Momentos críticos para la fe - Alfa y Omega

Momentos críticos para la fe

Por y para una Semana Santa misionera es el título de la Exhortación pastoral que esta semana escribe nuestro cardenal arzobispo. Dice en ella…

Antonio María Rouco Varela
Jesús de Medinaceli, durante la procesión del Viernes Santo

Iniciamos las celebraciones de la Semana Santa que culminarán con el gozo de la Pascua de Resurrección, en el Domingo próximo. Es la segunda Semana Santa de la Misión Madrid. Vivirla con espíritu misionero es un imperativo personal y pastoral de insoslayable necesidad, por coherencia interna con la forma de concretar la respuesta de la Iglesia diocesana a los desafíos del momento histórico de nuestra sociedad y nuestro pueblo. Momentos críticos para la fe y el testimonio veraz de la esperanza y de la caridad cristianas. Lo es, además, con urgencia renovada por la ardiente llamada dirigida a toda la Iglesia por nuestro Santo Padre Francisco, para que avance «en el camino de una conversión pastoral y misionera que no puede dejar las cosas como están» (EG 29). Sí, no podemos dejar que el presente y futuro de nuestros hermanos más necesitados y, sobre todo, el de las nuevas generaciones —¡nuestro propio presente y futuro!— se configuren en la ignorancia del misterio de la Salvación del hombre, que aconteció en aquella semana en la que Jesús fue entregado a la muerte y a una muerte de cruz: ¡Jesús, el Hijo de David, el que viene en el nombre del Señor! Así lo aclamaba el pueblo en el día en que entra triunfalmente en Jerusalén, con la intención de celebrar la Pascua con su pueblo de un modo radicalmente nuevo. Esa novedad transformadora del contenido, la forma, el sentido y la eficacia de la vieja Pascua del antiguo pueblo de Israel la quiere subrayar desde el principio de aquellos días, en los que se iba —¡en los que iba!— a consumar la salvación del mundo. Toda Jerusalén y todos los peregrinos que llegaban a la Ciudad Santa debían saber que el Mesías había llegado y se disponía a culminar su obra salvadora. La misión de Jesús llegaba a su cumbre y a su triunfo: ¡a lo alto de la Cruz y a la gloria de la Resurrección!

Aquellos días de la Pasión, muerte y resurrección de Jesucristo se desplegaron a la vista de todos con la máxima publicidad, en la presencia de las autoridades religiosas y políticas: ¡ante el pueblo! Una publicidad verdaderamente misionera que sigue y permanece actual y viva ayer, hoy y siempre. Vivir misioneramente la Semana Santa equivale a hacerse eco sentido, conmovedor y vibrante de lo sucedido con Jesús en los días más trascendentes de toda la historia de la Humanidad y de su carácter y significado público y universal. Participando, en primer lugar, en las celebraciones litúrgicas con espíritu «de dolor con Cristo dolorido», de «quebranto con Cristo quebrantado», con «lágrimas, pena interna de tanta pena que Cristo pasó por mí» (san Ignacio de Loyola. Libro de los Ejercicios, 203). Es decir, viviendo la Liturgia de los días santos con el alma arrepentida y perdonada en el sacramento de la Penitencia. De este modo, los misterios de la Última Cena, de la Pasión y de la muerte en la cruz, que celebramos, se reflejarán a través de la comunidad de los creyentes, convertida a la renovada gracia del amor misericordioso, con una luminosidad espiritual que se irradia y hace visible para todos los que pasan, se acercan a la Iglesia y se quedan con nosotros. Para que la liturgia de la Semana Santa aparezca con todo su intrínseco vigor misionero, precisa de una profunda intensidad espiritual de los participantes en su celebración, condición sine qua non para que su manifestación exterior brille con toda la virtualidad y belleza sobrenaturales que encierran.

Fuerza misionera de la Resurrección

La fuerza misionera de la liturgia de los misterios de la Pasión, muerte y resurrección de Jesucristo encuentra, además, en la piedad de nuestro pueblo, madurada a lo largo de una historia de fe más que centenaria, una vía excepcionalmente valiosa para su expresión pública. Nuestras procesiones de Semana Santa constituyen uno de los testimonios más populares —es decir, más nacidos del alma del sencillo pueblo de Dios— y más clamorosamente patentes del sí de su fe —¡la fe de los sencillos de corazón!— en Jesucristo redentor del hombre: de una fe que se convierte en sentimientos y en gestos de esperanza cuando se dirigen a Él y a su Santísima Madre: la Dolorosa, desde las más variadas y duras condiciones de sufrimientos y angustias del alma y del cuerpo, con la seguridad de encontrar en el Jesús de la Cruz y en María, su Madre, el consuelo y la salud espiritual y material que tanto necesita el hombre débil y pecador. Fe fresca de esperanza, que se rinde en amor dolorido y consolado al Crucificado que tanto nos ha amado y nos ama sin cesar. El muéveme el verte clavado en esa Cruz y escarnecido, del viejo soneto anónimo castellano, es la nota distintiva de esa piedad popular que sale del corazón de tantos fieles e hijos de la Iglesia en nuestra Semana Santa de Madrid y de toda España.

Al iniciar la Semana Santa en este año 2014 —el segundo de la Misión Madrid— no debemos pasar de largo ante lo que el Papa Francisco nos ha enseñando sobre la fuerza evangelizadora de la piedad popular, en su Exhortación Evangelii gaudium, porque —dice él— «las expresiones de la piedad popular tienen mucho que enseñarnos y, para quien sabe leerlas, son un lugar teológico al que debemos prestar atención, particularmente a la hora de pensar la nueva evangelización» (EG 122 y 126). Dispongámonos, pues, con el corazón conmovido y gozoso, viendo entrar a Jesús en nuestras ciudades y pueblos, acompañado con nuestros cánticos de júbilo como los de la multitud en su entrada en Jerusalén, a celebrar la Semana Santa con tal piedad y devoción que, en el Domingo de Resurrección, el Aleluya pascual resuene con el entusiasmo y la alegría de saber que, con Jesucristo resucitado, hemos triunfado sobre el pecado y sobre la muerte, y que esa noticia ha llegado a todos los que comparten con nosotros el camino de la vida como un camino de esperanza.

Quieran Nuestro Señor y Redentor y su Madre, fiel al pie de su Cruz —¡nuestra Madre!— acompañarnos para que, en estos días santos, seamos de verdad, con nuestra palabra y nuestras obras de amor cristiano, misioneros apostólicamente fervientes de Jesucristo, nuestro Salvador.