalina decidió ir a las reuniones a las que Gema la había invitado… pero el camino no fue fácil. «Empezaba a ver que la vida que mantenía no era agradable a los ojos de Dios», y se enfrentaba a la decisión de tener que dejar «malas amistades, que eran las únicas que tenía, malos ambientes, malas lecturas…».

En marzo de 2014, escribió a Gema: «Haré todo lo posible, porque lo imposible está en manos de Él y de Ella. Trataré y trataré hasta conseguir ser una persona de bien, así sea que llegue hasta los 90 años. Mejor dicho, trataré a cada momento y cada día ser mejor y agradable a Dios. Que Diosito y la Virgencita nos bendigan y nos libren de todo peligro y males inesperados. Diosito nos quiere».

«¿No ves que estoy aquí?»

Esa Semana Santa, participó en un encuentro de jóvenes organizado por las Siervas. «Mientras rezábamos el Santo Rosario, mantenía la mirada en el suelo, juzgando y desconfiando de lo que muchos decían acerca de lo que “experimentaban”. De pronto advertí cómo la Virgen me decía: “¿Qué no ves que estoy aquí?”. Y, alzando mi cabeza, me encontré con su mirada… Me quedé un poco –o un mucho– atónita ante ese golpe de luz interior».

Poco después participó en su primer campamento del Hogar de la Madre. «De forma irregular», reconocía, pues su equipo de fútbol tenía un partido y ella decidió irse el domingo para jugarlo. Sin embargo, para la hermana Gema fue ocasión de ir dándose cuenta de «cómo la gracia de Dios estaba actuando en ella. Me impresionó mucho».

Catalina se había confesado al llegar al campamento el primer día y «sabía ya que es necesario para recibir a Jesús estar en gracia –cuenta la hermana Menéndez–. Cuando volvió el lunes, llegó justo antes de que empezara la Misa. La hermana Sara me preguntó si había ido a Misa el día anterior. Era importante porque el domingo no se puede faltar a Misa. Fui a preguntarle y me dijo que no había ido. Yo la dije: “Corre, anda a confesarte”. Ella se puso en pie al momento», y recibió la absolución segundos antes de que comenzara la Eucaristía.

También la propia Catalina vivió esos días como «un tiempo de gracia. Hubo momentos de dudas y arrebatos», por el conflicto interior que tenía. Pero –cuenta Gema– «desde que Catalina conoció a Dios no paró de querer conocerle más y más, hasta el punto de cambiar totalmente de vida. Se enamoró completamente de Jesús, se arrojó en sus brazos, y Él la purificó».

«Voy a dejar esta vida»

Karolina Vera, una amiga suya de la infancia, recuerda que un día, más o menos por esta época, Catalina «estaba en su casa llorando y le decía a su madre: “Voy a cambiar, voy a dejar esta vida que llevo”».

En agosto de ese año, entró en la familia del Hogar de la Madre como laica. Tomó también la decisión de mudarse a la residencia universitaria que tenían las religiosas en Portoviejo, y de cambiar de nuevo su carrera para hacer Promoción Social y así poder ayudar a los pobres.

Su implicación con el Hogar de la Madre empezó a crecer exponencialmente, hasta el punto de que hacía pequeños trabajos, vendía cosas y organizaba rifas para poder participar en los encuentros y las misiones. Así, en el año 2015 fue a los campamentos como monitora, y el año 2016, poco antes de su muerte, como jefa.

Su rápido ascenso se debió tanto a su creciente compromiso como a los muchos talentos que tenía y que, según todos los que la rodeaban, hacían que tuviera madera de líder. La mayoría de testimonios, tanto de muchachas que estuvieron con ella en los grupos como de las mismas religiosas, recuerdan dos: su sonrisa y sentido del humor, que hacían que siempre estuviera haciendo reír a la gente; y su total entrega y servicialidad.

Catalina con C

Quienes eran más sensibles a sus encantos eran las chicas que empezaban los encuentros con menos ganas o interés. Muchas de ellas recordaron tras su muerte cómo su forma de presentarse esos primeros días les hizo coger confianza en seguida.

Muestra de todo ello es María José Zambrano, que cuando fue a su primer campamento invitada por unas amigas era evangélica. Para más inri, al formar los grupos la separaron de sus compañeras. Pero cayó en el de Catalina. «Esa primera noche de campamento nadie hablaba, solo Catalina haciendo chistes y riéndose mucho, ganándose desde ya el cariño de cada una. La recuerdo preguntando todo sobre nosotras».

El día siguiente, en la reunión por unidad tocaba un tema sobre la Virgen. «Yo, como no creía en la Virgen, no quería escuchar nada del tema, así que en medio de la charla le pregunté: “¿Catalina se escribe con K o con C?”. Ella sonrió y me dijo: “Con C”. Me sorprendió mucho su actitud. Pensé que se enojaría por haberla interrumpido y preguntando por otro tema. Fue a partir de ese momento que el tema me llamó la atención», y desde entonces esperaba las reuniones «ya que Catalina tenía una forma impresionante de explicar los temas y, al mismo tiempo, de responder mis dudas».

Poco después, María José descubrió que Catalina «nos había repartido camas a todas, pero ella había estado durmiendo en el suelo. Me levanté muy enojada porque ella no nos había dicho nada, y me dijo riendo: “No te preocupes para mí, no es ninguna molestia dormir en el piso. Además, es cómodo”».

De misiones en el Puyo. Foto: Siervas del Hogar de la Madre

Incipiente vocación

Al año siguiente, cuando fue jefa de campamento, la hermana Kelly María Pozo recuerda cómo su sentido del humor era capaz de hacer que se esfumasen los agobios de las demás monitoras. La misma religiosa recuerda cómo, en otra ocasión, Catalina y otra aspirante estuvieron dispuestas a viajar en el último momento a otra ciudad de Ecuador, Chone, para suplirla en una actividad, pues casi toda la comunidad religiosa estaba enferma con chikungunya, una enfermedad similar al dengue y al zika.

«Preguntaba muchísimo, era muy inquieta y pensaba un montón –recuerda la hermana–. Era como una esponja. Si tenía cualquier duda, pedía una aclaración con muchísima sencillez y sinceridad. Y se asombraba de que hubiese tanta gente en el mundo que todavía no conocía a Dios de verdad (y ella se incluía). A mí me impresionaba que ella, en medio de su alegría y su capacidad de hacer el ganso, no era nada superficial. Al contrario, era muy profunda, con un alma preciosa, transparente y generosa».

En este ambiente, se iba fraguando en ella la vocación religiosa. Un día, la hermana Gema Menéndez se la encontró en la catedral de Portoviejo, rezando. «Hablamos un poquito sobre el tema de la vocación. Recuerdo que me dijo: “A veces es difícil creerlo”. Se refería al llamado que había experimentado de Dios. Yo le dije: “Créetelo”. Fuimos a Misa juntas y fue muy gracioso, porque el Evangelio decía que es Dios quien elige y la homilía era todo sobre la vocación. Yo recuerdo molestarla en silencio con mi codo, je je. La miré de reojo y me di cuenta de que estaba muy contenta».

Con su muerte, realizó su entrega de otra forma: «Desde que se convirtió –recordaba la hermana Gema­–, sus ojos estaban puestos en el Cielo. Tenía muchas ganas de ver a aquellos que habían cautivado su corazón: el Señor y nuestra Madre la Virgen».