Diego de Pantoja, el «Marco Polo» español de las misiones - Alfa y Omega

Diego de Pantoja, el «Marco Polo» español de las misiones

Un simposio del Instituto Cervantes reivindica la figura de este misionero

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En el siglo XVII, cuando China estaba cerrada a los extranjeros, fue uno de los primeros occidentales en vivir en Pekín y entrar en la Ciudad Prohibida. Acompañando al jesuita italiano Mateo Ricci (1552-1610), evangelizador de Asia junto a san Francisco Javier (150652), se ganó la confianza de la Corte imperial y contribuyó con sus libros en español y mandarín a que Oriente y Occidente empezaran a conocerse. Pero, al contrario que los otros dos, su nombre cayó en el olvido.

En el cuarto centenario de su muerte, un simposio del Instituto Cervantes con 35 sinólogos e hispanistas reivindica en Pekín la figura de Diego de Pantoja, jesuita español que pasó 21 años en China y jugó un papel crucial en la propagación del catolicismo en este país. «Fue pionero de las relaciones con China hace 400 años y su mayor contribución fue la política de adaptación, acomodando el catolicismo al confucionismo con un diálogo igualitario y respeto mutuo», explicó ayer en este congreso el profesor Zhang Kai, principal autoridad sobre Diego de Pantoja. A su juicio, «cualquier investigación sobre China está incompleta si no se estudia su labor».

Nacido el 24 de abril de 1571 en la localidad madrileña de Valdemoro, De Pantoja ingresó en los jesuitas en 1589 y se formó en Toledo. Tras años de intensos estudios, en 1596 partió hacia China vía Goa. Al año siguiente llegó a la entonces colonia portuguesa de Macao, desde donde en marzo de 1600 entró en el continente para unirse en Nankín a Mateo Ricci, quien llevaba ya casi dos décadas predicando en China. Gracias a los «regalos exóticos» que llevaban, como unos relojes de sol y una especie de clavicordio, se congraciaron con el emperador Wan Li (1573-1620). Con un permiso especial para residir en Pekín, algo que por entonces era impensable para los extranjeros, se codearon con funcionarios de la corte y tenían acceso a la Ciudad Prohibida para enseñar a sus eunucos el funcionamiento de los relojes y el salterio.

Haciendo gala de la «política de adaptación», De Pantoja y Ricci buscaron puntos comunes entre el cristianismo y el confucionismo y vestían al modo mandarín, con un birrete sobre sus largos cabellos y barbas. «Pangdie», el nombre chino que adoptó, deslumbraba en la corte con sus ojos azules y sus vastos conocimientos en matemáticas, geografía, filosofía y música.

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«En 1602 escribió una larga carta al arzobispo de Toledo, Luis de Guzmán, que corregía muchos de los errores que circulaban sobre China y, traducida a varios idiomas, fue durante muchos años la guía más fidedigna de este imperio», detalló José Antonio Cervera, investigador del Colegio de México. En sentido inverso, De Pantoja escribió en mandarín obras como el «Tratado de los siete pecados y virtudes», conservada en la Biblioteca de Pekín, elaboró para el emperador un mapamundi y redactó «El mundo fuera de China», que sirvió a la élite cultural de este cerrado país para asomarse al exterior.

«Inventó palabras en chino para explicar la religión católica, como “todopoderoso”, “destino” o “árbol de la vida”, que luego se han consolidado en las traducciones de obras occidentales al mandarín», señaló el profesor Song Gang, de la Universidad de Hong Kong. Tras la muerte de Ricci en 1610, De Pantoja consiguió que el emperador concediera un terreno para su tumba y autorizara celebrar su funeral, lo que en Occidente fue considerado un gran triunfo de la misión apostólica, porque en la práctica equivalía a que el poder real daba el visto bueno al catolicismo.

Estas relaciones tan estrechas se rompieron cuando el sucesor de Ricci, Nicolás Longobardi, contravino la «política de adaptación», criticó a De Pantoja y censuró por idolatría los ritos y ceremonias confucianos. Las autoridades chinas aprovecharon para volver al emperador contra los occidentales. Pese a los intentos que hizo De Pantoja por volver a la «política de adaptación» con su artículo «Refutación», el monarca Wan Li firmó en 1617 un edicto prohibiendo la Iglesia y expulsando a los religiosos. Lejos de Pekín y sin el favor imperial, Diego de Pantoja murió en 1618 en Macao.

Pablo M. Díez / ABC